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17/01/1943

Papá había pasado las navidades con nosotros mientras se recuperaba de ese accidente. Todos en mi casa rebosaban de felicidad al tener a nuestro padre y marido con nosotros unas navidades después de 4 sin él.

Pero los humores fueron cambiando con el transcurso de los días porque todos teníamos en mente una cosa, él se iría dentro de poco.

Se pasó los dos meses jugando con Isaías y conmigo, hablando con Juan sobre la dulce Vanesa, observando las pinturas de Laura y leyendo algunos de sus manuscritos, viendo el trabajo de Francisco y dando interminables paseos con mamá. Sin embargo, eso finalizaba hoy.

—¿En serio tienes que irte Jorge? —miro como le pregunta mamá mientras ve como se prepara para irse.

—Es mi deber Sara y es hora de que te entre en la cabeza —papá está molesto. Él tampoco quiere irse y mamá se lo está poniendo difícil.

—Y también es tu deber permanecer junto a tu familia. Adela e Isaías necesitan a su padre, son muy pequeños —veo como le rueda una lenta lágrima por la mejilla.

Quiero entrar y consolarla pero Francisco me lo impide cogiéndome del brazo. Él está viendo lo mismo que yo y no hace nada.

—No puedo dejar el ejército porque a ti te apetezca —se cierra la chaqueta y veo como mi madre se lleva la mano a la boca conteniendo un sollozo.

—Cada vez que te vas es peor que la anterior —grita y yo me tapo los oídos. No me gusta escucharla así.

—Ya lo hemos hablado infinitas veces. No te lo voy a explicar más. Si lo quieres entender, genial, si no...no puedo hacer nada —coge una mochila que tiene sobre la cama y se lo lleva al hombro.

—Nunca sé si volveré a verte Jorge. Nunca vas a entender qué es ese sentimiento de no saber si la persona a la que amas volverá a entrar alguna vez por la puerta. Eso es desesperante y me está matando por dentro —chilla llorando y Francisco me coge en brazos alejándose de la puerta del dormitorio de nuestros padres.

—¿Por qué nos vamos? —le miro y él mira serio hacia delante.

—Está mal escuchar conversaciones ajenas —no me mira —Y a nuestros padres no les gustará saber que estuvimos escuchando su conversación.

—Mamá estaba llorando —susurro cuando llegamos a mi habitación.

—Hay veces que los padres están tristes y que sus hijos no pueden hacer nada Adela. Ya se le pasará a mamá —me deja sobre mi cama y yo le miro con el ceño fruncido.

—Tú también estás triste y serio —murmuro mirando su cara.

—Solo...—respira hondo y me mira por fin con una diminuta sonrisa —Solo estoy cansado —se sienta a mi lado en la cama.

—¿Por qué? —balanceo mis pies mientras le miro curiosa.

—Porque los mayores siempre andan cansados y ya soy muy viejo —ríe y yo sonrío —No crezcas nunca Adela —me da un beso sobre la frente.

A los pocos minutos, escuchamos la voz de nuestra madre gritándonos desde abajo.

Francisco me coge en brazos y salimos de mi habitación. Cuando miro a los lados, veo a Laura salir con Isaías también en brazos y Juan salir del que era el despacho de papá. Él se lo dejó mientras que no estuviera en casa.

Todos vamos en silencio hasta abajo. Allí vemos a mamá con los brazos cruzados y a papá con la mochila sobre su hombro. Le quitaron hace poco el cabestrillo y la escayola pero está perfectamente.

—Despediros de vuestro padre. Ya se va —mamá está molesta, triste.

Juan se acerca a papá y se dan un fuerte abrazo. Veo como le dice algo en el oído y él asiente. Cuando se aleja, puedo ver el reflejo de una lágrima por su mejilla derecha. Juan nunca llora y es difícil verlo así.

El siguiente en acercarse es Francisco, por lo tanto, yo voy con él. Me tiende a los brazos de mi padre y él me coge abrazándome fuerte contra su pecho.

—Pórtate bien Adela y crece sana y fuerte. Nunca te dejes engañar por nadie —me susurra contra mi pelo y yo asiento con los ojos llorosos.

Juan se acerca a cogerme en brazos y yo me abrazo a su cuello sollozando.

No veo cuando abraza al resto. No quiero levantar la cabeza para verlo salir por la puerta de nuevo. Cuando se fue por primera vez conmigo, era tan pequeña que ni siquiera lo recuerdo.

Escucho como mis padres intercambian unas palabras y se dan un beso. Luego siento como mi hermano se tensiona y seguido de ello, la puerta se cierra.

Levanto la cabeza y no está ahí, solo quedó el rastro de su olor que tardará poco tiempo en disiparse por el aire.

Todos permanecemos en silencio y no tardamos en separarnos por la casa. Juan solo me deja en mi cuarto sin medir palabra y escucho como se encierra en el despacho. Yo solo me quedo mirando por la ventana con el corazón encogido por alguna extraña razón. 

80 díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora