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25/07/1940

Corro hacia el manzano que hay encima de la colina de la mano de Francisco. Todavía no sé mantenerme exactamente de pie pero más o menos sí.

—Adela, no corras —escucho que grita mamá por detrás —¡Francisco ya! —grita —No sabe andar del todo bien y se puede caer.

—Mamá, que yo la estoy sujetando —grita mi hermano de vuelta.

Llegamos al lado del árbol y Francisco me coge en brazos. Yo hago un mohín con los labios y frunzo el ceño demostrándole que no quiero que me coja. Me empiezo a revolver en sus brazos para que me suelte.

—Adela, basta —me mira Francisco serio y yo amenazo con ponerme a llorar —Ahora te suelto, espérate —gruñe y yo acabo llorando.

—Cómo sabía que al final acababa llorando —rueda los ojos mamá cuando llega arriba con el carro de Isaías.

Deja el carro al lado y me coge en brazos meciéndome y tarareando una canción hasta que me calmo. 

—Pon la manta Juan para sentar a tu hermana —le pide mi madre.

—¿A Laura o a Adela? —se ríe.

—Idiota —le pega por detrás Laura haciéndome reír.

—Déjate de tonterías ya. Pon esa manta —se enfada mi madre.

Juan por fin pone la manta y mamá me deja en ésta. Laura se sienta a mi lado y empieza a sacar la merienda de la cesta que traía ella.

—Vamos a jugar Juan —dice Francisco sacando una pelota de la mochila que llevaba.

—Tened cuidado —grita mi madre cuando los ve alejándose corriendo colina abajo.

—Déjalos. Si se dan un golpe en la cabeza tampoco perderíamos mucho —ríe mi hermana y yo con ella aunque no entendí muy bien. Solo río porque ella ríe.

—Laura —le regaña mi madre mientras saca a Isaías del carro y lo pone sobre su falda —Al final Adela dirá las mismas burradas que tú —me mira.

—Mejor, así no tiene que darse cuenta ella sola —vuelve a reír pero se calla con la mirada reprobatoria de mamá. 

Laura deja un bol con fruta troceada muy pequeña frente a mí junto un tenedor.

—Laura, dale tú de comer —le pide mi madre cuando me ve con el tenedor en la mano.

Subo la mirada y la veo dándole el pecho a Isaías mientras mira a Juan y Francisco abajo jugando con el balón.

Laura me coge y me sienta sobre su regazo. Coge el tenedor y pincha una fruta. Me da de comer mientras yo miro a mis hermanos jugar abajo.

Cuando termino, intento ponerme de pie yo sola y cuando lo consigo, mamá y Laura me aplauden contentas haciéndome sonreír.

Veo como mi hermana coge un sándwich de la cesta y se lo empieza a comer. Me acerco a ella corriendo y me apoyo en su regazo para después darle golpes.

—¿Qué te pasa Adela? —me pregunta Laura.

Hago un sonido con la garganta y estiro mi mano hacia el sandwich. Le da tiempo a levantarlo para que no lo coja.

—No Adela, todavía eres muy pequeña —niega con la cabeza y yo hago un mohín con los labios molesta. Luego empiezo a darle golpes enfadada.

—Ha cogido por costumbre hacer eso con la boca —escucho que dice mi madre —Totalmente de su padre cuando no se sale con la suya —ríe.

—¿Sabes algo de papá? —pregunta Laura cogiéndome de las manos con una sola mano para que deje de darle golpes pero yo no paro.

—No recibí ninguna llamada así que supongo que eso es bueno —le noto el tono preocupado a mamá y me paro para mirarla.

—Ha notado tu humor —escucho que dice Laura pero yo solo me acerco hasta el regazo de mamá.

—Ya estamos aquí —escucho que dice Juan y al girarme, los veo a los dos llenos de suciedad y sudados.

—Parece que os habéis tirado al barro guarros —escucho que dice con repulsión Laura.

—Después vais directos a la ducha —avisa mi madre dejando a Isaías a un lado suya en la manta.

—Mamá —digo de repente parando la pelea que estaba teniendo Francisco con Laura. Mamá me mira fijamente y sé que mis tres hermanos también.

—¿Ha hablado? —susurra Francisco.

—Cariño, repite lo que dijiste —mamá me coge en brazos y me sienta sobre su regazo.

—Mamá —sonrío y veo como lentamente se le va formando una amplia sonrisa en la cara.

—¡Ay qué te como! —empieza a darme un montón de besos por las mejillas.

—Mamá contenta —río y le veo como tiene los ojos vidriosos. 

Luego bajamos por la colina corriendo, yo de la mano de Laura que procuraba que no me cayese. Nos pusimos a jugar con el balón un rato. Yo no podía parar de reír. 

80 díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora