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30/01/1949

Corro calle abajo mientras junto más las solapas de mi abrigo pensando que así se mantendrá más el calor.
Hacía demasiado frío para ser las 12 de la mañana.

Me empezó a caer varias gotas y ahí es cuando tuve que empezar a correr para poder llegar a casa de don Sebastián.

Más que llego a la gran puerta de metal, doy tres toques fuertes con los nudillos. El cura no tarda en abrir.

—Buenas tardes Don Sebastián —le saludo mientras me quito la bufanda de lana roja del cuello.

—Ya sabes lo que tienes que hacer. Yo me largo —dice con esa voz grave antes de salir dando un portazo.

Yo suelto un suspiro pesado mientras me quito el abrigo y lo dejo sobre el sillón verde de siempre. Al menos se está caliente aquí dentro.

Cojo las cosas necesarias para limpiar y no puedo evitar el pensar que Isaías se encuentra ahora mismo haciendo la comunión. Yo no la hice pero él sí. Mi madre me dijo que era inútil que yo la hiciera, que los hombres solo quieren mujeres que limpien, cocinen y sea fértil para tener un hijo varón para dejarle a cargo de la familia y de mí cuando él faltara. Todavía recuerdo ese momento exacto.

—Mamá, ¿qué me pongo para la comunión de Isaías? —pregunté mientras la veía ponerse su chaqueta para irse a trabajar.

Mamá y yo éramos las únicas mujeres de la casa desde hace tiempo. Laura se había ido definitivamente cuando nacieron los mellizos puesto que había venido para cuidar de nuestra madre. Y bueno, los chicos, Francisco y Juan se fueron a vivir con sus mujeres fuera de casa. Nos visitan a veces pero ya no es lo mismo. Aunque es cierto que Francisco y Juan nos mandan dinero todos los meses aunque nuestra madre se enfade por ello.

—No irás Adela —sentenció y a mí me tomó por sorpresa.

—¿Cómo? —solté con poca voz.

Trabajaba 12 horas al día limpiando casas y esperaba que al menos pudiera disfrutar de mis hermanos y una buena comida en esa comunión.

—Tienes que ir a la casa de Don Sebastián a las 12 y luego a la de Doña Amparo. Necesitamos el dinero. No seas egoísta —me reprochó mientras salía por la puerta de su habitación y yo la seguía.

—Pero mamá, le dije a Julia y Alfonso que estaría —relamí mis labios pensando en cómo lograr convenerla.

—Pues vas y le dices que no —dijo como si nada.

—¿Cómo si solo trabajo? —dije sin pensar y entonces es cuando siento la mano de mi madre en mi cara, sin venir a cuento. Yo la miré con la boca abierta.

—No mientas Adela Muñoz. Trabajas mucho menos de lo que hacía tu hermana. Ella es mucho mejor que tú y jamás se quejó. La situación es distinta y te dejo mucha libertad —soltó antes de marcharse.

Desde ese entonces no le he dirigido la palabra. Cada día me decepciono un poco más al ver como es realmente.

Empiezo a limpiar la casa y cuando escucho música me acerco a mirar por la ventana.  Allí veo a Isaías con sus compañeros yendo hacia la que será la gran comida en casa de alguno de ellos.

Una lágrima silenciosa cae por mi mejilla mientras me alejo de ésta.

80 díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora