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25/02/1945

Miro ese libro que tengo frente a mí. Ya lo leí cientos de veces con Laura y me aburre. Pero esa mujer está empecinada en que debo leerlo porque ese es el libro adecuado para mí.

Caperucita roja me aburre pero a todos parecen fascinarles. Miro mi cartera de madera y sonrío al recordar cómo le di a esa patética niña cuando se metió con Isaías por ser pequeño. Las mujeres no debemos de meternos con los hombres y como él se quedó indefenso, como su hermana mayor que soy, le defendí. Aunque mamá ya me ha dicho que no duraré mucho más yendo a clases.

El timbre suena y me levanto sin reparos dejando ese libro sobre la mesa. Hoy me viene a recoger Juan. Recuerdo que Juan se tuvo que ir a otra ciudad, creo que se llamaba Barcelona, por trabajo.

Paro en la clases de Isaías y espero a que salga. Cuando lo hace, le cojo de la muñeca y tiro de él para que salga cuanto antes de aquel lugar con olor a humedad.

Y a lo lejos lo veo entre los padres, riendo con una hermosa chica de pelo color cobre.

Me acerco corriendo a él ignorando el hecho de que hay una mujer que desconozco a su lado y me tiro a sus brazos cuando me ve.

—¡Qué grande estás Adela! —me levanta sobre el suelo a la misma vez que Isaías. Cada uno quedamos en uno de sus brazos —Y tú también Isaías.

—Te he echado mucho de menos Juan —le digo acomodándome en su brazo —Laura ya no quiere jugar conmigo y está siempre enfadada y a Francisco no le veo desde hace una semana —le cuento.

—Pequeña, es que las cosas cambian. Pero tienes a Isaías para jugar contigo —me dice y yo asiento poco convencida de sus palabras.

—¿Nos has traído algo? —pregunta ahora Isaías entusiasmado.

—Claro que si, pero ahora lo vemos en casa —nos baja al suelo y nos coge a cada uno de la mano. La chica empieza a caminar a nuestro lado. Me sonríe cuando ve que la miro pero yo solo le frunzo el ceño.

Llegamos a casa y veo a Vanesa sentada en el sofá junto Laura.

—Vanesa —corro hacia ella y ésta me coge en brazos. Hacía varios meses que no la veía. Laura me dijo que se había tenido que ir de viaje a Francia con sus padres.

—Hola pequeña —me revuelve el pelo y yo le sonrío —Juan —pronuncia ahora seria hacia mi hermano. Me giro y veo que sostiene la mano de esa chica entre la suya.

—Juan, papá quieres que vayas a su despacho —le anuncia Laura sin inmutarse por su presencia, como si en lugar de meses no le hubiese visto en horas. Él asiente y se lleva a la chica con él.

—Yo debería de irme —me giro hacia la voz de Vanesa, al parecer perdió fuerzas —Fernando me espera en casa. Debemos de ir a casa de sus padres para anunciarle nuestro compromiso. Los míos ya lo saben —le dice todo eso a Laura quien se levanta para abrazarla.

—Suerte Vane y lo siento mucho —se disculpa por algo que desconozco.

—Sabíamos que lo nuestro no se podía. No tiene sentido que te disculpes por ello. Yo sabía que iba a buscarla y le dejé ir —muerde su labio inferior y tiene los ojos vidriosos.

—Todo saldrá bien —le aprieta el brazo para reconfortarla y ella asiente sin creérselo mucho. Se despide con la mano de mí y la casa queda en silencio cuando sale.

—¿Por qué lloraba Vanesa? —le pregunto a mi hermana.

—Porque esta sociedad es un asco y tenemos que hacer cosas que unas no desean hacer —mira de soslayo el anillo de compromiso que tiene en la mano. Anillo que mi madre le obliga a usar.

—Laura, Adela —nos llama Juan y nos giramos hacia él —Os presento oficialmente a mi prometida Teresa Olmo —nos presenta. Miro su mano y ahí veo el anillo reluciente en la mano de la chica. Ahí me doy cuenta de por qué Vanesa estaba triste. Ella quiere mucho a mi hermano y él a ella no. Aunque no entiendo mucho de lo que van los compromisos y eso...sé que él no está tan feliz como si hubiera sido la mano de Vanesa la que sostuviera ahora entre sus dedos.  

80 díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora