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Pronto por la distancia que se acortaba con cada paso, pudo diferenciar más detalles de aquella siniestra silueta. Vestía ropa de una época antigua y elegante —similar a la de un duque—, con un sombrero de copa sobre su cabellera roja, la cual brillaba con intensidad bajo la luz plateada de la luna y el mar de estrellas. Era larga por lo que cubría parte de sus hombros. Sus ojos de un color verde fosforescentes, se dirigieron hacia los de ella, mostrando una frialdad, vacío y hambre que causo un escalofrío en su espina dorsal, además de miedo por el pensamiento perpetuó de que podía ver mas allá que carne y huesos, podía observar su alma, ver como temblaba al igual que todo su cuerpo que se movía sin parar.
“Eres mía”. Fueron las palabras que dijo, con una voz ronca y áspera antes de tomar el brazo de Abigail para alzarlo, y que así pudiera contemplar como enterraba una de sus uñas filosas, como garras en su piel. Un grito de dolor salió de inmediato de sus labios, mientras su brazo inútilmente intentaba escapar de aquel agarre, que con cada segundo se hacía más fuerte como profundo incrustando la garra aún más en su carne, proporcionando una tortura insoportable, que advertía a gritos que su brazo pronto cedería y se quebraría.
“No puedes escapar. Eres mía.”

Fue lo último que escucho antes de despertar jadeante con sudor por toda su piel, y pequeñas hileras en su frente. El corazón le seguía latiendo con fuerza amenazando que en cualquier momento escaparía por su garganta, sus manos que yacían a ambos lados de su cuerpo, temblaban como sus piernas. El terror aún la invadía al igual que la confusión por todo lo que había ocurrido en el sueño, ya que el dolor en su brazo seguía tan presente como si hubiera pasado en realidad, pero al mirarlo, verifico que por suerte no había nada allí, ni moretones, cortes, nada. Solo fue un mal sueño, una pesadilla como otras.

Los minutos fueron pasando hasta que llego el tan esperado número 6, que dio paso al sonido fuerte de su alarma que antes de que diera el segundo pitido, Abigail la había apagado soltando un suspiro pesado mientras su cuerpo seguía inmóvil en la cama.
No había logrado pegar un ojo luego de aquella pesadilla, ni tampoco mantener su cuerpo quieto por el terror aún vivo en su mente de aquel rostro tan macabro; sediento de algo horroroso como el gozo de una tortura ajena, o de sus palabras que aún resonaban en sus oídos: “Eres mía”. ¿Qué podría significar aquello?

Locura infinita. ★Jason the toymaker★Donde viven las historias. Descúbrelo ahora