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Apuestas, de eso trataba. Cada uno de los presentes; desde los que jugaban cartas hasta los que se encontraban en las mesas de billar, apostaban, reían y daban gritos de victoria cuando ganaban, mientras que otros gruñían, fruncían el ceño, o simplemente daban cortas pero amenazantes miradas llenas de frustración. Así que eso era lo que iban a hacer: jugar entre las mesas para ganar dinero o mejor dicho, él ganar dinero. Porque Abigail nunca antes había siquiera jugado cartas o billar, y las únicas apuestas que hizo en su vida fueron de niña y junto a su padre cuando miraban algún programa de concurso, o al intentar adivinar lo que cocinaba su madre. Aquellos eran buenos recuerdos. Extrañaba esos momentos de felicidad por mínimas cosas.

Kagekao se sentó en una de las sillas frente al mesón para preguntarle al barman por la situación del local, luego con aire confiado se encamino a una de las mesas de atrás de billar donde los jugadores anteriores se marcharon, y desde allá la llamo con un gesto de la mano y una sonrisa amplia.
—¿Alguna vez haz jugado? —preguntó cuando llegó a su lado, con uno de los tacos de billar entre sus manos. A lo que ella respondió con una negación de cabeza, un poco rápida, y un poco tímida.
Y ¿cómo no iba a estarlo? Se encontraban en un salón de apuestas donde las miradas no eran para nada deseadas, y mucho menos cómodas, además la mayor parte de los que se encontraban allí parecían sacado de películas de acción; listos y ansiosos por romper un par de narices. Yey.
—Bueno, este es tu día de suerte. —Con una sonrisa, Kagekao se inclino hacía Abigail entregándole el taco en las manos—. Porque estoy de humor para ser tu profesor —dijo acomodándose tras ella.
Pudo haberse tensado o alejarse por simple reacción instintiva, pero no lo hizo, permaneció allí frente a la mesa con el taco entre sus manos y Kagekao a su espalda, quien pronto paso los brazos hacía adelante rozando ligeramente su cadera hasta que sujeto sus manos en un firme agarre. Nuevamente se percato de aquella sensación tan familiar al tocar la piel caliente pero levemente húmeda; incómoda y a la vez cálida, lo que la llevo a una duda demasiado grande como para ignorar «¿todas a las que tocaba sentían lo mismo?». Quizás era así, o tal vez no, pero de lo que estaba completamente segura, es que aún si fuera cierto, ninguna de ellas se alejaría.
—Entonces la idea es enseñarme y luego, ¿qué?
—Divertirnos, ¿para qué más te enseñaría? —Acercándose más, Kagekao la ayudo a inclinarse hacía adelante, moviendo la mano derecha de ella hacía arriba del taco—. Ahora debes apuntar la bola blanca hacía la más fácil de golpear, la que este mas cerca de un hoyo.
La voz era baja, casi en un susurro intimo por la cercanía, pero para Abigail no significaba nada, ni siquiera sentía estremecimiento o calor como habría pasado con Jason, sin embargo si sentía el toque en sus manos o la presencia física del cuerpo tras el suyo, apegado, y guiándola a través de unas elecciones. Y es que cuando hizo el tiro no tuvo dificultad en concentrarse, atinando a la bola cuatro que choco con la seis botándola por el hoyo. Abigail esbozo una gran sonrisa de repentina alegría, mientras se giraba y daba pequeños brincos.
—¡Lo hice! —exclamo riendo bajo para no atraer demasiadas miradas—. Pude con un solo tiro.
—A eso le llamamos suerte de principiante —comentó Kagekao tomando otro taco, para golpear la bola blanca, atinando a más de una—. Y eso si es saber jugar.
—Por favor, eso también pudo ser solo suerte.
Kagekao la miro con un brillo de diversión.
—Esas son palabras de un mal perdedor, pero si gustas mostrar que es jugar sin suerte, hazlo, apostemos. Y si yo salgo ganador tendrás que salir de nuevo conmigo.
No era una mala idea en absoluto, jugar, divertirse y apostar con algo tan inocente como beber agua con azúcar en una fiesta llena de alcohol. ¿Qué perdería por salir nuevamente con él? Así que acepto, estaba entusiasmada por haber atinado con el primer golpe, por lo que su motivación era grande y sus pensamientos de ganar estaban siendo algo más que limitados, eran imaginarios, como soñar despierta.

Ordenaron las bolas y comenzaron un nuevo juego, esta vez sin enseñanzas o consejos, aunque en más de una ocasión Kagekao le comentaba alguna ayuda a Abigail —inclinarse más, tomar el taco de otra forma—, mientras se jactaba de su destreza en el juego obteniendo muchos más puntos que ella, y subiendo rápidamente a una victoria que combinaba a la perfección con la expresión burlesca con la cual la miraba, y con la sonrisa curvada en aquel rostro exótico. Antes no se había percatado —nunca tuvo oportunidad—, pero el color de sus ojos era tan claro que parecían estar brillando en una luz propia, la cual opacaba ligeramente la oscuridad de su piel. Castaño, uno tan iluminado que tenía destellos dorados. Hermoso. No se dio cuenta lo mucho que lo miraba hasta que el mismo Kagekao carraspeo para luego reír perezosamente.
—¿Se te ha perdido algo en mi cara? —bromeó golpeando otras dos bolas. Una de las cosas buenas de él era la actitud con la que decidía ver ciertas situaciones, hasta el punto de poder esbozar una sonrisa real. Nada de forzar las emociones, o eso parecía desde el exterior.
—No, nada —susurro Abigail aún inmersa en aquellos ojos, que en el momento que se clavaron en los suyos, le provocaron una corriente en toda la espina dorsal, además del rubor que de a poco iba subiendo a sus mejillas.
No estaba avergonzada por ser descubierta mirando, pero la intensidad de esa mirada causaba aquello quisiera o no, como el hecho de que él se diera cuenta. Porque lo había hecho y estaba sonriendo nuevamente, con los labios curvados hacía un lado y complacido.

Locura infinita. ★Jason the toymaker★Donde viven las historias. Descúbrelo ahora