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Sin verlo, sin sentirlo, ni oírlo. Cualquiera pensaría que se trataba de un fantasma o una ilusión por parte de una mente enloquecida y nerviosa, pero no. Era alguien de carne y huesos, con una presencia tan silenciosa como las plumas al caer, con vida y con un objetivo único que aún con los años transcurridos, no cambiaría. Allí estaba, de pié junto a la puerta, mirando en silencio con las manos en los bolsillos de su poleron, su rostro que era cubierto por una máscara similar a las teatrales seguía la trayectoria de Abigail, con un movimiento lento, casi tenebroso por su ligera inclinación de cabeza hacia la derecha. Si sonreía, fruncía el ceño o movía los labios, era algo imperceptible para los demás y solo cuando hablo sin alzar su voz, Abigail descubrió que no se encontraba sola en la habitación:
—¿Te han dejado aquí sola?
Una pregunta con una respuesta obvia, si se miraba la situación, pero para ella no fue eso lo que le importo, sino el que estuviera alguien más en la habitación, alguien que no conocía y por su aspecto, que le envío corrientes que helaron su cuerpo en pocos segundos, erizando el vello de sus brazos. Tuvo la intención de gritar y correr, tenía miedo, demasiado. Sin embargo el hombre se adelantó colocando un dedo sobre sus labios.
—No lo hagas, sería un problema si se alteran por algo tan poco como mi llegada —dijo con una voz ronca y áspera—. Descuida no te haré daño, soy uno de los buenos. Mi nombre es Nozomu, pero llámame Kagekao.
Unas cuantas palabras, una presentación amable y aún así Abigail seguía asustada por la presencia de Kagekao. No se trataba de su aspecto físico, o su voz, sino más bien la incógnita de como llego, de donde y en qué momento que ella no lo escucho o noto su presencia mientras caminaba, es más ¿desde hace cuanto estaba allí de pié? Un escalofrío recorrió su cuerpo al conocer lo indefensa que se encontraba en ese lugar, puesto que si él, Kagekao, pudo entrar sin hacer el menor ruido, aquellos seres de piel oscura y carentes de facciones, también podrían hacer algo similar o peor, llevársela lejos sin que nadie se diera cuenta. Y cuando lo notarán, quizas ya podría estar muerta. Una respuesta horrible a sus dudas, la cual la hacía ansiar más el correr lejos de aquel desconocido que sujetaba su mano, además de permanecer cerca, inmóvil, mirándola con aquella máscara que solo permitía ver dos agujeros oscuros en los ojos. Ni siquiera el iris se podía admirar, todo era demasiado oscuro, demasiado negro. Y pronto no fue solo eso lo extraño de aquel físico misterioso.
La mascara cuya anterior forma era la parecida a una teatral, ahora se mostraba divertida por ambos sectores de tonos desiguales —blanco y negro—, la sonrisa se ampliaba desde un rincón al otro combinando a la perfección con los ojos que se habían convertido en muecas felices al inverso. Por dios, pensó alarmada. ¿En qué segundo cambio?
No podía ser, las máscaras no cambiaban de expresiones, son hechas de materiales sólidos y, algunas pueden tener detalles diferentes como: sangre artificial que bombea gracias a un botón, o sonido que sale por un pequeño parlante conectado a esta. Pero cambiar la figura o siquiera la sonrisa, no, eso no podían hacerlo, no estaban vivas. No obstante aquello ocurrió frente a Abigail. Los ojos, la boca, hasta los colores se mostraban diferentes, más brillantes e intensos. El negro parecía un vacío sin fin, mientras que el blanco era tan fuerte que dolían los ojos si se miraba por mucho tiempo.
—Aún no te presentas —dijo él en un susurro casi íntimo—. Aunque ya se quien eres, Abigail.
—Si con eso intentas calmar mi miedo, te diré que vas por mal camino —respondió deslizando su mano del agarre frío y ligeramente húmedo, lo que le recordaba al tacto de la sombra que la había atacado en su habitación. Tenía la misma piel.
—Mi intención no es calmarte con esas palabras, ya que es obvio que nadie se sentiría cómodo con ellas. Solo comentaba que te conozco —Kagekao mantenía su voz baja, haciendo un énfasis en la misma palabra de saber quién era ella. Sin embargo, con una fugaz risa aclaro para el alivio de su miedo—: Jason me habló de ti, hoy debo quedarme contigo.
El alivio fue tan fugaz como su risa, y la cara de Abigail cayó en el desconcierto más el miedo, que volvía en porciones pequeñas, pero igualmente intensas.
—¿Quedarte conmigo? —pregunto sin creerlo, si, Jason saldría con Adira, pero ella había imaginado que con "quedarse en casa", se refería a estar sola. No acompañada por un desconocido.
—Si, como lo oíste. Me quedaré contigo, pero eso no significa que estaré como un vigilante tras de ti. De hecho podríamos hablar y conocernos, así ya no estarías tan asustada.
—Yo no estoy. . .
—Abigail, estas temblando y tus ojos viajan de mi a otros lados. Cualquiera pensaría que buscas una salida para correr.
En cierto modo era verdad, de manera inconsciente ella se hallaba escudriñando cada pared, la ventana o el pomo de la puerta mientras su mente creaba varias salidas para irse, alejarse de ese hombre que con solo una mirada le helaba el cuerpo. Pero no haría nada. Su instinto estaba loco por escapar, sin embargo si lo razonaba Kagekao no debía ser una persona mala, al final Jason confiaba en él y por los pocos minutos que estaba a su lado, no le había hecho nada cuando tuvo tantas oportunidades de secuestrarla, matarla o lo que quisiera hacer.
Abigail retrocedió un paso para que su cuerpo se relajará, y dejara escapar el aire que se mantuvo contenido en sus pulmones, y luego asintió en respuesta a la idea que había dado Kagekao. Tenía razón, podrían conocerse mejor, ya no seguiría esa tensión en el aire, y el miedo desaparecería para que la noche fuera más relajante, y no un sin fin de horas donde permanecer alerta y despierta, sea el tema principal en la mente de Abigail.
—Bien, comienza tú —dijo resignada mientras caminaba hacia la orilla de la cama, y se sentaba. Al final si iban a hablar por horas hasta que, Jason o alguien más se dignara a ir a ver qué ocurría, necesitaba comodidad.
Por suerte, Kagekao se mantuvo de pié, y una sonrisa nuevamente surco por ambos lados de la máscara.
—Por supuesto, primero es el desconocido. Ya te dije mi nombre, por lo tanto podría hablarte del por qué estoy en el grupo, qué soy, por qué confían en mi para cuidarte, por qué accedí a cuidarte, u otras cosas. Lástima que no se por donde empezar. —La sonrisa se convirtió en una más cruel, más burlesca—. Será mejor que me hagas preguntas, pero para que no sea aburrido y monótono, serán solo tres oportunidades. Luego yo te haré tres a ti, y eso será todo. —Kagekao camino hacia la izquierda en la habitación, de donde tomó una silla (la cual antes no estaba allí, Abigail estaba segura de ello), y la acomodo al medio de la habitación, frente a la cama. Luego se sentó posando los brazos sobre el respaldo de la silla.
Abigail observaba todo en silencio, como se acomodaba y como hablaba. Había algo aún que no la hacía confiar, además que encontraba injusto lo de las preguntas, porque sus dudas eran demasiadas para solo conformarse con tres. Lo malo, es que no sabia por cual empezar, cual era más importante, y por ende ser respondida con más urgencia. Finalmente se decidió con un suspiro:
—¿Por qué estás aquí?
—Una pregunta bastante común, sabía que la harías —Kagekao sujeto su barbilla alzando el rostro hacia el techo—. Tengo un motivo demasiado grande para acompañar a Jason, parte de ello es por venganza, mi vida no fue de las mejores, mi hogar es un asco. Mi Dios es un bárbaro,  y la otra parte sería... Un secreto.
¿Un secreto?... ¿Es qué se podía responder con aquello? Porque lo encontraba de lo más injusto cuando el tema principal era conocerse entre ellos, sin embargo ella se mantuvo en silencio, asintiendo para dar a entender que estaba satisfecha aunque fuera falso.
—Siguiente pregunta, ¿por qué tú? Antes vi a una chica de cabellera dorada, ella parecía bastante cercana a Jason... Podría haber venido ella aquí, a estar conmigo, no tú. Entonces ¿por qué?
—Porque Jason no confía en ella para esto. Si, es fuerte, veloz e inteligente, pero dime tú ¿acaso hubo amistad entre ustedes? No, Adira no sirve para cuidar de otros más que así misma.
—Es verdad, tuvimos un choque, pero fue mi culpa por no prestar atención cuando ella me estaba ayudando.
—Da igual, Abigail. Aunque fueras una excelente persona, ella no te hubiera cuidado. Ahora, última pregunta. —Kagekao inclino su cabeza hacia un lado, como un felino. Su máscara permanecía intacta, mientras que sus dedos tambolireaban en el respaldo de madera.
—Se que quizás desperdicie esta pregunta en una estupidez que ya podría sospechar, pero tú no eres humano, tu máscara cambia fácilmente de expresión y tú piel es fría. ¿Qué eres realmente?

Locura infinita. ★Jason the toymaker★Donde viven las historias. Descúbrelo ahora