Capítulo 4.

6.8K 1.2K 864
                                    

Después de haberse «reconciliado» con el menor de los Kirishima, solo siguieron desgracias. Primero, había oído a su padre tener una extraña charla con un colega por teléfono. A pesar de que no entendía mitad de las cosas dichas, podía deducir que Masaru se encontraba un poco incómodo con la relación de las dos mujeres. Cosas como, «hubo veces en la secundaria en donde estuvo muy interesada en muchachas, ¿y si Hanan es una de sus miles ex novias de las que no me contó?», que realmente no comprendía.

Katsuki se limitó a chistar, ¿por qué debía él encargarse de todos los problemas en esa casa? ¡No era un maldito ángel o algo así! Poco le interesaba meterse en el asunto. Unos días más tarde de ese perturbador encuentro en la madrugada —jamás iría por un vaso de agua a esas horas otra vez—, comenzó su verdadero infierno.

—Haremos un picnic el viernes, así que ve preparando tus mierdas de mocoso en tu mochila porque jugarás con Eijirou todo el día —explicó su madre mientras intentaba colocar correctamente la mantequilla de maní sobre el pan tostado. Katsuki iba a protestar como siempre lo hacía cuando soltó lo peor—. Oh, e irás a la escuela de Eijirou a partir de ahora.

¡De ninguna manera! Katsuki abrió la boca para soltar un grito, pero lo redujo en su garganta y se limitó a ponerse de pie y dejar la cocina a pisotones. Se sentía indignado, ¿por qué pagaban su buena —y única— acción con algo como esto? Cruel. Tomó su mochila, vaciándola de todas las chucherías que contenía. Luego se escabulló para tomar un buen montón de fruta, se despidió de su padre —quien se mantenía muy concentrado en su computadora— con una seña vulgar sin ser visto realmente, y al fin dejó la casa. Estaba escapando.

Decidió que cazaría un perro en el camino, uno grande y fuerte que se alimente de los más débiles, para que así lo acompañase en su travesía. Sería fácil perderse, ya que no conocía el lugar, pensó, así que también necesitaría un can muy inteligente que lo guiase. ¡Debió haber escapado hace mucho tiempo! Pero sus buenas ideas siempre tardaban un poco en llegar. No empacó sus juguetes o ropa, se dijo a sí mismo que a partir de ahora dejaría de ser alguien materialista y aprendería a vivir como un verdadero hombre.

Aunque admite que extrañaría un poco su televisión..., su dinosaurio de juguete —que aun si no rugía ni se movía lo apreciaba un montón—, sus sábanas de héroes ficticios, e incluso anhelaría volver a dejar en ridículo a su padre cuando invite a sus colegas a la casa. Los sándwiches desprolijos de su madre que siempre contenían mantequilla de maní, su lugar favorito para destruir en el patio o los cursis libros de cuentos que su progenitor intentaba leerle, en vano porque no le interesaban. ¿Volvería a ocultar los calcetines limpios de su madre para molestarla? ¡No! ¡Él no necesitaba hacer ese tipo de cosas!

—¡Bakugou! —chilló una voz, interrumpiendo sus pensamientos. No había notado que se encontraba caminando frente a la casa de los Kirishima. Eijirou tenía manchas de lodo en las rodillas, con algunos raspones y un fino trozo de vara en una mano—. ¿Qué estás haciendo?

Por un momento pensó en evadir su pregunta, pero terminó respondiendo—. Si te lo digo, debes prometer que no se lo comentarás a nadie —susurró, en cambio el de cabellos oscuros asintió varias veces—. Tendré una aventura en un bosque mágico, pero para llegar allá necesito una poción.

—Wahh —exhaló—, ¿cómo planeas hacer esa poción?

Intentó no reír—. Recogí casi todos los ingredientes, solo me falta uno.

—¿Cuál?

—Cabello de princesa.

—¿De verdad? ¿Y cómo vas a conseguir algo así? —levantó una ceja.

» Iridiscencia | Bakushima.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora