Reviso los nudos de mis patines por enésima vez deseando que la práctica de hoy en el Cricket club sea lo más rápida posible. Me arden los ojos, me duele el cuerpo, el alma. No ha dejado de doler desde esa noche, Javier. Esa noche... parece como si hubiera sido hace miles de años pero fue apenas hace unas semanas... cuando finalmente me destruiste. Cuando todo en lo que ingenuamente creía se hizo pedazos frente de mí, aplastándome con la cruel realidad: tú no me amas.
El dolor era una bestia oscura que danzaba en mi cabeza, torturándome repitiendo la misma letanía una y otra vez:
"¿De veras creíste que el sentía algo por ti? Pobre niño idiota.
Fuiste solo un juguete en sus manos. Un muñeco patético de usar y tirar."
Aun no sé cómo sobreviví esa noche larga y agonizante.
Solo sé que cuando me desperté al día siguiente, con los ojos hinchados de tanto llorar y una migraña espantosa, mi madre finalmente explotó, furiosa:
—¿Qué fue lo que te hizo ese hombre? Necesito saberlo. Dímelo, Yuzuru. Puedes confiar en mí, amor, después de todo soy tu madre.
Me negué a decírselo. Pero no era necesario. Ella lo sabía. Ella debió de haber leído en mis ojos el amor contenido por ese español, "ese tal Fernández", al mismo tiempo que pronunciaba su nombre con repulsión, como quien pronuncia el nombre de un malviviente, de un asesino.
Después de ese fatídico día, dejé de ir a entrenar una semana entera. No podía dejar de llorar, no comía, era un completo desastre. Hasta que un día mi madre fue a mi cuarto y me confrontó:
—Deja de comportarte de esta manera tan infantil. Eres Yuzuru Hanyu, campeón olímpico y mundial, no una quinceañera derrotada que se la pasa llorando por los rincones porque un imbécil la engañó. Te me levantas en este momento o te llevo arrastrando a entrenar, tú eliges.
Lloré, le supliqué a mi madre que no fuera tan dura conmigo, que aún no estaba listo para verlo, pero ella hizo oídos sordos a mis ruegos y no me quedó más remedio que obedecerla. Verán, cuando se le mete una idea no hay quien la detenga. Creo que ya se dieron cuenta de quien saqué lo testarudo.
A veces quisiera odiar a Javier con la misma intensidad que mi madre y arrancar el recuerdo de sus besos de mis labios, de todo mi cuerpo. Pero es inútil. El corazón no entiende razones y el mío sigue amándolo como si fuera el primer día. No al Javi cruel que me hizo tanto daño sino al que era bueno conmigo, el que me consolaba cuando me sentía perdido, el que sanaba las heridas de mi corazón con sus caricias, el que me hizo conocer el cielo y el infierno al mismo tiempo.
A pesar del intenso amor por Javier que aun palpita dentro de mí, siento náuseas ante la perspectiva de encontrármelo de nuevo en el entrenamiento de hoy. Después de todo, la herida todavía está reciente y sigue abierta.
Decido que lo mejor es no pensar en ello por el momento. Me levanto de la banca tras dar una última ojeada a mis cordones y después de un par de palmadas en las mejillas ingreso a la pista de hielo.
Me doy el lujo de perderme en la música que hacen mis patines sobre el hielo, esa melodía es la única que impide que enloquezca en días como este. A veces siento que el hielo es mi único amigo, porque él siempre está ahí para mí, para escuchar mis penas y reconfortarme.
Dejo que mi dolor hable a través de cada uno de mis movimientos, que mi cuerpo exprese todo el amor que siento por Javi aunque él no quiera verlo.
Patino hasta que el cansancio físico es más fuerte que el emocional. Exhausto, me desplomo en una banca a secarme el sudor e hidratarme antes de tomar mis cosas e irme a casa.
Justo en ese momento, veo a Javier entrar a la pista con... ella. Con la mujer que Javier ama, con mi rival. Muy juntos, con las manos entrelazadas, acaramelados.
Mi vista se nubla debido a las lágrimas que se amontonan en mis ojos. Quiero llorar, quiero gritar, quiero salir corriendo, pero mi cuerpo no reacciona. Permanezco sentado, demasiado aturdido para hacer algo.
Javier voltea hacia donde estoy y al darse cuenta de que lo observo, desvía la mirada. Suelta la mano de Miki abruptamente, quien lo mira sorprendida.
—¿Pasa algo, amor?
El niega con la cabeza y murmura algo en su oído. Miki asiente y suelta la mano de Javier quien se dirige presuroso a la oficina de Brian. Pasa a mi lado, sin saludarme, como si no me conociera.
El cuchillo se va hundiendo lentamente en mi corazón y no sé cuánto más pueda resistir.
Como si no fuera suficiente, Miki se acerca hacia donde estoy, y me abraza, toda risas y felicidad. Yo le correspondo con la mejor de mis sonrisas falsas. Nadie debe darse cuenta de mi debilidad. No quiero que nadie me vea humillado, destruido.
—Yuzu- kun, ¿Cómo estás? Hace tanto que no nos vemos.—me dice con ese tono de superioridad que ama utilizar con los demás, sobre todo conmigo.
—B-bien, Miki-san. Mejor que nunca —mentí.
Al parecer, Miki no se traga mis mentiras y me mira con un dejo de... ¿Lástima? No lo sé, ni quiero averiguarlo y ella tampoco quiere detenerse en eso. De repente, su expresión se suaviza y me dirige una mirada cálida. Está ansiosa por decirme algo, puedo verlo en sus ojos.
—Qué bueno que te encontramos antes de que te fueras, sé que eres el mejor amigo de Javi y queríamos que fueras el primero en saberlo.
No, por favor, que no sea lo que yo pienso. Puedo soportarlo todo menos eso. Por favor, Dios mío, haz que se calle.
—¿Saber qué?
—Que Javier me propuso matrimonio.
Mi mente se queda en blanco por unos segundos, tratando de procesar sus palabras, como si de repente hubiera perdido la capacidad de pensar. Miki se me queda mirando extrañada y yo, incapaz de comprender del todo lo que esta pasando, le contesto lo primero que viene a mi mente:
—Pero, pensé que ustedes estaban peleados.
—Bueno, aquello resultó ser un desafortunado malentendido, Javier ya me lo explicó todo.
—¿Todo?—trago saliva. ¿Acaso Javier se atrevió a contarle lo de nosotros? No, no lo creo. Si no ella no estaría frente a mí, tan tranquila. —¿Qué fue exactamente lo que te dijo?
—Quizás no debería contarte esto, después de todo es algo privado... bah, que más da, si no lo hago yo, seguramente él te lo dirá— dijo riendo y acomodándose nerviosamente los cabellos sueltos que caían de su peinado detrás de la oreja- Para no hacer la historia más larga, Javier admitió que me engañó con una mujerzuela que conoció en un bar, pero que no fue nada de importancia, solo sexo.
Siento como algo se rompe dentro de mí, la herida de mi corazón finalmente se abre y empiezo a desangrarme. Miki no parece notar la palidez de mi rostro y sigue hablando. Tardo un buen rato en retomar el hilo de la conversación.
—...Y la verdad le agradezco su sinceridad. Lo admito, al principio cuando me di cuenta de su infidelidad estaba tan furiosa que regresé a Japón ese mismo día, decidida a terminar con él definitivamente. Cuál fue mi sorpresa al ver que Javier fue a buscarme para decirme que me amaba, que lo sentía tanto y ¿qué te puedo decir? Lo perdoné. Porque lo amo y él es todo para mí.
Siento deseos de tomarla de los hombros y zarandearla, de gritarle que amo a Javier, que lo deje en paz, que él es mío, mío... hasta que recuerdo que no lo es, que nunca lo fue.
Ya no quiero seguir escuchándola así que murmuro un rápido felicidades y antes de que pueda responderme, me escabullo hacia donde nadie pueda ver mi dolor.
Lágrimas empiezan a inundar mis ojos, trato de secarlas rabiosamente pero no se detienen, al igual que los sollozos que poco a poco van haciéndose más sonoros, más dolorosos.
El aire me falta, todo me da vueltas. Me agarro de la banca para no caer, mientras trato de controlar mi respiración que empieza a volverse errática.
Pero es inútil. Poco a poco la oscuridad se apodera de mí, cubriéndolo todo.
Lo último que veo antes de perder el conocimiento es a Javier entrando al vestidor y gritando mi nombre.
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TRES SON MULTITUD
FanficJavier Fernández es un exitoso patinador artístico que entrena junto a su mejor amigo y acérrimo rival Yuzuru Hanyu. El amor también le sonríe: tiene una relación estable con su novia Miki con quien planea casarse pronto. Pero, un día unas pastilla...