Capítulo 2: Madrid.

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Decir que Madrid es mi ciudad favorita en todo el mundo puede que sea mucho decir, aún así, está y estará siempre en mi top 5.

Me acuerdo cuando pisé esta ciudad por primera vez, yo tenía 12 años recién cumplidos, mis padres decidieran hacer una escapada de última hora y venir a visitar a mi prima, que por aquel momento se encontraba estudiando arquitectura. Siempre la he admirado, tan espontánea, siempre con una sonrisa.. quería ser como ella.

También es necesario mencionar que España acababa de ganar el Mundial de fútbol, y yo como seguidora que era de la selección, lo único que quería realmente era sacarme una foto con Iker Casillas. Lo cual no pasó. Ni pasará.

Desde el momento que llegué a Madrid supe que en un futuro, yo también quería estudiar aquí, aunque con el paso de los años esa fantasía se iba escondiendo más y más, nunca llegó a desaparecer del todo; seis años después me matriculaba en la Universidad Rey Juan Carlos, lista para cumplir la fantasía.

Siete años más tarde, a punto de cumplir los 19 años, llegaba a Madrid lista para empezar el segundo año de carrera, sin saber que todo lo que iba a pasar sería, exactamente, una fantasía.

—¡Miriam!— gritó Emma desde la ducha sacándome del trance en el que me hallaba—. ¿Has visto mi champú? Creo que me lo dejé encima de la cama.

Y en efectivo ahí estaba el champú de Emma.

—Si, está aquí, ¿quieres que te lo acerque?

—Si, por favor—. me contestó Emma mientras yo ya me dirigía hacia el baño.

Ayer, después de llegar a Madrid, nos vinimos para un hotel, ya que no eran las diez de la noche unas horas muy adecuadas para avisar a la casera y instalarnos ya en el piso.

Hoy era lunes, habíamos quedado con la dueña del piso a las once y media para la entrega de llaves y todas esas cosas. Eran las diez y media y Emma llevaba ya media hora en la ducha... y las que le quedaban, así que decidí bajar a desayunar yo sola, cruzando los dedos para que al menos estuvieran mis padres allí y no estar solísima.

-¡Emma! Voy a desayunar, baja cuando estés lista.- le decía a Emma mientras abría la puerta.

-¡Vale! En cinco minutos estoy.

Cinco minutos... dejémoslo en quince.

Pues en efectivo, mis padres no estaban a la vista, así que tocaba enfrentarse al desafío: desayunar yo sola. Si, lo sé, suena dramático, soy demasiado dramática, pero todo rodeado de gente en compañía, hablando, riéndose, haciendo planes para el día... y yo aquí mirando al móvil mientras le doy un mordisco a la tostada. Justo en ese instante el chico que llevaba rondando mi cabeza desde finales de junio acababa de subir un nuevo post a Instagram.

Olvídalo Miriam, pensé. Pero por mucho que intentase evitarlo era imposible, literalmente imposible, pasar un solo día sin dedicarle un maldito pensamiento. Increíble. Si Emma se enterase.. ¡Sería el fin del mundo! Por mi propio bien espero que eso no pase nunca. Ingenua.

Después de acabar de desayunar por mi cuenta, sin haber recibido todavía señales de Emma, me decidí por recoger mi bandeja de desayuno y subir a por Emma, no sin antes cogerle un café... que se tendría que beber de camino si queríamos llegar puntuales.

Para mi suerte, una vez abrir la puerta de la habitación Emma se encontraba dispuesta a salir. ¡Por fin!

—¿Se puede saber por qué has tardado tanto?

—Porque... Ya sabes, cosas de chicas—me contestó Emma con una sonrisa culpable.

— Si... Si. Pues que sepas que por tus cosas de chicas—dije haciendo énfasis en 'cosas de chicas'—. Te has quedado sin desayuno, tienes suerte que soy la mejor amiga del mundo y te he traído un café para que te lo tomes por el camino.

—Miriam, en serio, necesitas relajarte un poco—colocó un mano en mi brazo como gesto de consolación—. No te vendría mal echarte un novio— añadió guiñándome el ojo izquierdo. Y yo rápidamente pillé el mensaje, ¿pero esta qué se creía?

***

—¡Hasta otro día!— Nos decía Elena, la dueña del piso que Emma, Brisa y yo habíamos alquilado, mientras se alejaba del Starbucks en el que quedáramos.

Después de hacerle un gesto de despedida con la mano me giré hacia Emma.

—Vale, y ahora, ¿qué?—le pregunté.

—Ahora qué, ¿qué?

–¿Qué ahora qué qué?–solté un bufido–.¡Madre mía Emma! ¿Quieres bajar de las nubes de una vez por todas?–Emma rodó los ojos–. Me refiero a que hacemos ahora, ¿vamos al piso a pintar la mona? ¿O vamos a buscar nuestras pertenencias para llevarlas al piso?

–La opción dos está bien–dijo Emma mientras dirigía la vista otra vez al móvil.

Y dicho esto, salimos Emma y yo del Starbucks para coger el metro que los dejaría cerca del hotel en el que estábamos. Durante todo el camino Emma no separó del móvil ni para pasar el ticket por el control al entrar en el metro, y si no llega a ser por mi, hubiese metido el pie en el hueco que hay entre el metro y la parada. ¡De nada por salvarte la vida, Emma!

Y no, para aclararlo, no, no estoy enfadada con Emma, ni mucho menos. Simplemente Emma y yo somos distintas. Emma es despistada y extrovertida; yo, soy atenta e introvertida. A Emma le gusta dejarse llevar por el momento, y que pase lo que tenga que pasar, que oye, a mi en su momento también me gusta, pero hay cosas que desde luego necesitan una mínima planificación, y el dejarse llevar de Emma en ciertos momentos me pone de los nervios, como ahora. Y que se pase el puñetero día pegada al móvil. ¡Madre mía! Ni que fuera necesario para respirar, o muy poca vida social tengo yo, no sé.

Entre esto y lo otro Emma y yo ya nos encontrábamos con mis padres, (quienes aún estaban desayunando cuando llegamos al hotel, por cierto), bajando las cajas del coche para subirlas a nuestro nuevo piso. ¡Yuhu! Casa para Emma, para Brisa y para mi, sin normas, todavía, y lo mejor, ¡sin comida de residencia!

–¡Me pido la habitación más grande!–dije a la vez que echaba a correr, una vez habíamos abierto la puerta.

–¡Serás cabrita!–decía Emma, a la vez que empezaba a correr detrás mía.

Y entre subir caja tras caja, salir a comer, y deshacer más cajas y maletas y todo, Emma y yo nos acabamos instalando en Madrid por segundo año consecutivo. Esta vez, como personas responsables que comparten piso y no dependen de alguien que les deje todo hecho, como el año anterior en la residencia, ¡que emocionante!

Besa la verdad | Marco AsensioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora