2. La ironía de la ventana

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Uno de los momentos más satisfactorios de mi día era aquel en el que mi sesión de estudio terminaba. Generalmente comenzaba a eso de las siete de la tarde y duraba hasta las nueve, luego me ocupaba de ordenar todo lo que había utilizado y me preparaba para tomar un merecido descanso en mi cama, con una taza de té caliente y el libro que estaba leyendo en ese momento. Era ese régimen el que me había estado manteniendo cuerdo este primer mes y medio de clases.

Acababa de apagar mi computadora y me disponía a guardar los libros de texto que había utilizado, al igual que mi cuaderno de notas y los millones de lapices, destacadores y Post-It que se hallaban desparramados en mi escritorio. Pero unos enérgicos golpecitos en mi puerta me interrumpieron.

Sólo había una persona en el mundo que golpeaba de esa forma tan frenética e irritante todas las puertas que se le ponían en frente, por lo que mi primera reacción fue un quejumbroso "Ugh" Me quedé inmóvil, pensando que tal vez si no emitía ni un sonido esa personita terminaría alejándose y volviendo a la cueva de la cual había salido. Luego recordé que era extremadamente insistente y con dolor en el alma me rendí.

Fui hacia la puerta, tomé la manija y solté un suspiro resignado. Apenas la abrí una lluvia de confeti, brillantina y papel resplandeciente chocó contra mi rostro sin ningún respeto, desparramándose por mi cabello y cuello.

-¡Feliz cumpleaños!- la emoción de esa voz, femenina y clara, confirmó mis sospechas acerca de quién había llegado a fastidiar mi noche.

-No estoy de cumpleaños.- gruñí, sacudiéndome el cabello y observando con pesar los trocitos de papel y brillantina que caían sobre la alfombra.

-Yo sí.- me informó la chica.

Dana era una muy querida amiga, pero a veces me preguntaba si es que su madre la había dejado caer de cabeza contra el piso de bebé. Algo estaba mal con ella, aunque no sabía qué.

La chica me observó con una brillante sonrisa y luego me hizo a un lado para entrar a la habitación, cerré la puerta con pesar y me preparé mentalmente para escuchar qué rayos sucedía ahora. Se dirigió hacia mi escritorio y miró superficialmente los vestigios de mi trabajo y echó el resto de la brillantina y confeti sobre mis cosas, completamente consciente de que eso era algo que me iba a molestar a nivel espiritual.

-Creí que habíamos quedado en que no vendrías a esta hora a menos que tuvieras una emergencia mortal.- le recordé.

Me gustaba pensar que era una persona organizada, y parte de ser así significaba tener horarios claros en cuanto a mis actividades diarias. De siete a nueve, de lunes a viernes, reforzamiento académico. De nueve en adelante un merecido descanso, y Dana no calzaba con la definición de descanso que tenía en mente.

-Es mi cumpleaños.- canturreó.

Me encargué de nivelar mi temperamento y la observé con seriedad, estaba listo para darle un sermón acerca del respeto hacia los acuerdos y la privacidad, incluso había alzado el dedo indice al cielo para comenzar. Pero entonces noté algo.

Si alguien me preguntaba cual era el estilo de Dana, yo tenía que decir que era más bien casual y natural. No utilizaba ropa demasiado llamativa y tampoco solía maquillarse en el día a día, pero su largo y ondulado cabello negro siempre estaba perfecto y eso era suficiente para que la opinión publica la considerara linda.

El detalle aquí era que, justo en ese momento, estaba perfectamente maquillada. Sus pestañas se habían alargado varios centímetros y sus ojos marrones resaltaban gracias a la magia de las sombras, además de que estaba seguro de que algo se había puesto en la boca para hacer resaltar sus labios. Esto no era normal.

La Primera RupturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora