8. La inexistencia del amor

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Si había algo que me gustaba de mi universidad era la gran cantidad de zonas de esparcimiento con las que contaba. Alrededor de la facultad de ciencias sociales habían áreas verdes con mesas a la disposición de los alumnos y un gran salón de descanso que colindaba con la biblioteca.

Mi sitio preferido por aquella época del año era el exterior, por lo que me encontraba recostado en el pasto perfectamente cortado, bajo un árbol de frondosas hojas que brindaba la cantidad justa de sombra. Como siempre utilicé mi mochila a modo de almohada y leía perezosamente un articulo acerca de los hechos sociales, el cual estaba repasando para mi próxima clase.

El asunto era que leer recostado estaba siendo todo un desafío por culpa de no poder sostener mi tablet con ambas manos, así que pasar de una hoja a otra y resaltar párrafos era más tedioso de lo que debería. Solté un suspiro resignado y me senté, colocando la mochila entre mis piernas cruzadas y apoyando sobre ella el tablet.

Antes de continuar con la lectura noté que la pantalla mostraba más nítidamente mi reflejo que las palabras y rodé los ojos exasperado, entonces decidí que tal vez esa hora del día no era la mejor para leer en dispositivos móviles. Guardé la tablet luego de apagarla y volví a recostarme como estaba anteriormente, pero antes de hacerlo le eché un rápido vistazo a Dana.

Ambos nos encontrábamos en tercero de sociología y compartíamos gran parte de nuestras clases, por lo que no era raro que pasáramos varios días a la semana juntos. Ben se integraba cuando sus horarios chocaban con los nuestros, y yo lo veía casi todas las noches cuando volvía a la residencia.

Dana estaba sentada junto a mi, con la espalda apoyada en el tronco del árbol y organizando sus anotaciones, cosa que hacía constantemente, pues sus apuntes eran un completo desastre y ordenarlos le permitía organizarse y estudiar al mismo tiempo. En la mano sostenía un lapicero de tinta verde, pero frente a ella había una oferta colorida e incluso brillante.

-¿Cuándo es nuestra presentación de antropología?- preguntó enterrándome un lápiz en el hombro para llamar mi atención.

-Ya lo anoté en el calendario.-

-Perfecto.-

-Cuando llegue a casa te lo enviaré, anoté las fechas de todo lo que tenemos que hacer en el mes.- le dije.

-En ese caso puedo despreocuparme.- dijo animada.

La observé cerrar su cuaderno, echar su ridícula cantidad de lapices dentro de un estuche demasiado grande y luego meter todo sin ningún orden dentro de su bolso. Luego tiró el pobre bolso a un lado y procedió a recostarse sobre su estomago, utilizándolo de almohada, porque eso era lo más inteligente que se podía hacer.

-No te despreocupes más de la cuenta.- le pedí.

-Demasiado tarde.- suspiró.-Ahora hablemos de cosas más importantes.-

-Ay, no...- suspiré llevándome ambas manos al rostro.

-Entonces, como te estaba diciendo en la mañana... le pedí a Alex que dejara de llamarme, porque no es tan fabuloso como pensé y no tengo tiempo para esperar que mis ilusiones se concreten.- dijo con rapidez.-Y al parecer no quiere dejarlo ir, porque anoche me llamó y me dio un largo discurso acerca de cómo se estaba sintiendo y diciéndome que era la chica más genial que había conocido en la vida, que no podía dejar de pensar en mi y todas esas idioteces que dicen los tipos desesperados por atención.- continuó.-Lo único que espero es que se dé cuenta de que no, es no... y que me deje en paz.-

-Si no se le pasa dentro de unas semanas deberías preocuparte.- le dije.

-Es inofensivo.- dijo despreocupada.-No creo que tenga el gen de acosador, pero nunca se sabe.-

La Primera RupturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora