22. Sigue corriendo

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Antonio estaba al otro lado de la puerta de cristal mirándome con sus gélidos ojos celestes, siendo igual de demandante e indiferente que cuando lo había conocido. La demanda era clara, necesitaba que le abriera la puerta para entrar a casa y echarse sobre su sillón favorito. Esperaba paciente y serio, como si no pensara rebajarse a maullar.

Me quedé unos cinco minutos mirándolo mientras esperaba que papá bajara de la habitación, y cuando escuché sus pisadas le sonreí al monstruo y le di la espalda, no pensaba abrirle.

-¿Estás listo?- me preguntó papá.

Ambos llevábamos ropa deportiva y estábamos preparados para salir a correr un rato por el vecindario. Era una de las actividades obligatorias que tenía cuando volvía a casa a mitad de año, servía tanto para relajarme como para pasar un rato de calidad con él. Con mamá la actividad era sorpresa, el año pasado me había llevado a ver una obra de teatro que odió y durante la cual no paró de hablar. Y Maya, ella me dejaba elegir a mí.

Salimos de la casa y lo primero que noté mientras trotábamos era que el cielo sobre nuestras cabezas era gris y tormentoso. El frío se colaba bajo mi ropa y mi rostro estaba completamente helado, al igual que la punta de mis dedos.

Ahora que mi brazo había sanado ya se había desplegado una lista de tareas por corregir en mi cabeza, que de hecho me hacían creer que el segundo semestre sería mejor, al menos en el ámbito netamente formativo. Podría volver a mis métodos de estudio, ya no dependería de esa grabadora del mal ni de las notas que Dana me prestaba amablemente.

Sólo me quedaba una duda. Antes tenía asumido que apenas me quitaran el yeso iría a la oficina del entrenador Sanders a reportarme, para hacerle saber que estaba listo para volver a ser jugador titular del equipo y que dispusiera de mis habilidades. Lo tenía completamente claro. Pero ahora estaba dudando.

Apresuré el paso cuando estábamos a punto de llegar al linde del condominio, donde comenzaban los muros del frente, y di una vuelta en U para comenzar a retirada a casa. Normalmente este ejercicio duraba dos horas, pero quería volver pronto y comenzar a preparar mis cosas para el viaje de vuelta a la universidad. En realidad, yo no necesitaba nada, pero mi misión era apresurar a Dana.

Estábamos en la mitad del camino y papá iba adelante de mi, por lo que lo vi detenerse e hice lo mismo. Él se sentó en la acera y comenzó a beber agua de su botella de aluminio. Miré hacia el final de la colina e hice algunas elongaciones antes de ocupar el lugar junto a él.

Por todo lo que había sucedido las dos semanas que llevaba en casa podía adivinar que tanto él como mamá querían hablar conmigo, pero que estaban tratando de adivinar cómo hacerlo. Era extraño, pues nunca antes les había costado preguntarme acerca de asuntos personales o importantes. Mi teoría era que la magnitud del aislamiento por el que me hice pasar en las vacaciones los confundió y tenía sentido, nunca antes me había comportado así.

-Ya.- suspiré.-¿Qué pasa?- le pregunté.

Papá se deslizó la mano por el cabello para alejarlo de su frente y se quedó mirándome por unos instantes. Siempre me había costado prever qué iba a decir, tenía una forma de examinar a las personas bastante enigmática e incluso yo que había vivido con él literalmente toda mi vida no era capaz de adivinar.

-¿Qué tal la universidad?- preguntó y, como sospeché, no adiviné.

-Creí que ibas a preguntarme por Alice.- admití.

-No quiero preguntarte de cosas acerca de las que no quieres hablar.- indico.-Además, creo que ya tienes a suficientes personas apoyándote con ese tema.- agregó.

La Primera RupturaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora