Capítulo 8

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"La ilusa que creyó que su príncipe llegaría"

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"La ilusa que creyó que su príncipe llegaría". Aquel será el nombre de mi historia.

La dona glaseada me devuelve la mirada. La tensión en mi estómago aumenta.

Me siento ridícula... Otra vez.

Quizá si le llamara...

Pero el hombre se va a casar, se va a casar, y van a tener cientos de bebés exitosos.

Respiró, melancólica y empiezo a comer la mitad de la dona.

Debí pedir otra de chocolate... Un helado sería perfecto... Chocolate... Y de nuevo Orgullo & Prejuicio. ¿Por qué la cafetería no tiene televisor?

-Se ve afligida - el señor que atiende detrás de la cabina se acerca.

Está aburrido y quiere saber chisme.

—Sirvame otro vaso con leche caliente, por favor —pido, mirando la dona como si fuese un gran tesoro —y que sea cargada, no tenga piedad con el chocolate —golpeo la tarima con el vaso.

El señor sonríe, al parecer divertido y empieza a hacer lo que le pido.

—¿Sabe? Aunque no lo crea esto ocurre diario —afirma, entregandome el vaso ahora lleno.

Lo miro inquisitiva, frunciendo el ceño. ¿Qué clase de gente viene a este lugar?

—Pena del corazón, supongo —empieza a pasar un trapo seco por algunos vasos —Si me dieran un dólar por cada vez que he visto esa mirada...

—Es algo muy tonto —tal vez sea por la dona, tal vez sea por el chocolate cargado pero por alguna razón empiezo a contarle al hombre lo que siento —Hasta hace poco, creí que nunca volvería a toparmelo,  ni siquiera lo entiendo, es sólo... que cuando lo observó... y está a pocos pasos de mi... todo vuelve, como un remolino.... Me da miedo esto, me da enojo incluso, no es posible que después de nueve años siga así.

—Ya veo... —asiente, comprensivo—Un sentimiento así es difícil de romper.

—No es sólo eso —le detengo antes de que diga algo cursi, suficiente tengo conmigo —Eso solo lo sentía yo, él... se casara -sonrió, triste —Dos —levantó dos de mis dedos —Solo dos meses y se casa el amor de mi vida.

—¿Le has dicho lo que sientes? -Lo miro con cara de "¿Está de broma, no?" —Ese es el problema —afirma, colocando los vasos en repisas —Nunca supiste lo que opinaba, no puedes quedarte así, nueve años has estado reprimiendo tus sentimientos, tratando de enterrarlos cuando éstos no dejaban de salir a flote.

—¿Le has dicho lo que sientes? -Lo miro con cara de "¿Está de broma, no?" —Ese es el problema —afirma, colocando los vasos en repisas —Nunca supiste lo que opinaba, no puedes quedarte así, nueve años has estado reprimiendo tus sentimientos, tratan...

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—¿Esta vacío? —pregunta una voz, y ¡vaya voz! Como si no la conociera.

Resignada, levantó el rostro. Veo el turquesa.

Asiento con la cabeza mientras observó cómo el dios griego toma el lugar a mi lado.

—¿Puede imaginarse, señorita Wilson —alardea —Lo sorprendido que me encontré al verla aquí? —sonrie, una sonrisa forzada —¿Debo pedir un taxi, puesto que está demasiado ebria para conducir?

Sonrío, pero al igual que él no lo logro del todo. Ambos lo pasamos de largo.

—Espero no vomitar en el camino —sigo el juego, cualquiera que sea —Puede que incluso necesite ayuda para llegar al taxi.

El pasado se mezcla con el presente, la sombra de sus ojos, de su sonrisa, parecen chocar con el de ahora, con el hombre que está a mi lado.

—Tengo hombros fuertes —¡y vaya que sí! —Tendré que hacer un gran esfuerzo... Pero supongo que podré hacer algo.

—¡Oh, que haría sin usted, señor!

Es una conversación triste, desconcertante, confusa, pero a pesar de ello él está ahí

El hombre no podría ser más perfecto.

Ríe bajo y yo no puedo contener está emoción que se abre en mi estómago y empieza extenderse por todo mi cuerpo. Maldita perfección.

Sus ojos son turquesa, su piel broncinea y siento la gota de baba que cae de mis labios.

El clava la vista en mi, animado, pero no pasa ni un segundo cuando sus labios caen, y una pizca de tristeza –de contenida emoción– aparece en su rostro, en sus ojos.

—Pasó mucho tiempo —murmura, aún con la sombra de una sonrisa fallida —La última vez que te vi, teníamos... —sus ojos viajan por el café de la tarima, el blanco de la taza y el azulado de las paredes —Catorce años.

—Nueve años después y aquí estamos —tú a punto de casarte y yo rendida. He perdido —pero... No entiendo, David —entrecierro los ojos, quiero ver más que el hombre a mi lado, quiero ver más que aquellos brazos fuertes y un futuro prodigioso, necesito ver al chico, necesito ver a mi amigo.

Entiende, asiente. Comprende. Sabe lo que quiero saber.

—Ocurrieron cosas cuando regrese a Canadá —señala, mostrando que será lo único que dirá —Es... un asunto delicado, me gustaría que lo mantuvieras en secreto, al menos por ahora.

Enarco la ceja, no queriendo cambiar de tema pero es inútil ya que él no va a dar el brazo a torcer.

—Asi que... Periodismo.

—Sí —el aire fluye por mi pulmones, pesado —Fue algo difícil al principio —susurro, con la vista clavada en el chocolate —Comence por un trabajo sencillo en el ayuntamiento... Pagaban mal —zarandeo la cabeza —Pero por suerte logré llegar aquí, a dónde estoy.

—Si hubiera venido antes... te habría apoyado -dice, distraído.

Si voz me sabe a ilusión, a esperanza, a un futuro perdido, a un futuro que quiero, que deseo.

—Me siento cómoda así.

El silencio se expande, y no puedo decidir si es cómodo o no.

—En hora buena, por cierto —las palabras salen, más a fuerzas que de ganas.

Levanta el rostro. Me observa, me evalúa. Mi rostro cae, cubierto de tristeza contenida. No me veas.

Siento el nudo en mi garganta, la desazón cubierta con mareos. Alzo los ojos.

Un temblor, un gusano, un trueno, no se lo que es, pero mi cuerpo vibra.

—Es la mujer de mi vida.

The Wedding Jacket |Cazadora de Bodas|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora