VIII La confesión

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 -¿Donde...dónde estoy?

Suad apareció en los jardines de palacio, justamente entre los dos árboles en los que besó a Abisai por primera vez. Rápidamente, recogió el libro del suelo y corrió, corrió a la entrada del palacio, donde se encontraban sus padres. Su padre lideraba a los esclavos que estaban apagando el fuego, mientras que su madre estaba tumbada en el suelo, intentando ser reanimada por sus doncellas, cuando Suad llegó hasta ella.

-¡Madre!¡Madre! ¡Despierte por favor!

El rostro de Suad se cubrió rápidamente de lagrimas, pues no podía creer lo que estaba viendo, mas una voz hizo que dejase de llorar.

-Suadyekara, hijo mío... no voy a salir de esta.

-¡No diga eso, madre!¡No me mienta!

-No miento hijo, solo digo verdades. Al fin y al cabo, es lo que Anubis quiere.

-Madre, yo...

Casi no podía hablar. Su cara volvía a estar envuelta en lágrimas. Pero, de repente...

-Suad... Prométeme que cumplirás mi última voluntad.

-Pues claro madre. Dígame, que es lo que quiere que haga.

-Ve con Abisai

-¿Qué? ¿Tu... Lo sabías?

-Claro. Vi cómo os mirabais

-Se fuerte Suad. Adiós.

-¡¡Madre!!

El incendio se había conseguido apagar, y el castillo estaba como si no hubiese quemado nada. Mas, el agua que apagó las llamas del castillo, también fue el agua que apagó la llama del corazón de su progenitora.

-Suad... Entremos dentro.

-De acuerdo padre.

A pesar de la seriedad de todos, lo único que se podía respirar en el ambiente era ira. No había nadie en palacio que no estuviese pensando en alguien que no fuese la reina, y, mientras Neferusobek consolaba a su hijo, estaba pensando en una venganza, pues puede que Mesopotamia hubiese ganado la batalla, pero no ganaría la guerra.

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