II

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  Era la hora de salida; el mejor momento de todo el día donde podía gritar "libertad", tirar mi mochila y correr hacia mi casa.

Pero lamentablemente no era así.

—¿No crees que seria buena idea poner un candado a tu casillero? —Decía Mei, quien me ayudaba a recoger la basura que los estúpidos bravucones ponían dentro de mi casillero.

Esto ya era normal para nosotros, era como nuestro pan de cada día. Lo bueno de este tiempo es que si yo quisiera, podría ejercer mis derechos como mujer, pero como soy yo, no creo que a nadie le importe.
Era algo gracioso, por que aun sabiendo todas sus estrategias, ponían las mas estúpidas para molestarme.

—Son tan idiotas que no se dan cuenta que no tengo nada en mi casillero. —Reí.

—Tu siempre tan precavida.

—Soy un desastre después de todo. —Dije.

Era verdad.
No sabia el por que siempre me pasaban muchas cosas malas a mi. No se si fue por que una bruja me lanzo una maldición por el simple hecho de que mi padre en su época de juventud no la invito a salir o por que el diablo estaba tan aburrido que decidió escoger a un alma tan pura y divertirse con ella hasta que esta muriera.
Yo escogí la tercera opción; la vida no es lo mio.

Tras tocas el piso del exterior, para mi significaría un nuevo desafió. Llegar bien a mi casa era como una lucha entre la suerte y yo.
Al pisar el primer escalón, había sido empujada y justamente, en ese preciso momento había entrado en pánico. Voltee lo mas que pude hacia Mei, quien me veía con gran impresión e intentaba torpemente agarrarme de cualquier forma, pero agarrarme. Cerré los ojos fuertemente, hasta que sentí el como había aterrizado bruscamente sobre el lodo.

—¡Uraraka! —Gritó mi amiga desesperada.

La verdad no me importo demasiado. Lo que mas importaba eran la mochila que mi propio bien estar.

Sentí las miradas de la gente que cada vez se hundían sobre mi espalda; hice caso omiso y posteriormente me volví a poner de pie.

—Será mejor... que tomes esto. —Dijo Mei tras quitarse su chamarra de cuero y ponérmela sobre la cintura.

—¿Tan mal esta? —Le dije. Suspire.

—No querrás verte cuando llegues a tu casa. —Bromeó.

A lo largo de la zona, se podían escuchar carcajadas, voltee y eran aquellos idiotas que no tenían nada mejor que hacer que ver su vida pasar lentamente por sus ojos hasta pudrirse.
Era doloroso sentir vergüenza en los primeros errores de mi vida, pero llega a ser tan recurrente, tan agobiante que ya no te preocupas por eso; ya no te preocupa ser el centro de burla o lo que todos ven. Pero según mi ideología, según mi forma de pensar, todo tiene un limite. Y yo estaba por llegar en el.

Salí del campo de la escuela y como siempre, me fui directamente hacia mi casa yendo a la ruta mas corta. A lo largo de mi travesía, veía como gente de mi edad (los típicos adolescentes) se desviaban de su rumbo. Claro, por que ellos tenían algo mas que hacer. Digo, no es mi culpa no tener una vida social de maravilla o un carnet donde estén todas mis virtudes.

—Tal vez soy egoísta al juzgar a personas de las que celo. —Dije para mi misma.

—Si sigues haciendo esa cara, te aparecerán arrugas.

Innata, mire hacia la dirección contraria, y ahí estaba el... El chico que invade mis pensamientos puros e inocentes, el que pone mi mundo de cabeza y hace que me vuelva mas torpe de lo que soy.
Aun siendo el chico perfecto del cual admiraba, también lo envidiaba demasiado. Podrá no ser del mismo genero que yo, del mismo salón, personalidad o estatura; pero siempre le tendré celos a la persona que quiero.

Querer...

—¿Qué haces aquí? —Trataba de parecer lo mas natural posible, pero tras haber pasado aquel momento tan vergonzoso donde lo mas probable, el lo haya apreciado todo a resolución, no tenia coraje para mirarlo.

¿Recuerdan haberles dicho que no me importaba en lo absoluto lo que dijeran de mi?
Lo retracto completamente.
Retractare todo, si se trata de el.

Todoroki estaba sobre su carro, escuchando su recopilación de canciones eufóricas y que por cierto,son verdaderas joyas.

—¿Estás bien? —Miró el como trataba de ocultar la evidencia de lo mas claro. —¿Por qué no me dijiste que había ocurrido algo así?

¿Eso significaba que no lo había visto?

—¿De que hablas? —Le dije tratando de hacer oídos sordos e ignorando aquella situación.

Entonces el rió.

—Te conozco como la palma de mi mano. —Puso su mano frente mi visión y posteriormente la cerro como signo de dominio. —Se cuando me estas mintiendo. Lo se desde los cinco años.

Era gracioso.
E Irónico.

¿Cuántas mentiras le llevo diciendo en su cara? ¿Cien? ¿Doscientas?
Y si, siempre me descubría infragantti.
Pero entre esas doscientas mentiras, hay una que, hasta la fecha, no ha podido delatar.

Me había quedado hipnotizada ante sus encantos.
Entonces no pude evitar decirlo...

—¿Por qué... te alejaste de mi?

 te alejaste de mi?

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Imperfecta || TodochakoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora