Prólogo

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­En ocasiones se siente un peso en el corazón tan grande que parece que esté se saldrá de su lugar, muchas veces el desprecio de quienes amas o el desvalor que estos te dan, es peor que una puñalada por la espalda de un enemigo, al menos está es esperada y natural, pero el desprecio de un familiar puede no solo dañar el auto estima si no también desvanecer las gana de vivir de una persona. Pero como se le puede llamar a una persona que pese a todo esto avanza, por el bien de todo aquel que ama sin importar cuánto le hayan herido, con una esperanza desesperada en el pecho por el porvenir y que cada vez parece oscurecerse más.

Era una noche tormentosa en la cual no se podía distinguir entre el tronar de los relámpagos y los gritos de mujer debido a la labor de parto, él joven médico que atendía aquel alumbramiento sostenía en sus brazos a dos criaturas con la amargura reflejado en el rostro pronuncio las siguientes palabras.

–––Este fue un parto muy difícil, no sé si esta bebe sobreviva esta morada, la otra ya murió. ––– Con lágrimas y furia en su hermoso rostro la mujer contesto.

–––No es de mi interés, mi hijo, mi querido bebe acaba de fallecer, no me importa esa criatura repugnante, yo ya tengo a un hijo varón el cual será el rey de este reino pero yo quería otro hijo. –––O si, esta fémina era la reina, una hermosa dama de cara afilada, cabellos obscuros como la noche, ojos del mismo color pero, penetrantes tanto que al verlos parecía como si pudiese ver dentro las almas de las personas, más que quererle había que temerle, podía imponerse ante cualquiera, sin embargo había perdido su hermosa figura y por ello se amargo, ya que ella era muy vanidosa. Ante esta contestación el pobre chico no supo como contestar solo agacho la cabeza y centro su mirada en las criaturas postradas en sus brazos cuando se disponía a colocarlas en la cuna de pronto como si la bebe escuchara la conversación y en signo de rebeldía comenzó a llorar sonoramente, esta fue la primera vez que desafió a la reina.



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