8.1 Postremia Noble

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Durante años he pensado acerca de cómo sería el final de mi reino y, después de tanto tiempo, he concluido que lo mejor sería que no ocurriera tal cosa; que lo mejor sería dejarle a Soraya y a Darlos los dominios de estas tierra. Sé perfectamente que por sus venas no corre sangre real, ni una crianza semejante, pero eso no tiene relevancia alguna para mí, pues ambos tienen lo necesario para guiar este reino. Darlos es fuerte físicamente, y un estratega admirable para la guerra. Mientras que Soraya es fuerte espiritualmente, de corazón amable y empático, que la impulsa a guiar a los demás. Por si fuera poco, su espíritu es feroz cuando siente la necesidad de proteger a alguien, siendo incapaz de rechazar la gentileza que evoca su alma. Sin duda, ellos serían los reyes perfectos para estas tierras.

Tenía planeado decírselos el próximo equinoccio y hacer una gran fiesta celebrándoles con todo el pueblo y amigos posibles, pero, sosteniendo esta carta en las manos, me percato de que todos esos pensamientos han sido en vano. Y lo que me ocasiona semejante pensar, no es nada menos que los Sartios, los matones más temidos por este continente. Algunos les llaman caballeros, pero, en nombre de todos los guerreros que alguna vez pelearon a mi lado y en honor de aquellos que cegué su vida, jamás me atrevería a llamarles de tan errónea manera. Los Sartios soló matan, esclavizan y deshonran todo pueblo al cual atacan; y ahora Elther es su siguiente objetivo.

Me piden algo imposible; que abandone a 250 personas de mi pueblo para dejarme en paz. Sin embargo, son ignorantes del amor que siento hacia mi pueblo, pues jamás abandonaría ni a una sola persona de Elther. Ahora necesito la ayuda de mis amigos de reinos lejanos. Aún así, nunca tomaría la osadía de pedirles que peleen en contra de los Sartios, ya que eso significaría la extinción para ellos y terminaríamos compartiendo el mismo destino. Nadie se salvaría, y, si lo hicieran, serian convertidos en esclavos o algo aun peor.

He tomado una decisión, y es hora de comunicársela a Soraya y Darlos, para comenzar a mandar las cartas a todos mis conocidos. Algunas tardarán un par de semanas en llegar, a lo que me veo en la obligación de asegurarme de resistir hasta entonces, por todas las personas de mi pueblo. Mucho me temo que debo dejarles en claro a aquellos caballeros que me quieran seguir que esta misión tomara sus vidas. No quiero remordimientos ni arrepentimientos por parte de nadie, pues la muerte en batalla y luchando hasta el final no tiene por qué ser algo penoso, y mucho menos si se es para salvar o proteger.

Me levanto de mi trono y miro los rostros de preocupación de aquellos que tanto aprecio. Con un nudo en el corazón, alzo la voz para hacer saber mi veredicto:

—He tomado una decisión; Mi reino prevalece con la vida de su pueblo, por lo tanto salvaremos a nuestra gente. Pediré ayuda a los reyes con los cuales comparto amistad para que ellos se encarguen de salvarles. Mientras tanto, los caballeros y yo pelearemos contra los Sartios. Que mi fin llegue no significa que deba pasar lo mismo con mi pueblo. —Soraya rápidamente se acerca a mí, con su inmensa preocupación reflejada en el rostro. Yo sólo puedo dedicarle una leve sonrisa con aires de tristeza—. Esa es mi decisión, y no debe de ser negada por nadie ni nada. Me retirare a escribir las cartas para enviarlas a más tardar hoy al atardecer. Les ruego disfruten de estos últimos momentos en este hermoso reino, pues no quiero que jamás regresen a él, ni se arrepientan de no haber gozado de él. Les deseo un buen día, ya que será uno de los últimos.

Me retiro de la sala del trono mientras escucho unos pasos acercándose a mí. No es necesario voltear, debido a que sé perfectamente de quien se trata. Y, a causa de esa persona, es que debo ingeniar una forma de no dejarme persuadir para dejar de lado la decisión que he tomado.

——Mi señor, por favor, recapacite. No es necesario que huyamos... Si peleamos todos juntos estoy segura de que les daremos batalla, y tal vez, sólo tal vez, podamos triunfar... —decía la hermosa mujer mientras las lágrimas corrían por su rostro. Su esposo le seguía de cerca sin pronunciar palabra alguna.

LEVADIOKOSWhere stories live. Discover now