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Por fin estaban allí, en el Nuevo Mundo

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Por fin estaban allí, en el Nuevo Mundo. Habían pasado dos años separados y ya habían sufrido el primer susto de parte de su capitán al desafiar a una yonkou, además del primer accidente con el barco al perderse por una corriente que no era la indicada a la hora de atravesar la Red Line. Luffy continuaba vanagloriándose de aquellas aventuras, para pesar de su navegante, su francotirador y su médico.

Después de todo aquello era otra idílica mañana en la cubierta del Thousand Sunny. No había nubes que llamasen la atención, corría una ligera brisa y la presión era estable. No había nada de lo que preocuparse, por lo que Nami, la navegante, se sintió incluso exasperada. Después de todo lo que había estudiado sobre el clima de la segunda parte de Grand Line, no se veía capaz de relajarse sin rozar la culpabilidad.

—¡Nami!, ¡Robin! —exclamó una voz pletórica. Nami desvió la mirada hacia la fuente del ruido y vio a Sanji, cocinero y mujeriego empedernido, danzando hacia ellas con una bandeja sobre la palma de una mano. Ella se permitió ponerse hacia adelante en su silla de playa, a un lado de la cubierta del barco. Robin, su mejor amiga y arqueóloga del barco, estaba sentada sobre otra igual de plástico blanco. En sus pies desnudos se enredaba la hierba del césped y en su regazo descansaba un libro de historia que disfrutaba de cada caricia de sus delicados dedos—. ¡He preparado unos refrescos para que estéis hidratadas con este calor! También hay un tentempié; no me gustaría que perdieseis nutrientes por sudar demasiado.

—Gracias, Sanji. —Y agarró aquel vaso húmedo y exótico que les ofrecía con la sonrisa deslumbrante que tantas veces habían recibido.

—Ya echaba de menos tus manos, Sanji... —elogió Robin tras darle un sorbo a la bebida a través de una pajita en espiral. Había cerrado levemente los ojos y dejado deslizarse una sonrisa por las comisuras de sus labios. Nami no supo cómo no se le volvió a parar el corazón a su chef personal tras presenciar aquello.

Curiosa, la navegante hizo lo mismo en su propio vaso. El líquido amarillento subió, giró sobre sí mismo y entró en su boca sin detenerse. Era refrescante, dulce y con toque ácido en las burbujas que bajaban por su garganta. Sin duda era una bebida tan maravillosa como todas las demás que él les había preparado a lo largo de los años. Nami se sonrió y alzó la cabeza hacia el creador de ese manjar, que mantenía los ojos fijos en ella, esperando un veredicto. Se sintió mareada por la intensidad de su mirada.

—¿Algún día dejarás de sorprendernos? —se limitó a decir con una sonrisa ladeada. Él no necesitó más para saberse reconocido y rio para sus adentros como un niño feliz.

—¡Ahora mismo os traigo una jarra entera, señoritas! —Y se marchó hacia la cocina. Antes de que pudiese cumplir con lo dicho, se escucharon unos gritos y, como ya se imaginaba, Sanji se había cruzado con Zoro, el espadachín del grupo, y habían comenzado a discutir—. ¡Yo no tengo la culpa de que tu cabeza no se diferencie del suelo, marimo idiota! —escuchó Nami. Contuvo un suspiro y negó con la cabeza.

Reformando lo imposible; SanamiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora