Capítulo 12. El Beethoven del 2000

69 4 0
                                    

Graciela Heseen.

—Claro, no se preocupe, puedo esperar —. La mujer de mediana me regala una sonrisa y se va en busca de mi gaseosa.

Estoy parada frente a una tienda tratando de comprar algo para tomar, y por alguna razón a la dueña se le habían acabado y tuvo que ir en busca de una.

Paseo mi vista por la estancia en donde me encuentro, al final casi escondido se encuentra un pequeño parque, los recuerdos me azotan nuevamente.

Era diciembre de hace cuatro años, Karla y yo nos escapamos de nuestra casa para ir unos columpios. Esa navidad no hubieron regalos, pero sin duda fue una de las mejores. Hacer travesuras, tener aventuras con ni hermana, mi mejor amiga, era simplemente mi pasatiempo preferido.

—Aquí tienes.

Le pago a la señora y ella me da mi gaseosa, la abro y sin esperar tanto le doy dos largos tragos. Camino nuevamente a mi casa, pero antes le doy una rápida vista al pequeño parque, está muy bien cuidado. Prometo que lo vendré a visitar.

A las afueras de mi casa hay un pequeño grupo congregado, solo de varones. Puedo distinguir a Jeffrey, Jordan y a mi hermano.

—Hola chicos.

—Mattias, ya llegó Grace.

Jeffrey pasa un brazo por mis hombros.

—Pensé que te fuiste con Ann.

—Solo fui por esto —enseño mi bebida—, ya sé que no puedes vivir sin mí.

Me invitan a acampar junto a los demás chicos, pero lo rechazo de inmediato, es intimidante ser yo la única mujer.

Luego de quedarme sola, porque Mattias como buen hermano prefirió irse con sus amigos, recibí un mensaje de Hans para vernos esta tarde. Dijo que tenía algo importante que decirme.

Me arreglo de manera casual, nos veremos en una pequeña cafetería en donde hacen unos pastelillos muy buenos. Cuando llego al lugar me alegro de no ser la primera, mi novio está sentado tomando un trago de lo que imagino es café. Él ama un buen café.

—Espero no haber llegado tarde a nuestra cita —comento.

—Para nada —. Me da un beso en donde empiezan mis labios.

Se ve increíblemente apuesto, con su cabello impecable como siempre. Tiene puesta una playera gris que se amolda a su cuerpo.

— ¿Qué tal Italia?

—Interesante.

Su manera cortante me sorprende, no contesto nada, lo quedo mirando de forma desconcertada y él parece notarlo.

— ¿Hans?

—Disculpa, linda, no fue mi intención sonar grosero. Solo que me distraje con mis pensamientos.

— ¿Qué pasó en Italia?

Él no suele ser distraído, es una de las pocas personas que cuida muy bien cada movimiento.

Encuentra mi mirada. Pero no de la misma forma de siempre, ahora reflejaba algo que por mucho tiempo me aflige. Dolor y tristeza.

—Preciosa —, su tono es apagado.

Acerco mi silla hasta estar al lado de él y le di un corto beso en los labios tratando de darle seguridad, pero en lugar de aquello, solo conseguí que su sus ojos me mostraran aún más tristeza. Conozco suficiente aquel sentimiento como para percibirlo a simple vista.

Su mano acaricia mi mentón y él da un largo respiro.

—Grace, primero que todo. Quiero pedirte disculpas. Fui tan egoísta. Es algo difícil decírtelo, lo ensaye más de una vez.

Su voz sonó muy firme.

—Suéltalo. Hans.

—Tú no te mereces palabras ensayadas, nadie las merece, te diré lo que realmente siento. Y que por favor no te pongas triste, si es necesario golpéame. Me lo merezco.

El miedo me arremetió sin pudor, sus palabras me dejaron sin aliento, ¿qué era aquello tan serio que tendría por decirme?

—Sé que nuestra relación lleva muy poco tiempo, pero la increíble confianza que nos hemos transmitido ha sido una de las mejores cosas, tú sabes todo sobre mí, y yo sé gran parte de ti. Te quiero no sabes cuánto, en estas semanas has sido más que mi novia una buena amiga.

—Hans, me estás asustando –. Confieso.

—En dos semanas me iré a Italia.

—Eso no tiene nada de malo, cariño.

Acaricio su pómulo izquierdo.

—Me quedaré allá, viviré con mi madre.

Mis ojos se quedaron en blanco, y mi cuerpo se puso rígido al momento.

— ¿Me estás diciendo que ya no volverás? No entiendo.

—Linda, no te enojes por favor. Y sí, en efecto, me quedaré allá. Antes de conocerte apliqué para una beca en pintura. Pero no la conseguí, en realidad conseguí una beca en piano.

Yo observaba al piso, sin ningún motivo en específico. Hans se irá. Eso duele, y mucho.

Su suave tacto en mi hombro hizo que por instinto me lancé a sus brazos.

—Pen-sé que no querías volver a tocar el piano.

Era patético que lo dijera, yo no podría ser tan egoísta como para intentar retenerlo junto a mí. No podría obligarlo a abandonar sus sueños solo por mantearlo a mi lado. Yo más que nadie sabía lo difícil que fue para él volver a tocar, lo ayudé a superarlo, y no hay algo más magnífico escuchar sus melodías. Lo miré de vuelta.

—Quiero que vayas y que la próxima vez que te vea sea en la televisión con un encabezado de: "Hans el Beethoven del 2000"

Me regaló una sonrisa triste.

Hans y yo pasamos toda la tarde conversando, para mi sorpresa al final me alegré de que tocará otra vez. Sé que le irá de maravilla, es muy bueno.

Me dijo que se iría en tres semanas, lo cual me entristeció, pero no lo demostré. Acordamos quedar en buenos términos y llamarnos o escribirnos constantemente. Fue una de las mejores tardes desde hace mucho.

Después de todo, no puedo esperar pasar el resto de mi vida con el primer o segundo novio que tenga.

Las relaciones pueden llegar a ser efímeras, así como la vida, además no quiero que el sufrimiento se vuelva un hábito, aunque a veces sea inevitable.

Soy joven y estoy bastante consiente de que me falta por aprender y disfrutar demasiado, porque de tempestades ya sé mucho.


***

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Nov 09, 2018 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Ley De La Atracción Donde viven las historias. Descúbrelo ahora