VIII

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Al otro día temprano con dos esclavos, fuimos hasta el Mausoleo. Les dije que era la tumba de una conocida.
Miré por todos lados, pero no había nada. Estaba sellado todo, era extraño. Al rato volvimos a la casa, la verdad ver a César no quería. No voy a negar, que nunca nadie me besó tan bien de esa manera. Pero lo veía mal lo que sucedió, pero lo tenía que enfrentar. Les dije que me guiarán hasta el Senado, quería ver cómo era ese lugar.
Era un lugar gigantesco, cerca del foro. Sé veía que habia muchos hombres con toga, me acerque y vi que estaba César. Pero fui despacio para que no me vea. Hablaba con alguien, parecía que era el cónsul nuevo. En mí mente, si tuviera una cámara fotográfica podría sacar fotos a personas históricas, pero eso nunca sucedería. En los días que estuve acá en el pasado, iba aprendiendo cosas de la vida romana, que alguna vez estudié. Incluso había cosas que ni aparecen en los libros.
- Pero si es la jovencita que enfrentó a 5 soldados, impresionante.- Un hombre alto y con ropa militar.
- Oh, hola , quién es usted?
- Soy Pompeyo, un placer.
- Igualmente
Estaba frente a Pompeyo "El grande", no podía despreciar esa conversación.
- ¿Cuál es tu nombre?
- Lucila
- Según dicen estás en lo de César, verdad,?
- Es cierto.
- Uno de estos días, puedo visitarte entonces
- Si lo permito- Dijo una voz detrás de mí
- Oh César, buen día.
- Buen día, Pompeyo. Los trofeos no se prestan amigo mío.
- Jajaja!! Es cierto, amigo. Disculpa mí atrevimiento. No volverá a suceder
Yo escuchaba la conversación, estos dos hombres me disputaban como un trofeos, no voy negar que me siento alagada, pero digo pensando que no es correcto que esté en el pasado.
Estaba por ir a comprar algo, pero Julio César,sin embargo me agarró de la mano.
- Ahí te acompaño.
Lo miré, él me miró serio como diciendo " no te me escaparás". Yo le sonreí algo nerviosa. Nos despedimos de Pompeyo y nos fuimos hacia el mercado.
- ¿Qué quieres comprar?- me dijo
- Vestidos y joyas.
- Ah bien, vamos.
A César lo saludaban toda la gente cerca del mercado.
Después de caminar por varios lugares, me decidí por un vestido amarillo y unas pulseras de oro. Iba a pagar con el dinero que me dió Luca, pero César quiso pagar todo.
Volvimos a la tarde, casi noche a la mansión.
Mientras comíamos reclinados sobre sillones, empezó el interrogatorio.
- ¿Dónde fuiste hoy?
- Hoy, hacia el foro y te encontré.
- Aparte
- A ningún lado- Desvíe su mirada. Mataría a los esclavos. Sé da cuenta de todo, no me deja pasar nada.
- Los esclavos no dijeron lo mismo.
Me miró severamente, estaba enojado.
- ¿Qué te dijeron?
Uno de los siervos estaba detrás mío, lo miré. Pero miraba la pared fijamente.
- Cuéntame tú.
- Nada que contar
Sé sentó y miró fijamente con sus ojos hermosos ojos marrones oscuros. Sé veía encantador enojado. Yo sonreí.
- Te gusta jugar ¿verdad?
- No sé, a vos?
- Puedo tener paciencia, pero un día se me acabará Lucila.
Me levanté y lo enfrente y me senté sobre él, me tenía sobre sus piernas.
- Cálmate un poco, estás muy tenso.
Me olvidé de todo y lo besé, pero al ratito me levanté.
- La cena estuvo deliciosa, buenas noches.
Lo deje sin habla...

La diadema misteriosa del tiempo ( Julio César)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora