Capítulo Trece: Cercanía

989 92 30
                                    


  Wish You Were Here

Capítulo dedicado a Reix Pusheen Wolf

Capítulo Trece: Cercanía

Esa misma mañana Hank fue temprano al supermercado y cuando Erik se levantó, el joven estaba acomodando los paquetes sobre la mesa de la cocina. Magneto vio que sacaba varias botellas de coca cola, las suficientes para un mes entero. Hank era así, previsible al extremo.

-Gracias – murmuró Erik, mientras se sentaba con una taza de té.

-Leí que los antojos vuelven locas a las embarazadas y pensé que a ti – quedó un rato en suspenso -. . . Lo siento, detestas que te comparemos con una.

-Pero lo estoy – admitió Erik y le sonrió para demostrarle que no estaba enojado -. De hecho, uno de los niños está pateando fuerte. ¿Te gustaría sentirlo?

Hank quedó tan maravillado que tardó en reaccionar.

-¡Claro!

Erik le tomó una mano y la apoyó sobre su vientre, arriba del ombligo. Hank sintió los movimientos casi de inmediato y su cara se llenó de fascinación.

-Es increíble – murmuró el científico -. ¿Lo sientes todo el tiempo?

-La mayor parte del tiempo duermen afortunadamente – contestó y bebió un sorbo de té.

-No te duele, ¿cierto?

-La mayoría de las veces no. Al principio me molestaba hasta que me acostumbré.

Hank bajó la cabeza.

-Habrá sido difícil para ti cuando estuviste . . . lejos.

Erik asintió.

-Pero ahora es diferente.

-Sí, lo es – repuso Hank y se sintió incómodo por habérselo recordado. Sin embargo, añadió -. Charles te extrañó mucho y sufrió pensando en ti.

-Yo también – confesó Erik y bebió otro sorbo -. Lo extrañé y sufrí pensando en él. No solo regresé por los niños.

Hank sonrió.

-Me alegro que estés de regreso, Erik. Mira, hace unos seis meses no lo hubiera creído pero me alegra que estés aquí.

-Yo hace seis meses te dejé amarrado entre tubos en pleno centro de París.

-Porque yo traté de ahogarte en la fuente.

-Es verdad – sonrió Erik. Ahora que se habían amigado, recordaban las peleas como chistes -. Después te envié a un centinela en Washington.

-Que detuve con mi inteligencia.

Erik rió.

-Eres todo un genio.

Charles entró.

-Me alegra que sean amigos – vio las botellas sobre la mesa -. Erik, entiendo que tengas antojos pero tantos refrescos. . .

-¡Charles! – se indignó Hank -. No puedes negarle nada a un hombre preñado.

Erik rió a carcajadas.

Charles leyó la etiqueta de un envase y lo volvió a colocar sobre la mesa.

-Bien, lo que importa ahora es que subas de peso. Consultaremos con Meg tanta coca cola.

-Lo que digas, amor mío – replicó Erik con sarcasmo.

Charles alzó una ceja y sin responder, fue a prepararse el desayuno. Ya buscando en el refrigerador la leche, adujo.

-Más te vale que esa taza miserable de té sea solo el comienzo de tu desayuno, Erik. Vas a alimentarte como corresponde.

•••••••••••••••••••••

Como Charles había dicho, si se amaban podían vencer cualquier obstáculo y reconstruir su relación. Con la necesidad del contacto físico por la salud de Erik, vivían juntos y las caricias y los abrazos se volvieron moneda corriente. Pasaban la mañana en el despacho y después del almuerzo, Charles lo acompañaba para que durmiera una siesta de una o dos horas, mientras él leía en la cama. Por la tarde solían salir con Hank a la ciudad a comprar mercaderías o cosas para los bebés, y por las noches, después de la cena, se encerraban a jugar una partida.

Erik estaba sorprendido. Años antes, una vida así le hubiera parecido aburrida y monótona, pero ahora la estaba disfrutando. La disfrutaba porque la vivía con Charles y Charles, bueno, Erik no quería admitirlo pero después de sus bebés, Charles lo era todo en su vida.

Meg lo examinó la segunda semana y cuando entró en el séptimo mes, acortó sus visitas cada siete días. Para alivio de los padres, comprobó que el contacto que estaban teniendo desarrollaba la gestación de Erik y de seguir las cosas encausadas de esta forma, no habría complicaciones.

Una mañana después de desayunar, los tres se sentaron en la sala a ver televisión. Charles estaba abrazando a Erik en el sofá, mientras que Hank se encontraba en un sillón junto a ellos. El programa que miraban fue interrumpido para dar una primicia. El FBI acababa de allanar el laboratorio clandestino del doctor Bolivar Trask y las cámaras mostraban cómo se lo llevaban esposado. El reportero explicó que el mayor William Stryker había escapado y su rostro se vio en la pantalla para que los televidentes ayudaran a localizarlo.

Hank y Charles suspiraron con alivio porque significaba que Raven se encontraba segura.

-¿Crees que Trask tenga documentos allí sobre mí? – preguntó Erik inquieto.

-Sí, los tenía – contestó Charles -. Raven los destruyó a todos. No hay ningún nexo entre tu embarazo y Trask.

-Creí que solo había borrado las cintas de las cámaras – recordó Erik.

-Destruyó los documentos cuando tú no estabas más aquí – explicó Charles y aunque trató de sonar natural, su tono lo traicionó.

Erik bajó la mirada hacia su estómago abultado y se dio un masaje. Charles deshizo el abrazo para apretarle la mano.

-Los dos fuimos unos estúpidos obstinados, Erik. Pero aprendimos la lección.

-El tiempo que perdí estando lejos – murmuró Erik, observándose el vientre -. Entonces no lo sabía, pero puede traerme complicaciones.

-No si estoy contigo lo suficiente – sonrió Charles -. Y creo que estoy haciendo bien mi trabajo.

-Chicos – interrumpió Hank -. Hay más noticias.

El periodista leyó un informe. Según los primeros reportes, Trask investigaba clandestinamente el embarazo masculino en los mutantes.

Charles apretó con más fuerza la mano de Erik y Erik solo parpadeó. Hank se acomodó nervioso las gafas.

El reportero continuó anunciando que al parecer algunos mutantes de sexo masculino, o quizás todos, tenían la capacidad de gestar si mantenían relaciones, según se deducía, con otro hombre mutante o no. Concluía que semejante capacidad los ponía por encima de la especie humana y podían estar poblando la Tierra rápidamente con una nueva raza sin que la gente "normal" o no mutante se diera cuenta. Luego indagaron qué opinaba la gente en la calle.

-¡Un horror! – exclamó un joven -. No puedo hacerme la imagen en la cabeza. ¡Un hombre embarazado! Ridículo.

-¡Nos están quitando nuestros derechos! – gritó un grupo de feministas.

-¿Un hombre con otro hombre? – se escandalizó una señora muy coqueta -. Dos generaciones más y la degeneración arrasará con el país.

-¿Qué va a ser de la especie humana con esos engendros? – se preguntó un señor -. Porque serán engendros lo que vayan a parir esos caballeros mutantes.

Charles no soportó más y le pidió a Hank que apagara la tele.

-Está claro con esas opiniones porqué somos superiores – despreció Erik.

Charles no dijo nada y estaba masajeándose el rostro. Para él, que tenía tanta fe en la naturaleza humana, descubrir lo que los demás pensaban del hombre que amaba y de sus hijos, fue un golpe horrible. Al final Erik tenía razón, los mutantes y el homo sapiens no podrían convivir nunca en armonía.

-Esto traerá repercusiones – sentenció Hank preocupado.

Erik se levantó con cuidado. Ya estaba por entrar en el octavo mes y el vientre le pesaba tanto que le repercutía en la espalda y la cintura. Charles le hacía masajes con mucho gusto cada noche para aliviarlo.

-Por suerte con Meg ya decidimos que el parto será aquí, en esta casa.

-No me gusta – opinó Charles -. Ya te dije que necesitas atención hospitalaria, Erik. Ella quedó en hablar con . . .

-¿No viste las noticias, Charles? – recriminó Erik, señalando el televisor apagado -. ¿No escuchaste lo que opina la gente? No voy a arriesgarme a ser atendido por homo sapiens que llamarán a mis hijos engendros.

-Pero necesitas la tecnología y los cuidados de un hospital – rebatió Charles nervioso.

-No me voy a encerrar en uno – dejó Erik en claro y tras recoger un vaso de coca que había quedado sobre la mesa, se marchó.

Charles se pasó la mano por el pelo y cerró los ojos para sosegarse. La noticia lo había dejado preocupado y a Hank también.

•••••••••••••••••••••••

Un par de horas más tarde se habían sentado los tres para almorzar pero sonó el timbre y Hank fue a atender. Al quedar solo con Erik, Charles intentó tocar nuevamente el tema del parto.

-Es absurdo – comentó -. Cuando nos reconciliamos, estabas aterrorizado con la idea de morir y no conocer a los niños, y ahora quieres dar a luz en casa sin ningún tipo de tecnología. ¿Te das cuenta de que tu cuerpo se está adaptando? No eres una mujer que nació preparada para esto, Erik.

-¿Qué pasaría si lastiman a los bebés? – soltó Erik la idea, mientras se servía su preciado refresco, o sea, coca-cola.

-Eso es más absurdo todavía – contestó Charles, sacudiendo la cabeza -. ¿Crees que Meg va a permitir que te atienda cualquiera? Estarías en las mejores manos, ella misma se encargaría de seleccionar al personal, sería una intervención ultra secreta, alumbrarías y . . .

-¿Ultra secreta? – lo miró Erik descreído -. Cualquier parto hospitalario es de conocimiento público para el personal que trabaja en ese lugar, y que un mutante varón dé a luz volvería la noticia más transcendente.

-Entonces, vas a arriesgarte a parir aquí con todo el peligro que eso implica.

Hank entró al comedor.

-Chicos – sonó excitado -. Tienen que ver esto – entreabrió la puerta y detrás de él entró Raven bajo su apariencia humana con un bebé en brazos.

La criatura parecía de un año y miraba todo con ojos grandes y sorprendidos. Una pelusa llena de rizos rojos coronaba su cabeza.

-Charles, Erik – saludó la joven -. Aquí les presento al hijo de Sean, lo rescaté ayer de una casa donde Trask lo tenía oculto. No tiene identificación, solo hay un acta de nacimiento donde dice que vino al mundo el veintitrés de septiembre del año pasado. Hoy es quince, en ocho días cumplirá doce meses.

Erik se puso de pie tan rápido como su cuerpo se lo permitía y Charles rodó la silla hacia Raven.

-Dios mío – fue todo lo que un maravillado Xavier pudo murmurar.

Mystique le entregó al niño, que dócilmente se dejó cargar por Charles. Era regordete y pálido, con las facciones muy parecidas a Sean Cassidy, tanto que Xavier sintió que estaba alzando una réplica en miniatura de su antiguo alumno.

Erik llegó hasta ellos y lo miró sin atreverse a tocar al bebé. Solo podía pensar en sus hijos y en Sean que había fallecido sin conocer al suyo. Charles sintió sus emociones y lo miró con una sonrisa indulgente.

-¿Cómo se llama? – preguntó Hank.

-Como dije no tenía identificación – contestó Raven sin esconder su furia -. Ese bastardo de Trask lo tenía como un NN, nunca recibió un nombre ni está registrado quiénes fueron sus padres. No quiero imaginar qué clase planes habrá proyectado para él cuando creciera y desarrollara sus poderes.

-Pero no le hizo daño, ¿cierto? – indagó Erik y su voz sonaba amenazante.

-No – respondió Raven rápidamente -. ¿Crees que Trask estaría vivo si me hubiera enterado de que le había tocado un pelo?

Todos quedaron callados. Nadie dudaba de las palabras de Mystique. Solo el bebé interrumpió el silencio con un balbuceo, mientras acariciaba fascinado la barba de Charles.

-Entonces, hay que buscarle un nombre – propuso Hank.

-Meg me dijo en la única ocasión que tocamos el tema que Sean y su pareja habían pensado llamarlo Edward – recordó Charles, nostálgico, y le sonrió al niño, que seguía acariciándole la barba.

-¿No se sabe nada del otro padre? – interrogó Erik -. De su familia, de dónde era.

-No tenía familia – replicó Raven -. Bueno, sí la tenía, pero cortó lazos con él cuando decidió convivir con Sean.

-Homofóbicos – murmuró Hank.

-¿No era mutante? – preguntó Hank.

-No – replicó la joven -. El embarazo de Sean es un ejemplo de que lo mutantes pueden gestar aun uniéndose a un no mutante.

-Es fascinante cómo nos estudian – acotó Erik con sarcasmo.

-También tú serías un caso especial para Trask, Erik – dijo Raven -. Mira si se enteraba de que esperas gemelos.

-Pudriéndose en la cárcel no va a poder hacerlo nunca – respondió Magneto tajante -. Además, no pienso tener a mis hijos en el hospital. Los tendré en esta casa y no correremos peligro.

-¿Vas a dar a luz aquí? – se asombró Raven.

Hank se acomodó las gafas, preocupado.

Charles suspiró y observó al bebé para calmarse.

Solo Erik permaneció inconmovible.

-¿Qué piensas hacer con el niño, Raven?

-Pensaba dejarlo aquí, con Charles – explicó la muchacha y miró a su hermano buscando su aprobación.

-Es el lugar más seguro – convino Charles -. Ya buscaremos la manera de que viva aquí legalmente.

-Sabía que dirías eso – sonrió Raven y miró a Erik, que se estaba masajeando el vientre -. Lo que dije – trató de excusarse -, Trask jamás podrá saber tu situación, Erik, porque . . .

-Te encargaste de hace desaparecer mis archivos – terminó Magneto -. Está bien. Reconozco que si no hubieras acudido a pedir ayuda a Charles y Hank, yo no habría sobrevivido ni una noche en su laboratorio.

Edward arrugó la carita como protesta y comenzó a llorar.

-¡Lo olvidé por completo! – exclamó Raven, y buscó dentro de su bolso -. Ya hace dos horas que comió y tiene hambre. Le compré frascos de puré de manzana. ¿Me acompañarías a la cocina, Hank?

-Claro – contestó el muchacho, más que gustoso de estar en su compañía. Charles le entregó al niño y los dos jóvenes se retiraron, dejando a los adultos solos.

-Es precioso – suspiró Charles cuando cerraron la puerta y se mordió el labio con tristeza -. Es una lástima que Sean no lo haya conocido.

Erik regresó a la mesa para comer. Con el embarazo tenía mucha hambre y si pasaba la hora del almuerzo sin probar bocado, podía arrasar con una alacena completa.

-Es un gesto muy noble que el niño crezca aquí.

-Es lo que Sean hubiera deseado – contestó Charles y rodó la silla hacia su plato para acompañar a Magneto -. Que su hijo creciera con las personas que él consideró sus amigos. Por otra parte, siguiendo con nuestra charla respecto al hospital y a tu idea de dar a luz en tu propia casa . . .

-No voy a correr peligro, Charles – probó un bocado y cortó un pedazo de pan. Luego añadió con la boca llena -. Meg sabrá lo que debe hacer.

-Espero que Meg te haga entrar en razón sobre el peligro potencial de esto. ¿O es tu idea de la supremacía mutante? No quieres que los homo sapiens, como dices, te toquen.

-Puede ser – opinó Erik, y tragó otro bocado.

Charles lo miró intensamente.

-¿No te pusiste a pensar que aunque tú y yo somos mutantes nuestros hijos quizás no lo sean? ¿Pensaste que quizás el gen no se active en ellos? ¿Qué pasaría entonces, Erik? ¿Los vas a rechazar?

Erik se limpió la boca con la servilleta.

-Nuestros hijos serían no mutantes criados por dos mutantes y educados en una escuela mutante. Jamás los voy a rechazar.

-¿Criados por dos mutantes? – repitió Charles y se alegró -. Eso quiere decir que no me los dejarás cuando vayan a nacer sino que permanecerás con nosotros.

-Así es – respondió Erik y lo observó. Los ojos de Charles brillaban de felicidad, y sintió que lo amaba. Dejó el tenedor sobre el plato recordando que Charles se había sacrificado tanto por él -. ¿Te sentirías más tranquilo si diera a luz en un hospital?

-¡Erik! Hace apenas dos meses estabas preocupado por el parto y ahora me sales con semejante locura.

-No quiero que los niños corran peligro – confesó -. Que alguien intente algo contra ellos, no sé, secuestrarlos o algo peor.

-Meg se encargará de todo y yo voy a estar ahí – aseguró Charles más tranquilo -. Soy un telépata y puedo comunicarme y manipular mentes, Erik. ¿Crees que no voy a estar alerta cuando se trate de ti y de nuestros hijos?

-Ah, entonces, mantendrás tus poderes durante el parto.

-No te entiendo – indagó Charles sin comprender.

-Me habías dicho la otra noche que te inyectarías para acompañarme durante el parto.

-Sí, eso dije. Pero después pensé que con mis poderes podría confortarte mejor. ¿Lo deseas?

Erik asintió.

Charles le sonrió y con un inmenso alivio, comenzó a comer. Raven y Hank llegaron más tarde con Edward ya comido y durmiendo plácidamente en manos del muchacho.

Después del almuerzo, Raven se despidió y su paradero volvió a convertirse en un enigma. Sin embargo, les aseguró que regresaría pronto. Hank sonrió ante su promesa.


•••••••••••••••••••••••••••••••


Por la tarde, Erik entró en la biblioteca a buscar un libro y se encontró con una escena caótica e inesperada: Edward lloraba desconsoladamente en brazos de Hank, que lo mecía mientras caminaba en círculos con desesperación. Desde su silla, un preocupadísimo Charles le daba órdenes: que caminara ya más lento, ya más rápido, que lo balanceara, que lo cambiara de posición, y Edward lloraba más y más.

Erik sacudió la cabeza con resignación y ordenó lacónico.

-Dame al niño.

Hank hubiera respondido que no podía cargar un bebé con semejante barriga pero dadas las circunstancias angustiantes, se lo entregó.

-No quiero entrar en su mente porque es muy frágil – explicó Charles, pasándose las manos por los ojos y el pelo -. Pero no podemos saber qué le pasa.

-No hay que ser un telépata para saber qué le está pasando – contestó Erik secamente mientras acomodaba la cabecita del niño sobre su hombro -. Está asustado y ustedes con sus nervios solo empeoran las cosas – y se fue con el bebé en brazos.

Charles y Hank quedaron de una pieza y minutos más tarde, vieron que Erik salía a los jardines. Se acercaron al ventanal y observaron cómo se divertía y jugaba con la criatura en brazos. Edward pronto alzó los bracitos y rió con ganas. Erik lo llevó por el sendero hasta la fuente y se sentó con el niño en ella.

Charles se alejó del ventanal con una sonrisa.

-Será un excelente padre – opinó Hank sorprendido.

-Sí, Hank. Lo será.

•••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••••

Por la noche, después de cenar, Charles y Erik se encerraron a jugar al ajedrez. Charles iba ganando y Erik se esforzaba en defender su rey. En estas ocasiones, solía bromear que Xavier se metía irrespetuosamente en su cabeza para leerle las jugadas a lo que el telépata respondía que tenía motivos más altruistas para entrar en la mente de su amante y controlarlo, y por "altruistas" se refería metafóricamente a hacer el amor.

Hank tocó la puerta y Charles le concedió el paso. Entró cargando a Edward, que se sacudía con excitación.

-¿Qué pasa? – preguntó Erik, cuando vio que Hank se aproximaba a él.

-Conmigo nada – sonrió el joven -. Es Edward – y miró al bebé -. ¿Con quién quieres estar, Eddie?

El niño fijó los ojos en Erik y extendió los brazos y su cuerpito en dirección a él.

-Edi-k – llamó en su media lengua.

Charles quedó con la boca en forma de o y eso era mucho para una persona con sus habilidades mentales. Erik alzó al niño, que se acomodó gustoso en una rodilla y usó el vientre abultado como almohada para apoyar la cabeza.

-Déjalo aquí, Hank – ordenó Erik -. Yo lo llevaré a su recámara más tarde.

-Jaque mate – sonrió Charles, devolviéndolo al juego -. Y te juro que no te leí la mente.

-¿Jugamos otra?

-Hasta luego – se despidió Hank.

-De acuerdo – aceptó Charles -. Pero antes iré a la cocina a buscar un poco de jugo. ¿Quieres coca-cola?

-Sí, por supuesto – contestó Erik y fijó la mirada en el tablero para acomodar las piezas de metal para una nueva partida.

••••••••••••••••••••••  

Wish You Were Here (Cherik)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora