9. Su sangre me lo dirá

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Detuve mis pasos, había dicho algo importante, algo muy muy importante, sujeté el dobladillo de su camisa para que se detuviera él también.

—¿Qué quieres decir con quien hizo esto? ¿Quién hizo qué? ¿No lo hiciste tú? —mi corazón latía aprisa, podría estar frente al gran descubrimiento de que él no era el asesino— ¿te refieres a lo que estoy pensando? ¿No eres tú el que asesinó a mi familia? si no es así, no estoy entendiendo nada ¿En qué rayos estoy metida y por qué?

—Eso es lo que intento averiguar— respondio con frialdad.

—Pero, entonces ¿por qué tú...?

—Este no es el momento ni el lugar para dar explicaciones —cortó bruscamente y se puso en marcha— tenemos que llegar a la próxima ciudad a medio día y aun faltas 40 kilómetros, así que mueve tu trasero porque no comeremos hasta llegar ahí.

—No me moveré de aquí hasta que respondas— me mantuve firme.

—Como quieras —gritó a 2 metros de mí sin detenerse a mirar a atrás— pero recuerda, es mejor que lo hagas si quieres seguir... —dejó sus palabras al aire, ya sabía a lo que se refería, si quería seguir viviendo no tenía otra opción más que pegarme a él. Suspire resignada y corrí hasta alcanzarlo.

Caminamos un largo rato, estaba cansada, moría de hambre y sudaba como cerdo en el horno mientras arrastraba los pies. Kurjak iba a varios metros por delante de mí, de vez en cuando se detenía, miraba por encima de su hombro y fruncía el entrecejo, pero no decía nada. Él lucía casi fresco, como si llevara caminando sólo unos minutos, pero habían pasado horas y no veíamos ni siquiera un rastro de la ciudad.

—Podrías caminar más rápido— se quejó cuando aminoré aún más mis pasos.

—Descansemos un momento— jadeé limpiándome el sudor de la cara con la mano.

—No— respondió terminante— ya pasa de medio día y no hemos avanzado ni 20 kilómetros.

—¿20 kilómetros? —resoplé sintiendo que escupía mis pulmones— en mi vida había hecho tanto ejercicio— me senté en el pavimento— estoy que muero. Mira creo que hay buitres dando vueltas sobre mi cabeza.

Kurjak gruñó una palabra que no entendí, caminó hacia mí y me aventó una barra de chocolate.

—Come, esto servirá hasta que lleguemos, ahora levántate y camina si no quieres que te deje aquí y créeme que estoy tentado a hacerlo.

—¿Tenías comida? —lo miré molesta—¿Por qué no lo habías dicho?

—Era para caso de emergencia.

—Mírame, esto es una emergencia.

—No, no lo es, una emergencia es cuando tienes que pasar varios días oculto o encerrado sin nada que comer ni beber más que una simple barra de chocolate la cual tienes que racionar, comiendo un pequeño trozo para mantener la cordura.

—¿La tenía que racionar? rayos ya me la comí.

Él movió la cabeza con reproche y susurró algo que me parecieron maldiciones.

—A dos kilómetros hay un cruce —dijo evitando mirar como lamía los restos de chocolate de la envoltura— podemos hacer autostop y pedir que nos lleven a la ciudad. Será más fácil que llevarte a cuestas.

La barra de chocolate me dio la suficiente energía para llegar hasta el cruce, el cual era decepcionante porque pasaban menos autos de lo que esperaba. Habíamos caminado por una hora y solo habían pasado un par de autos que ni siquiera nos miraron.

—¡Ahí viene uno! —levanté mi pulgar en señal de ride, pero solo conseguí polvo en la cara— olvídalo, esto es inútil ¡Oh! Espera, ahí viene otro.

La Niña y El Lobo Feroz [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora