12. K&K corp.

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El dolor que sentía era tan agonizante que apenas prestaba atención a lo que pasaba alrededor. ¡Mi brazo se doblaba anormalmente en cuatro partes!

A lo lejos escuchaba el sonido de gruñidos y arrastres sobre la tierra, pero no pude distinguir lo que sucedía. Escuché el tenue sonido de un par de motores a la distancia y después, un par de luces doblaron una curva. Dos figuras se sumaron a la refriega.

—Andros, toma a la humana y llévatela de aquí— gritó una voz dura.

Inmediatamente un par de brazos me levantaron del suelo y me subieron a lo que me pareció era una motocicleta. Entre los intervalos semiconsciente que de vez en cuando tenía, me parecía escuchar a Kurjak murmurar:

—Resiste niña.

Cuando volví a abrir los ojos ya había amanecido y el sol daba de lleno en mi cara, Kurjak me llevaba en su regazo, sobre una gran motocicleta negra.

—No te muevas— dijo suavemente.

Me dolía todo el cuerpo, no pensaba moverme. El brazo roto punzaba, pero por suerte (o eso creo) era el mismo brazo de la muñeca rota, el derecho.

—¿Qué pasó? ¿Dónde estamos?

—Estamos a punto de entrar en Nueva York. —Detuvo la moto y olisqueó el aire.

—¿Qué sucede? —pregunté alarmada creyendo que otro vampiro estaba cerca.

—Sangre— respondió serio— la sangre de la cachorra.

Él parecía apesadumbrado y por un instante sentí lástima. No le había preguntado nada acerca de ella, supuse que era igual que él, una mujer-lobo, pero al ver un tinte de dolor en su mirada me pregunté qué sería para él ¿su hermana, su sobrina? tal vez su novia o su hija. Pese a mi curiosidad no me atreví a preguntar.

Antes de llegar a la gran manzana, nos deshicimos de la pesada motocicleta en un viejo almacén abandonado y me llevó en sus brazos en medio de la curiosa mirada de la gente que ni siquiera se molestaba en disimular.

—Podrías bajarme— dije avergonzada de las molestas risitas de la gente que nos miraba y no era para menos, estábamos hechos un asco —esto es vergonzoso.

—Estas herida.

—Estoy bien, además me lastimé el brazo, no mis pies— al ver que él no me hacía el menor caso añadí— me estas lastimando. —Era mentira pero conseguí poner mis pies en el suelo.

Por primera vez miré mi brazo, estaba enredado con la camiseta de Kurjak, tenía tintes rojos y morados, estaba 3 veces más grande de su tamaño normal y mis dedos parecían deformes salchichas gordas. No me atreví ni siquiera a intentar mover un dedo, dolía como el demonio.

Con el más delicado cuidado la sostuve mientras avanzábamos por las calle de Manhattan. Kurjak mantuvo mi paso sin quejarse ni apresurarme. Él de vez en cuando olisqueaba distraído el aire a nuestro alrededor.

Mientras caminaba distraído con la nariz en alto, chocó con un pequeño hombrecito, este derramo su café sobre su impecable camisa azul claro y se puso a despotricar maldiciones, para colmo Kurjak también había pisado su lustroso zapato negro, dejando una marca de lodo.

—Mira por dónde vas, vago de mierda —gritó el hombre con la cara roja de ira.

Era obvio, por su forma de vestir, que trabajaba en la oficina de alguna importante empresa, tenía una ridícula cara regordeta de tonto, el pelo cuidadosamente apelmazado y aires de petulancia extrema

—¿Qué no sabes dónde trabajo? —mostró un plástico cuadrado donde ponía su foto, su nombre y el logo de la empresa— tendrás que pagar mi camisa— miró a Kurjak despectivamente e hinchó su pecho con arrogancia.

La Niña y El Lobo Feroz [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora