13. La bruja

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—Eoghan Kurjak, tu primo. Pero tú puedes llamarme mi amor.

Lo miré con ojos como plato, él de inmediato soltó una carcajada.

—Ésta chica de verdad me cae bien. Pero ¿dónde estábamos? —levantó su cuello y clavó sus ojos en mi mojado pecho— ¿un sostén, en serio? Andros debería practicar eso de desvestir a las damas— tapé mi pecho aprisa mientras Kurjak lo sacaba a empujones de la habitación —te veo después guapa— me guiñó el ojo.

Kurjak y yo nos quedamos en silencio.

—¿Él de verdad es mi primo?

—¿Por qué iba a ser tu primo?... ni siquiera lo conoces. —añadió suavemente— ¿Entonces, te quedaras con esa ropa mojada? —esta vez yo miré mi pecho, no sería buena idea acostarme con la ropa húmeda, pero... miré a Kurjak, que tenía la vista clavada en el piso. Moriría de vergüenza si él...

—Me la quitaré yo misma.

Con mi mano izquierda y con mucha dificultad desabroché el primer botón, sonreí satisfecha y miré a Kurjak con arrogancia. Él tenía una mirada de burla en la cara.

—Podrías darte la vuelta, una señorita se está desvestido.

Él lo hizo y 15 minutos después terminé con el trabajo que me pareció el más difícil del mundo. Me equivoqué, el trabajo más difícil del mundo era quitarse una camisa con una sola mano (la casi inútil izquierda) sin lastimar mi mano fracturada. La camisa simplemente no salía y ya me dolía el hombro de forcejar tanto.

—¿Necesitas ayuda? —dijo Kurjak.

Estaba a punto de decir no cuando vi que me miraba por el espejo que estaba frente a la cama.

—¿Me has estado espiando todo este tiempo? —pregunté indignada, Kurjak ignoró mi pregunta y cruzó la habitación— no necesito tu ayuda, puedo yo sola.

—Eres una humana muy testaruda— dijo con reproche y me quitó con suma delicadeza la camisa.

Dejó la ropa sobre una silla, buscó en un gran armario y regreso con otra camisa tan grande como la que me había quitado. También me ayudó a ponerla.

—Regresa a dormir, la fiebre ha vuelto.

—Necesito ir a un hospital— susurré mientras ayudaba a acostarme— mi mano va a explotar de hinchada.

—Alguien ya viene en camino para curarte —tomó un paño de agua y lo puso sobre mi cabeza, di un respingo, estaba helado.

Él se sentó en la silla que estaba junto a la cama.

—Necesito medicina humana, no una charlatana que mira una bola de cristal —No sé por qué me imaginé a Uranai baba de Dragon Ball.

—¿A qué te refiere con bola de cristal? —frunció el entrecejo.

—Necesito un médico no una bruja... Escucha, sé que ayudó a tu... —¿Cómo llamarla?—cachorra, pero yo no soy igual que ustedes ¿entiendes eso verdad? 

Kurjak abrió la boca para hablar, pero un azote en la puerta lo interrumpió.

—Por aquí madame— dijo la voz de una mujer— ¡Andros! —gritó— llegó la bru... madame Muriel. La chica humana está en la habitación, pase por aquí.

—Primero quiero verla— dijo la voz de una anciana con un ligero acento francés— después te diré si acepto el trabajo o no.

—Si la cura le pagaremos muy bien, madame.

Las dos mujeres ya estaban en la puerta de la habitación, una era alta y atlética, de cabello castaño que caía en ondas hasta su cintura, tenía la piel aceitunada y los ojos pardos muy parecidos a los de Eoghan. La otra, era bajita y delgada, tenía el cabello muy largo y de un rubio casi blanco con mechas de colores en las puntas como si accidentalmente las hubiera sumergido en un arcoíris, parecía una hippie. Ninguna era anciana, ambas parecían estar en sus veinte.

La Niña y El Lobo Feroz [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora