11. Es un favor

82 7 10
                                    

Kurjak estaba recargado sobre la cabecera con el ceño fruncido. Sus ojos viajaron de inmediato a mis piernas y frunció aún más el ceño.

—¿Qué infiernos crees que haces? —gritó enojado. De un salto se levantó de la cama, llevándome de cara al suelo y poniendo la cama como una barrera.

Segundos después la puerta se abrió de golpe, el enfermo hombre de la recepción estaba de pie en la entrada, aterrado. Apenas puede comprender algo cuando escuche la lluvia de balas acribillándolo.

El hombre se movía sin control por el impacto de las balas, alguien le disparaba desde el pasillo. Me parecío que tardaba una eternidad en desplomarse en el suelo, pero esa eternidad, que eran realidad apenas unos segundos, Kurjak la aprovechó. Me cargó en su espalda y saltó por la ventana.

Caímos en un callejón solitario, lleno de agua sucia y basura. Kurjak ni siquiera tardo un minuto en convertirse en perro conmigo sobre su espalda. Emprendimos la carrera a toda velocidad de nuevo al bosque.

Al adentrarnos en el espeso bosque, el perro cayó de costado completamente exhausto. Ante mis ojos ocurrió algo completamente extraordinario, vi como el perro cambiaba a un ser humano. El crujir de huesos acomodándose, y el pelaje desvaneciéndose fue sumamente impresionante y lo único que pude decir cuando vi a Kurjak sentado en la hojarasca con los dedos apretando sus sienes fue:

—¿No te duele?

—No —balbuceó —¿Estas bien? —levantó la mirada—¿Por qué estás vestida así? —gruñó— ¿por qué malditos infiernos te paseas en ropa interior?

Habíamos salido tan a prisa que no me había dado tiempo de nada, aun llevaba el cabello envuelto en una toalla, al igual que mi cuerpo y el diminuto short. Por suerte había alcanzado mi mochila.

—Me encanta salir en ropa interior —dije con ironía, acomodándome bien la toalla para que no se cayera por accidente. —¿Qué fue eso? ¿Por qué mataron a ese hombre?

—No lo sé... —se levantó de repente, con el entrecejo fruncido, me pegué más a él por si teníamos que huir de nuevo, quedando a milímetros de mi piel.

—Nos encontraron—pregunté en un susurro. Kurjak parecía perturbado. 

— ¿Qué es... ese aroma? —susurró mientras tomaba un mechón de mi cabello, lo olfateó —hueles...

Sentía su respiración sobre mi piel. Mi corazón se aceleró.

—Es shampoo barato de hotel— contesté en un tono bajo y ronco, demasiado alterado —no huele a nada.

¿Cómo es que la atmosfera había cambiado de un momento a otro? Tenerlo tan cerca me ponía incomoda y me erizaba la piel.

—No es el shampoo —respondió en el mismo tono que yo lo había utilizado— eres tú. Hueles... a mierda —escupió al fin y se cubrió la nariz y la boca con su mano en un gesto de repugnancia.

—¿Qué has dicho? —mi mandíbula se había abierto de indignación.

—El lodo y la suciedad cubría tu desagradable aroma —Se alejó de mí con apuro.

Olfateé un brazo y mi cabello ¿realmente olían mal? No detectaba nada, tal vez con su olfato de perro podía oler parte del lodo podrido que había salido de la regadera y me había caído encima.

—Discúlpame por oler así, señor que va pegando su nariz a la mierda. Idiota. —Tomé ropa y me cambié detrás de unos arbustos. — Tu hueles a... lo que sea que huelan los de tu especie pero con popó de mandril y rata... no, todos los excrementos del mundo... con diarrea. 

La Niña y El Lobo Feroz [En Edición]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora