Carrera contra la nieve

113 14 9
                                    


Tras haber pasado toda la noche y buena parte de la mañana sin dirigirse la palabra, los cinco nórdicos escalaban una colina que, como la mayoría en Dinamarca, no era demasiado elevada. Pese al terrible clima que persistía desde el día anterior y a su deplorable estado anímico, avanzaban sin mayores contratiempos, cada uno por su lado.

Dinamarca, que conocía mejor el terreno, iba a la cabeza, con Finlandia pisando sus talones.

Suecia y Noruega les seguían, procurando a toda costa mantener su distancia.

Al final, se hallaba un solitario y abatido Islandia.

-"Aislado de los demás, igual que en el mapamundi..." -suspiraba, mientras escribía lo que pensaba en la parte posterior de su libro-. "Idiotas, peleándose desde siempre por puras estupideces. ¿Perdonar que hayan olvidado que no puedo seguirles el paso? Para qué tomarme la molestia..." -los maldecía internamente, realmente dolido, avanzando a duras penas por culpa de su tobillo.

Especialmente, no podía pasar por alto la indiferencia de Noruega. Desde la noche anterior, parecía haberse olvidado de su existencia. ¿Para qué darle tanto cariño y atención en momentos innecesarios, si iba a echarlo a un lado cuando realmente lo necesitaba...?

-Todos pueden irse al infierno... -murmuró sombrío, guardando su libro y lápiz en el interior de su abrigo.

Entonces, casi por inercia, sacó una bolsa llena de dulces de regaliz y colocó uno entre sus labios, mientras contemplaba las siluetas de los otros cuatro volverse cada vez más borrosas...

-Mmm... -cerró los ojos al sentir aquel peculiar sabor llenar su boca, tras lo cual sonrío con ironía...

"Agridulce... como nuestra relación con aquellos que amamos..."

"Hay momentos buenos, momentos malos, momentos que son una mezcla de ambos..."

"Nos hacen felices ahora, miserables al día siguiente y, de alguna manera, no podemos dejar de depender de ellos... y de las sensaciones que provocan en nosotros. De todas. Incluyendo las más dolorosas..."

...

El sueco, sentía que había llegado a su límite.

El enorme esfuerzo físico, por encima del cada vez peor humor con el cual amanecía cada día. Ya llevaba tres días caminando a través del gélido terreno, y eso era demasiado para alguien que tenía más de mil años, que había recibido golpes en zonas delicadas hacía pocas horas, que había perdido sus anteojos y que, además, solía pasar casi todos sus inviernos en casa, sentado en un su sillón, viendo televisión o leyendo periódicos al calor de una fogata, mientras tomaba una taza de café junto con galletas. De hecho, desde que el sueco dejó de ser un vikingo, casi nunca había salido de casa, a menos que hubiese sido estrictamente necesario hacerlo.

Para empeorar las cosas, el clima estaba es su peor punto en aquel momento. Toda la noche había nevado y nevado sin cesar, y la capa de nieve estaba mucho más espesa que el día anterior, dificultando enormemente la marcha. Por otro lado, la mañana había amanecido inusualmente fría (aún para ser invierno). El sol no había salido ni por un segundo y corrían vientos increíblemente fuertes y helados.

-"Mph... esto es demasiado para mí" -pensó el sueco. Entonces, desesperado por saber cuándo acabaría todo aquel suplicio, se dirigió hacia Noruega, por ser el más próximo y aquel con quién parecía menos enfadado.

-Nor... -dijo Suecia, una vez estuvo lo suficientemente cerca del noruego.

Resultaba curioso que el nórdico que menos hablaba hubiese tomado la iniciativa para romper el incómodo silencio predominante desde la noche anterior.

Excursión sobre la nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora