Dolor.
Era todo lo que podía describir por el momento. Le dolía el cuello, el brazo, la pierna, estaba en posición fetal en el suelo abrazando el libro con todas las fuerzas que le quedaban, al sentir una fresca brisita sobre el rostro, relajó su cuerpo por completo y tomó el libro con una sola mano, el pasto cosquilleaba su frente y se atrevió a abrir los ojos uno por uno para ver en dónde se encontraba.
Un bosque se levantaba alrededor de ella, los árboles alcanzaban hasta los diez metros de altura, y la espesura de sus hojas daban al lugar un tono verdoso oscuro, a pesar de que algunos rayitos de sol lograban colarse entre hoja y hoja. Luisa comenzó a levantarse poco a poco hasta que pudo sentarse cómodamente en el pasto verde limón.
¿Dónde estaba?
Luisa con dificultad se puso de pie, miró hacia arriba, dos lunas estaban una junto a la otra, siendo a penas perceptibles en un cielo tan azul como ese. Imposible, el golpe había sido duro. Comenzó a caminar por el bosque intentando encontrar alguna autopista.
¿Cómo había llegado tan lejos? ¿Cómo había sobrevivido? ¿Su abuelo estaría bien? Ese último pensamiento la dejó sin aliento, no, había que quitárselo de la cabeza. Sin darse cuenta, tropezó con un agujero y calló en la sucia tierra, Luisa soltó una maldición y sacudió con sumo cuidado el libro, miró hacia el horizonte. No era un agujero por el que había caído, sino una pequeñísima pendiente que llevaba a un camino.
―Quizás sea un camino para algún pueblecillo de la región ―Así que decidió ir por ahí. Siguió por horas el camino de tierra sin saber por dónde era exactamente el pueblo, cuando por fin algunas casitas se asomaron a la distancia, Luisa soltó un suspiro de alivio.
―¡Gracias al cielo! ―No podía esperar a llegar a un teléfono público, sus padres nunca creerían lo que acababa de suceder, esperaba que el abuelo José estuviera bien.
Las casas del pueblo eran bastante sencillas, incluso le parecieron salir de algún libro antiguo, aunque era normal en dichas partes del mundo, donde las construcciones seguían teniendo aquella fachada que te llevaban muchos siglos atrás, aunque no dejaba de ser hermosa. La gente se atiborraba en un mercado en medio del pueblo, lo que a Luisa no le extrañó, pues lo más importante era tomar un teléfono.
―¿Por qué quiere comprar eso? ―Luisa volteó, un mercader le vendía a una mujer un saco de manzanas.
―Porque si, deme eso porque es para mis hijos.
―¿Por qué nos aferramos a lo cotidiano? ―Gritaba un hombre desde un banco lo suficientemente alto para que lo oyeran.
"Qué gente tan rara", pensó Luisa, debía de hallar el teléfono e irse de ahí en cuanto pudiera. Se acercó a un hombre en un puesto.
―Disculpe señor, ¿Sabe dónde puedo...?
―¿Por qué? ―El hombre la interrumpió.
―¿Por qué, qué? ―Respondió Luisa.
―¿Por qué buscas?
―Un... Un teléfono público...
―¿Por qué un qué? Porque no se conoce eso.
―¿Qué? ―Luisa lo miraba irritada, estaba dolorida, confundida y cansada, no estaba para bromas ―. Escuche, sólo busco un teléfono.
―¡Marian! ―Gritó el hombre, al instante, una señora anciana se acercó a él.
―¿Por qué me llamas? ―Dijo la anciana con una voz temblorosa por la edad, mirando a la muchachita en frente de ella de una manera despectiva.
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Las ruinas del tiempo
Novela JuvenilLuisa solo quiere volver a su hogar después de que una noche tormentosa es transportada a un extraño mundo donde las personas hablan como si fueran las palabras mismas, allí se encontrará con Tal vez, un joven asustadizo dispuesto a ayudarla pero co...