“Por fin entiendo que en tus redes yo caí”.
No lo podía creer, después de tanto tiempo teniendo miedo de perderla, había hablado con ella, le había compartido lo que sentía y con ello mi corazón. No lo podía creer.
Ella podía hacer que, si me sentía mal, las cosas se bañasen del brillo de la ternura que transmitía cada vez que me veía. No había nada que me llenase más el corazón que sus sonrisas.
Por eso la miraba ahora, con la guitarra en brazos, sentada en la cama, despeinada y sin maquillar. Qué maravilla que era esa mina, qué maravilla me había tocado.
Siempre me hice la que no sabía bien lo que quería, pero con ella estoy re segura de que quiero pasar mil madrugadas más así, tomándome una birra mientras ella me canta temas de Soda Stereo. Mirándole la cara que solamente se le ilumina por las luces que entran en la ciudad.
Bárbara era bárbara. Era mis ganas de no dormir con tal de poder pasar más tiempo con ella, y si llegaba a dormir, que sea al lado suyo y nada más. Era mi miedo de que algún día su ella y yo nos alejáramos, una arriba de un avión y la otra quedándose.
Yo sabía que había días en los que quería escapar de todo, de mí misma, de las palabras de odio, de las cámaras, del estrés, de mi familia, de mi propia piel, pero Bárbara era mi doctora. Sabía calmarme de todas las formas, regalándome una paz interna con cada abrazo que me daba, rozándonos pecho con pecho, piernas con piernas, panza con panza. Éramos arte, no había poeta que no hiciera una canción de nosotras.
Sus ojeras, su palidez, su guitarra, su pelo negro, esos ojos marrones que me hacían temblar cuando me miraban, me habían hecho caer en sus redes. Había dejado de preguntarme por qué, por fin entendía cuando mi corazón me decía “Porque sí”.
La vi.
Me sonrió.
Me enamoré.
La dejé entrar.
Cerré la puerta y la elegí.
Me daba tanto miedo pensar que la podía perder hablándole de mi amor, y nuestra primera noche juntas, me di cuenta de que no había nada más milagroso que sus caricias.- Me caes mal, Micaela –me había dicho. Me reí, tenía la mejilla pegada a su hombro y la calefacción no era la culpable de que estuviésemos transpirando en pleno julio.
- Una lástima, yo te re amo –le contesté. No esperaba su reacción, la verdad. Tampoco me había dado cuenta de lo que estaba diciendo.
- ¿Vos sos joda, Mica? –se separó rápido de mí. Mi cabeza cayó de golpe en la almohada. ¿Qué mierda había hecho? La garganta se me anudó-. Boluda, te traigo a casa, nos vemos una peli, nos tomamos como ocho birras y nos ponemos a jugar a verdad o reto, te acostás conmigo, ¿y me salís con que me amás? –posta parecía enojada. Yo tenía un dolor en el pecho y estaba a punto de llorar cuando me senté en la cama, agarrando las sábanas para no sentirme más desnuda de lo que estaba.
- Bar, déjame que te explique –le pedí con la voz ronca. Me dolía pensar que le había hecho algo malo.
- ¿Por qué me hiciste todo esto? –escupió. Se paró de la cama y la luz de la ventana de su pieza hizo contraste con su cuerpo desnudo. Con la bronca y todo, era una diosa.
- Porque tenía miedo de decirte las cosas y cuando me empecé a emborrachar, me besaste y pasó. No sé, no quería que hiciéramos nada que te lastimara porque posta que te amo, con toda mi alma. Te amo desde hace una banda y no sabía cómo mierda explicártelo porque tenía miedo de que te alejaras de mí, pero te juro que te entiendo si no me querés volver a hablar nunca más –dije y me sequé las lágrimas que ya se me estaban cayendo. Me mordí los labios y dejé de mirarla para levantarme de la cama y buscar mi ropa que estaba desparramada por el piso.No habían pasado ni dos segundos que la tenía a Bar abrazándome la cintura por la espalda. La puta madre, me hizo volver a llorar y más sonoro otra vez. Desnuda, abrazándome, la mina que yo más amaba era la octava maravilla del mundo.
- Micaela Pelotuda Suárez dice en tu documento, ¿no? –dijo, y me empezó a morder el cuello, dejando besitos por donde mordía-. Hace AÑOS que estoy esperando a que te des cuenta de que yo me muero por vos –me mordió-, por tus ojitos –me besó-, por tu boquita rosada –me mordió-, por tu carita de niña mimada –me besó, sonreí, reconocí la canción-, por tu carita que nunca dice nada…
Me dio vuelta y me miró a los ojos, no lo podía creer. Lloraba otra vez, pero ahora era de la felicidad que tenía al ver a Bárbara Martínez sosteniéndome entre sus brazos, a oscuras, sin ropa y en su propia pieza. Acababa de confesarme su amor y yo ya no necesitaba nada.
- Bar –dije cuando pude parar de llorar-, ¿no querés ser mi novia? –dije con un tono más divertido, levante una ceja. Bar imitó mi gesto de la manito.
- ¡Síííí! –respondió con voz aguda. Yo me reí y rodé los ojos mientras me mordía el labio.Esa noche volvimos a la cama.
Esa noche y todas las demás.- ¡Micaela, la yuta que te parió! –me gritó Bárbara. Es verdad, se suponía que la estaba escuchando.
- ¿Qué querés, enfermita? Dejá de gritar, son las dos de la mañana.
- ¿Desde cuándo te importa eso? –me preguntó, alzando una ceja y negando con la cabeza-. Quiero que me pases el vaso de birra, rata –me respondió, señalando el vaso que tenía en las manos. Se llegaba calentar la birra y Bárbara me mataba.Me levanté y le llevé una lata nueva de birra y un vaso. Era de las que no confiaba mucho en las latas de nada.
Bar dejó la guitarra y agarró las cosas. Se sirvió birra y dejó la lata en el piso, al lado de la cama.- Vení, bizcochuelito –me dijo, haciéndome una seña con la cabeza para que me sentase en la cama, al lado de ella. El apodo nunca iba a dejar de gustarme. Me lo puso después de que probé por primera vez un bizcochuelo suyo y casi morí de lo rico que estaba.
Estiró las piernas para hacerme lugar. Me senté con ella y nos recostamos en las almohadas, mirando las luces de la ciudad por la ventana. Nos encantaba la paz de nuestra intimidad.- Estabas medio distraída, gorda, ¿qué te pasa? –me preguntó después de que nos acomodásemos bien en la cama. Siempre me sentía mejor en su abrazo.
- Nada –le dije, me miró y puso cara de orto. Me reí-. Estaba acordándome de cuando te pedí que fueses mi novia.De inmediato empezó a reírse a carcajadas. A ella le causaba gracia acordarse de mi expresión de miedo del momento. Le pegué una palmada en la pierna y en seguida se quejó. Le hice un gesto de “vos te la buscaste” y me sacó la lengua.
- ¿Sabés una cosa? –me dijo, negué. Me gustaba guardar silencio cuando ella me hablaba-. Sos de las pocas personas que no me arrepiento de haber conocido. Sos lo más especial que me tocó vivir, boluda, te lo juro. Vos sos magia –dijo con mucha seguridad-. Me arreglaste, me sanaste, vos sos mi doctora.
La yuta madre, ¿qué estaba haciendo yo antes de hacerle el amor?
No me importaba si lo nuestro para funcionaba o no para los demás, si estaba bien o mal. Vivirlo con ella, para mí, era la gloria. Y sabía que iba a ser así nuestra historia, retocandola de vez en cuando, pero siempre juntas.
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Mental Mess {Barbica; One Shots}
Roman pour Adolescents"Estoy perdida en el azul de tus ojos"