Las cosas no se arreglan solas, y Bárbara lo sabía. La carta respuesta de Mica le había prendido una chispa en el corazón y se armó de valentía. Esa valentía que creía que no tenía en el momento en el que debería haberle pedido que se quedase junto a ella.
La gira había terminado hacía dos días, y Bárbara no conocía la manera de tocar la puerta de la casa de Mica y afrontarse a esos ojos azules que la podían desarmar en un parpadeo, literal.
Sin embargo, esa fría tarde de miércoles, se encontraba parada mirando la ventanilla de la puerta de la casa de los Suárez. Veinte minutos estuvo pensando si quedarse o si irse, hasta que repentinamente alguien abrió.
- Hola, Bárbara, ¿cómo estás? –Mirta la saludaba con una sonrisa, pero no había la misma simpatía de siempre. Bárbara se sintió culpable.
- Hola, Mirta –se sintió indecisa unos segundos, pero en seguida se lanzó hacia adelante y le dio un beso en la mejilla-. Yo bien, ¿y vos?
- Bien –respondió rápido-. Pasá, Mica ya baja. Estaba cambiándose porque tenía pensado salir, pero le dije que te vi afuera y que hace rato estabas esperando. Me dijo que te haga pasar –Mirta se corrió y le dejó lugar a Bárbara para que entrara a la casa. Bar entró, y se sintió como una completa extraña en ese lugar, casi como una intrusa.
Mirta le dijo que tome asiento y desapareció rápidamente en dirección a la cocina. Bar ojeó un poco el lugar y agarró su celular para mirarse en la cámara frontal y asegurarse de que todo su maquillaje seguía en su lugar. Se había esmerado en verse bien para que Mica la viese bien. A veces se sentía mal consigo misma al ver que Micaela le repetía constantemente lo hermosa que era, siendo que ella no se sentía así. En cambio, miraba a su ex novia y sentía que estaba en presencia de un ángel con pequitas. Sonrió ante la imagen.
Dos segundos después, las fuertes pisadas de Mica bajando por las escaleras la hicieron ponerse tensa. Era la hora.
Mica parecía ansiosa, pero en el momento en que vio a Bar sentada, esperándola, se frenó de golpe y abrió la boca para respirar. Quizás era porque hacía medio año que no la veía, pero no podía creer lo hermosa que estaba.
- Mica –Bar realmente no tenía palabras, era como si se hubiese olvidado hasta de cómo respirar.
- Viniste –respondió Mica, no se movía de lugar y sonaba bastante sorprendida de verla, aunque ya sabía de su presencia.
- Obvio que vine –le respondió la mayor, una sonrisa se iba dibujando despacio en sus labios que estaban pintados de un bordó oscuro. Se levantó de la silla, con la intensión de acercarse, pero dudo en hacerlo.
- Sentate –le pidió la ojiazul, Bar obedeció y se dejó caer en la silla con el peso de un corazón adolorido-. Tenemos que hablar de muchas cosas –le dijo, tomando asiento al lado de la morena.
- Ya sé –admitió Bar, bajando la cabeza, sabiendo que lo siguiente iba a doler mucho.
- Bar, ¿querés que me ahorre el vuelteo y te diga ya todo lo que quiero decirte? ¿O preferís que hagamos la previa y te pregunte cómo te fue en todos estos meses en los que no se te cayó un saludo? –preguntó Mica, con un tono un poco brusco. A Bárbara se le llenaron los ojos de lágrimas. No miró a la más chica.
- Decime todo lo que quieras, biz... –se frenó inmediatamente al darse cuenta de que estaba a punto de decirle por el apodo que utilizaba con ella cuando estaban en pareja- Mica –terminó la oración.
Mica sintió una punzada en el corazón, casi casi se le escapaba ese nombrecito que tanto amaba que le dijera. De haber sido así, seguramente no le decía y una mierda, se olvidaba de todo y se la comía a besos en ese momento. Pero no, no se lo dijo, y supo que Bar iba a darle el tiempo y espacio que ella necesitaba para descargarse.