El cartel decía Rapsodia Bohemia.
La conocí sin querer, me acuerdo del lugar como si hubiese ido mil veces, y solamente fue esa noche. Ella era como una reina, no paraba de regodearse entre la gente. Era imponente, llamativa, y muy mandona. Todos alrededor suyo bailaban y cantaban, le aplaudían y tomaban a dos manos. Ella, mientras tanto, sostenía contra su pecho una botella de Moet Chandon, de la cual tomaba sin cuidado cada vez que se le antojaba.
Parecía una geisha, todo de ella se veía como perfecto, la piel blanca como un papel, el pelo negro y del largo necesario para que me llamara la atención a otras partes de su cuerpo, la boca rosada como un caramelo. Tenía un encanto distinto, revitalizante, motivador. Una lástima que se dedicase a ese trabajo.
Pero parecía estar todo el tiempo al acecho. En una sola mirada escondida atrás de un par de cortinas negras azabache que eran sus pestañas, sabías o sentías que iba a ir por vos como un cazador a su presa. Le decían la Reina Asesina, y con qué razones.
Todo lo que ella ordenaba, se le cumplía. Una ironía en su rubro, la verdad.
"Déjenlossss... que coman Pas-Tel." gritaba como María Antonieta y, de un momento para otro, todos tenían el cuerpo cubierto de crema. Sin embargo, ella nunca perdía el encanto.
El lugar era un poco ambiguo. Las luces naranja de baja tonalidad hacían que los rostros se difuminaran y se perdieran rápidamente. Yo, sin embargo, no la podía perder a ella ni un segundo.
Estaba llena de una elegancia que no le pertenecía a nadie de ese lugar, era extraordinariamente hermosa. Cuando se acercó a mí y me rozó el brazo con esos dedos largos, se me erizó la piel. Era una invitación imposible de rechazar.
Me agarró de la mano y me llevó lejos de la gente. Nos sentamos en unos pufs negros de cuero sintético. Nos rodeaban cortinas de diamantes de plástico. Arriba de una mesita ratona, había caviar servido. Irónico, pero ella lo comía con el dedo.
Me ofreció un cigarrillo y acepté. No me olvido cómo me miraba la boca de manera despreocupada, porque esos ojos azules eran pura pólvora para mi mente.
- ¿Cómo te llamas? –me preguntó, sentándose al lado mío. Mucho de su cuerpo estaba al descubierto. Tenía las piernas largas y muy blancas, parecían de porcelana.
- ¿Podés preguntarme eso? –le respondí con cautela. Largué el humo del cigarrillo mentolado.
- ¿Por qué no podría? –me preguntó al oído. La piel se me erizó con el aliento caliente de ella. Su cercanía me hacía sentir inquieta, pero la música no nos dejaba escucharnos bien. Tiré la ceniza y me crucé de piernas.
- ¿Se te permite hacer ese tipo de "preguntas personales"? –ella se tiró un poco para atrás y me miró a la cara. Tenía una sonrisa que me aceleraba el pulso.
- Te voy a decir Preguntontas –respondió sin hacerlo realmente.
- Bárbara –le dije-. Me llamo Bárbara, ¿y vos? ¿Cómo te llamas?
- Killer Queen –aseguró. Rodé los ojos, a mí, con chiquilinadas, no.
- Dale, te dije mi nombre y ahora quiero saber el tuyo –me puso la mano en la pierna y empezó a acariciarme el pulgar. A mí se me subió un poco el calor.
- Si alguien se entera que te dije mi nombre, me matan –después de eso, se giró y me sirvió de su champagne.
- Por mi parte, no se van a enterar –le aseguré.