"She said she loves me, but all she loves is hate".
- ¿Qué más querés? No entiendo, ¿Que más querés? –grité desesperada, a estas alturas ya no entendía realmente qué era lo que había hecho mal, y buscaba en sus ojos claros la respuesta.
- ¿Qué es lo que no entendés? ¡Decime de una puta vez que es lo que no entendés porque la verdad es que me tenés podrida, date cuenta, cortala de una vez! –me gritó, yo la miraba, con la cabeza gacha porque le llevaba varios centímetros, y no podía creer cómo me lastimaba su mirada.
- Dejá... -le respondí resignada. Empecé a irme, y ella en seguida me buscó, me dio vuelta y me besó.
En ese beso fue que me di cuenta de todo.
Desde que la conocí, había caído enamorada de ella. De esos ojos claros y profundos, de su sonrisa blanca y de ese pelo negro espeso en el que podía perderme horas. Estaba llena de talento, y lo sabía perfectamente. Era una mujer absolutamente comprometida y apasionada por lo que hacía, y era lo que más enamorada me tenía. Su manera de ver el mundo era única y maravillosa, me había hecho sentir como una pinche adolescente de nuevo, no paraba de reírme ni un segundo cuando estaba a su lado. Me gustaba verla actuar, disfrutaba de su compañía, y ella parecía disfrutar de la mía. Era arte puro y se compartía conmigo.
Al cabo de poco tiempo me tenía dibujando la letra "M", de su nombre, por cada pedacito de hoja que encontrase, y me reía al darme cuenta, y me decía a mí misma: "Bárbara, qué goma de mierda que sos", pero qué se yo, es lo que hace el amor.
Todo al lado de ella parecía tan perfecto, hasta que, como cualquier cosa que tenga que ver conmigo, la magia se rompió.
Pasó una tarde en la que me decidí a mostrarle algo re íntimo mío, mi primer canción propia. La única persona que la había escuchado era Flor, pero yo sentía la comodidad y la confianza de compartírsela. Me acuerdo que me senté en el sillón de mi casa con la guitarra y ella llegó con una sonrisa de oreja a oreja, a mí me encantaba verla así. Era un solcito cuando estaba feliz, pero cómo me dolió cuando intenté mostrarle lo que quería.
- Amor, tengo algo que mostrarte –le dije con una sonrisa igual de grande que la suya. Agarré la guitarra y miré los acordes una última vez para sacarme los nervios.
- Pará, Bar –me dijo-. Tengo algo que contarte –me miró a los ojos y me agarró las manos. Sentí un pinchazo en el pecho.
- Pero M...
- Eu, escúchame, es más importante –aseguró, mientras me sacaba la guitarra de las manos y la dejaba de lado.
Fue la primera vez que me rompió el corazón.
Fue la primera pero no fue la única y mucho menos la última.
Con el tiempo, se repitió esa situación en la que yo me veía desplazada porque ella quería ser el centro de mi universo, pero no se daba cuenta de que estaba dejando de serlo.
Me la pasaba tratando de evitarla, porque cada vez que nos veíamos, peleábamos. Empecé a ir a un bar cerca de casa, estaba ahí casi todas las noches. Ahí también conocí a otra chica. Era totalmente hermosa, se robaba las miradas de todo el mundo. Tenía las mejillas rosadas, el pelo negro y la nariz salpicada de pecas. Unos ojos que iluminaban y una sonrisa que se te quedaba marcada en la memoria.
Empezamos a hablar, de vez en cuando nos tomábamos una que otra birra juntas. A ella no le gustaba mucho la cerveza, pero cuando estaba conmigo, la tomaba igual. Me contó que era actriz también, y que estaba muy interesada en el mundo del arte. Se interesó en mí, en mi música, en lo que a mí me gustaba hacer y lo que no. Me trajo muchos recuerdos de los buenos momentos con mi novia, pero no se parecían en nada la una a la otra.