Cerré la puerta cuando estuvimos dentro y me sorprendí de ver todo lo que nos rodeaba. Mientras admiraba todos los muebles y demás cosas, no me cabía la menor duda de que Dian y Carla Stewart, que eran así como se llamaban los propietarios del piso, eran bastante ricos. Todo estaba ligeramente adornado con tonos cálidos, y no había ninguna cosa que no cuadrase en aquel pequeño pero encantador espacio. Todo parecía sacado de un cuento... Dejé las maletas en el suelo y me dispuse a observar con más detenimiento la casa. Era preciosa. La mesa tallada en madera natural y las cuatro sillas que la rodeaban ocupaban la mitad del salón. Eso y los dos percheros a ambos lados de la puerta. Caminé hacia la mesa y pasé mis dedos sobre ella. Luego, me fijé en el pequeño pasillo situado justo al lado izquierdo de la estancia, en el cual Danielle y Lia habían desaparecido, en eso y en la puerta al otro lado. Sin embargo, no fui con ellas. Me senté en el sofá en forma de ele y me quedé observando la televisión de plasma situada enfrente de mí. Este sitio era genial pero de lo que de verdad me enamoré fue del gran ventanal situado a mi derecha. ¡En él se veía toda la playa! Eran unas vistas geniales... si por mi fuera me quedaría toda la tarde observando el mar, la arena y las miles de personas que había surfeando, hablando o simplemente paseando por aquella playa que se extendía hacia el infinito. Sin embargo, me moría de ganas por seguir viendo aquel piso que me maravillaba a cada segundo.
Me levanté del sofá y me interné en la puerta de la derecha que había visto antes. Cuando la abrí, descubrí que era una cocina. ¡Y vaya cocina! Las paredes estaban pintadas igual que el salón, pero lo que más me fascinaba era la gran isla en medio de la habitación. Estaba diseñada igual que la mesa del salón. Y alrededor de ella seis taburetes altos de color blanco. Me impresionó ver tantos armarios empotrados en las esquinas, tan grandes y lujosos. Seguramente estaban vacíos pero eso no me importó. Luego, dirigí mi mirada hacia la nevera. Grande, alta y con unos tonos muy sombríos pero bonitos. Caminé hacia ella para abrirla justo cuando Danielle empezó a gritar:
-¡Me pido esta habitación!
-¡No! Esa la quería yo.
Sonreí a medias y dejé mi inspección para otro momento. Salí de la cocina y me perdí en el pasillo. Había cuatro puertas, dos en cada lado y una quinta al final del pasillo. Entré en la que se escuchaban los gritos de mis amigas.
-Yo fui la que la vio antes, es para mí – dijo Danielle echándose en la cama.
Lia estaba de pie cerca de la ventana, admirando la vista con el ceño ligeramente fruncido. La habitación no estaba tan mal. Cama grande situada en el medio, y a ambos lados mesitas de noche. Un escritorio cerca de la ventana, bastante grande a decir verdad. Armario empotrado en la pared y muchos cuadros alrededor de todo el dormitorio. Y aunque las paredes estaban pintadas de azul oscuro, me pareció bastante bonita. Me acerqué a Lia y la cogí del brazo, sacándola al pasillo.
-Déjala a ella esa habitación. ¿Tú cuál prefieres? – dije señalando las puertas restantes.
-Esa es un baño – apuntó mi amiga señalando la puerta de al lado. – Y aquella es el dormitorio de Dian y Carla, así que no queremos dormir ahí, por si acaso.
-Bueno pues, elige una de estas dos.
Mi amiga estuvo meditando un rato cuál de las dos elegir. Entró en cada una de ellas y admiró cuál era la mejor. No entendía eso de conseguir la habitación más grande o la mejor. Si todas eran iguales. En cambio, a mí me daba igual. Al final, Lia se decidió por la de la derecha, y yo me quedé con la izquierda. Arrastré mis maletas hacia allí y entré. En realidad, todas las habitaciones eran muy bonitas, pero... la que me había tocado a mí era simplemente maravillosa. Por las noches no me quejaría de dormir en aquella cama. O de las vistas que podía admirar. O incluso de los múltiples libros que podría leer. Me acerqué lentamente hacia la estantería situada en una de las esquinas y pasé vagamente mis dedos por cada libro. Era como un sueño, este viaje había sido mejor de lo que esperaba. Estuve un buen rato admirando el dormitorio. Las paredes, pintadas con un azul cielo clarísimo eran como estar en una nube mientras vagaba por el cielo, libre. No había cuadros, solo libros, libros y más libros. Pero eso a mí no me molestó. Me senté en la cama, mirando por un momento las vistas. Estábamos en un tercer piso así que no corría peligro de que alguien me viera desde la calle. Cogí ambas maletas y las abrí. Me levanté y caminé hacia el armario, pero cuando lo abrí me sorprendió ver algo inusual dentro de él. Me agaché para verlo mejor y descubrí que lo que estaba apoyado en una esquina era una patineta de skate. Extrañada la dejé ahí, supuse que era de los propietarios o algo así, así que no la toqué. Me dispuse a poner toda mi ropa en el armario, con cuidado de no doblarla. Pantalones y zapatos en los cajones y bajo las perchas. Y las camisetas y vestidos colgados. Revisé que todo estuviera bien ordenado y cogí mi bolsa de maquillaje para ponerla en el baño. Volví a mi habitación y me eché en la cama. Todo esto era como un sueño, y esperaba que jamás se acabase.
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En mil pedazos
Teen FictionUn corazón roto en mil pedazos... Su corazón. Amanda White, con sus veinte años, intenta por todos los medios volver a hacer sanar su corazón. Sin embargo, todo se le volverá difícil. La sensación de ahogo es tan grande que incluso la propia Aman...