1. El tiempo se agota

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— Esto está mal —Decía un hombre de cuarenta años mirando parte de su espalda en el espejo de su habitación.

Lo que en un principio era fácil esconder con el tiempo se hacía cada vez más difícil. Aquella mancha negra cada vez se expandía más, desde su espalda hasta su vientre y conforme los días pasaban parecía como si tuviera brazas ardientes en lugar de piel. Le quedaba poco tiempo, lo sabía y eso solo lo enfurecía pues ese tiempo no le sería suficiente para terminar sus pendientes.

— ¿Padre? —La suave voz de Daniel lo sobresaltó y rápidamente cubrió su torso con la ropa que usaría ese día. 

— Adelante —Dijo cuando ya se ponía la túnica que hace años le perteneció a aquel hombre que tanto amó y seguía amando. Los años no le hicieron olvidar quién es el dueño de su corazón— ¿Dónde has estado? Mira como vienes —Miró desaprobando un corte en la mejilla y los nudillos magullados.

— Fui al hospital del norte, ¿cómo sigues? —Trató de ignorar la cara de enojo de su padre y pasó a la cama a vaciar lo que llevaba en la mochila. 

— Daniel, por favor —Draco se llevó una mano al puente de su nariz y reprimió el impulso de suspirar. Si lo hacía desencadenaría un ataque de tos— Deja de ponerte en peligro buscando medicinas caducadas... No quiero perderte.

— ¿Y crees que yo sí quiero perderte a ti? Padre... Eres lo único que tengo en el mundo —Ambos se sostuvieron la mirada con el ceño fruncido, pero con esa tristeza de saber que cualquiera de los dos podría desaparecer y ninguno quería averiguar quién sería el primero.

Draco había contraído la enfermedad desde hace dos años atrás y cuando Daniel se enteró el año pasado; el chico no dejaba de hacer tonterías. Salía cuando le quitaba la vista de encima y regresaba todo malherido y con la mochila llena de medicinas (algunas en buen estado y la mayoría caducadas), comida enlatada, uno que otro ingrediente para realizar pociones y herramientas que a Draco le funcionaban para su trabajo. Cosa que a Draco le molestaba demasiado pues temía que un día no regresará o se infectara, ya fuera por la epidemia o la mordida de los inferí.

— De acuerdo —Draco se acercó a Daniel y le sostuvo el rostro entre sus manos— No peleemos ahora y menos tan temprano. Curemos esto primero —Con la yema de su dedo presionó a propósito el corte en la mejilla de su hijo, ganándose de inmediato un quejido de dolor— Eso fue por salir sin avisarme. 

— No me hubieras dejado si lo hacía -Se defendió al tiempo que él fruncía el ceño y Draco sonreía un tanto burlón.

— Y tú hubieras salido de cualquier forma, ¿desde cuándo me obedeces? —Dijo mientras caminaba al baño para sacar el botiquín de primeros auxilios. 

— Lo heredé de ti, no me culpes —Se encogió de hombros sonriendo con aparente inocencia. Draco regresó al cuarto con una caja en las manos.

— No, eso no es mío; yo siempre fui educado y acataba las órdenes de mis padres. Eso sin duda es de tu padre. Él era como un imán de problemas y le encantaba ir en contra de las reglas —Decía con una sonrisa nostálgica mientras que con un algodón limpiaba la mejilla de su hijo.

Daniel le miraba fijamente y en él veía una sonrisa cansada, llena de dolor, sufrimiento, de recuerdos y anhelos que ya no podrán ser, pero a pesar de ello su sonrisa brillaba de solo recordar a Harry Potter, y Daniel se preguntó cuan deslumbrante había sido la sonrisa de su papá Draco cuando su padre Harry vivía.

— Hablando de ir en contra de las reglas —Draco despegó la vista de lo que estaba haciendo, para verlo a los ojos mientras enarcaba una ceja— Tome la saeta de fuego y tu varita —Río un poco apenado. 

El último díaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora