6.

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Alguna vez...

¿Has sentido el dolor ajeno?


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Observó su rostro, dudando en como proceder, volviendo a enjuagarla para después apreciar su reflejo, deseando cambiarlo; esperando cambiarlo comenzó tratando de mostrar una sonrisa alegre, negando nuevamente al ver como sus labios se curveaban en una mueca, sus ojos transmitan dolor, volvió a cuestionarse cuanto más podría soportar.

Hacia ya ocho días desde que fue a visitar al maestro, hace ocho días que solo lograba sentirse vacío, hace ocho días que sus mañanas consistían en cuestionarse sí todo era una fantasía, incluso comenzaba a pensar que ya estaba muerto, todo lo que vivía era un castigo por ser un mal amigo, un mal hijo, un mal novio... Un mal amor de vida.

Su mente divagaba entre los sucesos vividos, su estómago rugió, cerró la llave del lavamanos, seco su rostro en la toalla a su derecha, para después dejarla en su lugar; apagado se encaminó a la cocina, ya no había galletas, la leche se había acabado el día anterior, la fruta ya estaba podrida.

Tal vez era una fruta, o debería de ser una.

Acaricio sus brazos, había sido esclavo de los recuerdos, tanto que aún sentía sus ojos hinchados de tanto llorar.

Necesitaba un amigo, pero lastimosamente aunque siempre estuvo para todos, nadie parecía estar del todo para ayudarlo.

Tal vez ese día no comería, no sería diferente a los anteriores, arrastrando sus piernas regreso a su habitación, para disponerse a sentarse en el suelo y continuar con su propia sesión de tortura.

Sus planes se vieron interrumpidos por un par de toqueteos que llegaron a sus oídos, hace días que nadie se acercaba a su departamento, angustiado por lo que fuese a ocurrir se apresuró a llegar hasta la puerta.

Más toques.

Más insistencia.

Menos ganas de seguir de pie en medio de la sala.

—¿Adrien? ¿Cariño? —se escuchaba una leve indecisión en su voz.

Al reconocer quien era, recorrió la estancia, pues a pesar de no haber salido de su departamento ya en varios días, todo continuaba en perfecto orden, el único desastre dentro de su hogar era el.

Golpeando levemente sus mejillas para no perder la cordura, se aproximó hasta la puerta, al abrirla observó la sonrisa apagada de la mujer frente a él.

—traje de desayunar —exclamó sacudiendo una bolsa de papel junto a un par de cafés.

Era su salvación.

O bueno, lo era hasta que leyó las siglas en la bolsa.

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[—así que... —dudoso reviso el diseño.

—TS por Tom y Sabine —explicó mientras le mostraba el viejo cuadernillo de su padre —así que... —mencionó esperando que comprendiera.

—AM —cito con emoción, se abrazo a su pareja mientras trataba de mantener la calma —lo amo, ya deberíamos de abrir, vamos a hacer la competencia.

Alguna vez... [Terminada] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora