Tristan y un raro presentimiento

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  Eran las ocho de la tarde, en un rato cenarían. Antoine y los cinco soldados se la pasaron, luego de la reunión, repasando el plan. Era muy importante que todos lo supieran y lo cumplieran al pie de la letra.

  Tristan había notado todo ese tiempo, una rara actitud de Antoine. Cada vez que nombraba la parte en la que estrellarían el avión, parecía como si sus cuerdas vocales se cortaran, o como si alguien atara un nudo en su garganta. Sin embargo, Tristan lo ignoró. <<Seguramente esté nervioso>> pensó. 

  Una vez que fue la hora de cenar, todos se reunieron en el gran salón principal del museo. En la puerta delantera, estaban Evans y Zéphyr, dos de los cinco soldados que habían sobrevivido. Los otros dos, Ulysse y Mathilda, estaban comiendo en un rincón. Tristan sospechaba que andaban juntos, pues,  siempre estaban cerca, se acariciaban, y todo eso que hacen los novios. Tristan soltó una pequeña risita al pensar eso. Si su hipótesis era cierta, valla mujer se había elegido Ulysse. Todo lo que una mujer podría tener de tierna y cariñosa, Mathilda lo tenía de ruda y feroz.

  Tristan movía su cabeza, de un lado a otro, vigilando con ojos de águila. Algo le llamó mucho la atención. Antoine y Abélard estaban hablando en el segundo piso, apoyados contra la baranda. Tristan, fingiendo que recorría el lugar, vigilando, se acercó hasta quedar abajo de su nuevo general, y el anciano.

  Hizo mucho silencio, con el objetivo de escuchar de que conversaban, e intentar descubrir que lo tenía tan preocupado al general. Justo cuando el llegó, la conversación había cesado. ¿Acaso se habrían dado cuenta? ¿Sabrían que él quería escuchar la conversación? Todas estas preguntas rondaron la cabeza de Tristan.

  El pobre soldado ya se había desilusionado, cuando Antoine y Abélard retomaron la charla:

-Debe existir otra posibilidad, Antoine- decía Abélard, que parecía que empezaría a llorar en cualquier momento-. No podemos matar gente de nuestra comunidad. Todos tenemos derecho a volver a vivir en libertad.

-No Abélard, es la única forma. Él lo hará- la voz de Antoine empezaba ser fría y dura-. Para tener libertad, a veces hay que hacer sacrificios. Ésta es la única forma.

  El corazón de Tristan se paralizó, se marchitó. Algunas válvulas se entrelazaron con otras. Él sería quién volaría con Antoine hasta París. ¿Acaso su general, alguien que admiraba por su valentía, por su audacia y sabiduría, querría sacrificarlo?

-No, no puede ser posible. Antoine nunca haría eso- susurraba Tristan, con los ojos cerrados, mientras una lágrima le caía por su mejilla.

  La conversación cesó, y Antoine y Abélard bajaron a la planta baja, para cenar. El general no pudo evitar ver que su fiel hombre estaba llorando, bajo el balcón. Se acercó preocupado, o al menos fingiendo preocupación.

-¿Qué te sucede, Tristan?- Preguntó Antoine, apoyando su mano derecha en el hombro del pobre soldado.

-¿Có... cómo puede us... usted...- Tristan no podía parar de tartamudear, debido a la rabia. Al final, se dio cuenta de que había metido la pata-. ¿Cómo puede usted soportar esta guerra, señor?

-Mejor ve a hablar con Ange, ella es psicóloga- dijo el general animándolo con una palmadita en la espalda-. Te necesito preparado para la gran misión que nos llevará a la libertad. ¡Qué ansiedad! ¡Apenas si falta una semana!- Pues era viernes, y el ataque sería el mismo día, pero de la semana siguiente.

  La semana de Tristan, y la del resto de la comunidad, incluyendo a Antoine y Abélard, fue completamente normal. Tristan sentía como si de un momento a otro, se hiciera jueves; y es que así pareció. Eran las nueve de la noche, estaban viajando hacia la base militar. En tan solo dos horas, estaría comenzando la "liberación de Francia", como los izquierdistas lo llamaban.  

Héroe: Antoine LeGocqDonde viven las historias. Descúbrelo ahora