Podría poner fin a la guerra

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Se decía que la capital no era lugar para débiles. Las calles nunca eran seguras menos en tiempos de guerra, menos en esos días. Katie dudaba que realmente hubiese habido un día en el que el ambiente que se respirara en las calles fuese de tranquilidad, más que de vapor y aceite de máquinas. De todas maneras, no era como si ella odiara aquellos olores.

Se escabulló entre los callejones, ignorando el tumulto de la gente. Evitó, sobre todo, pasar cerca del mercado. Era un completo caos en las mañanas, con inventores queriendo buscar a alguien que patrocinara sus extravagancias y comerciantes intentando engañar a los transeúntes para que compraran sus artículos exóticos. Además, Katie no podía dejar que su padre la viera. Sabía que debía estar al centro de la plaza, llegada esa hora, dando anuncio de su más reciente invento. Una parte de ella sentía deseos de escuchar también, pero conocía las consecuencias de ser descubierta por... su madre.

Hizo una expresión de molestia al pensar en aquella mujer, y siguió su camino.

Entró al taller saltando por la enorme ventana trasera. Estuvo a punto de resbalarse con alguna de la chatarra que estaba en el suelo, pero consiguió recuperar el equilibrio a tiempo.

Matt se dio la vuelta hacia ella al escuchar el ruido. Su rostro se había tornado pálido y las puntas de su cabello, naturalmente despeinado, se habían erizado.

-Por Dios, que susto me diste -exclamó, con la respiración entrecortada.

Katie ignoró su posible ataque al corazón y se acercó a la mesa en la que estaba trabajando su hermano.

-¿Cómo va?

-No muy bien -reconoció Matt, con un suspiro-. No sé por qué te molestas tanto en querer hacer funcionar esta reliquia.

Katie inspecciono el robot en la mesa, con una mueca. Su padre se lo había regalado cuando era apenas un bebé. Ella le guardaba mucho cariño. En parte, se sentía culpable de que el pobre robot hubiese dejado de funcionar, después de todo, había sido ella quien le sacó las piezas a los cinco años para saber cómo operaba. Desde entonces, era caso perdido. Su mamá había estado a punto de tirarlo hace unos días, pero Matt lo encontró antes de que el autómata de la basura pasara.

Quizás las cosas serían más fáciles si tan sólo su padre tuviese tiempo para reparar lo que él mismo había construido... después de todo, como su creador, entendía su funcionamiento mejor que nadie.

-Creo que armaste mal los receptores -dijo Katie, dejando a un lado la caja que había cargado consigo todo el camino para tomar las herramientas-. Y estos circuitos están mal conectados.

Matt observaba la escena, atento para descubrir cuáles habían sus errores y cómo podía corregirlos a futuro.

Dentro de poco, los ojos del robot se encendieron. Un holograma salió de ellos, llenando las paredes de la habitación con dibujos de colinas verdes y prados llenos de flores tan rosadas como las mejillas de un bebé. Una leve música comenzó a flotar entre los hermanos. Era el himno de Altea.

-No recordaba que el castillo apareciera -comentó Matt, señalando la imagen deformada gracias a las cajas apiladas detrás del holograma.

-Algún día me gustaría ir ahí -dijo Kattie, soñadora, apoyando una de sus mejillas en su puño-. Ver esos campos por mí misma...

-Conocer a la princesa Allura -añadió Mattt, con una sonrisa boba.

-Comer los pasteles de plasta...

Ambos intercambiaron miradas al pensar en lo mismo.

-¡Ver los inventos! -exclamaron, al unísono.

Por tí [VoltronxMulán] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora