Capítulo 1

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    Era la Nochebuena del 2001, yo tenía cuatro años y mi madre se había quedado frita con una cerveza en la mano y la cabeza de un hombre mucho mayor que ella en la otra. Salí a hurtadillas de nuestra caravana para ver los fuegos. Mi madre me había prometido que esa noche los vería conmigo, pero como era evidente no cumplió. Me senté en las escaleras de metal frente a nuestra puerta y vi a un niño de pelo castaño oscuro salir de otra caravana situada dos filas por delante de la mía. Parecía estar llorando porque se restregaba el brazo por los ojos. Lo miré y me olvidé de los fuegos. Él me vio, me miró fijamente con unos ojos verdes, tan verdes como el musgo que a veces se pegaba a las ruedas de mi casa. Entonces se acercó. Yo me abracé las piernas intentando ocultarme. Me daba vergüenza mi vestido de flores porque tenía un agujero en el lateral de la falda y una mancha amarilla por delante. Se paró frente a mí aún secando sus lágrimas.
- ¿Me haces un hueco?

Yo me deslicé a la derecha para dejarle un sitio a mi lado y se sentó conmigo a ver los fuegos. Después de un rato que me pareció eterno me dijo:
- Me llamo Egan, Egan Buchanan, ¿y tú? - tenía una sonrisa preciosa. Le miré aún agarrándome las piernas y no pude evitar devolverle la sonrisa.
- Mariana. - entonces se rió y se acabó la magia.
- Tienes nombre de una de esas chicas de telenovela que ve mi abuela.
Me levanté echa una furia y entré en la caravana dando un portazo. Ese niño era estúpido.

Seis años después

    Me encontraba sentada en un sillón raído de un garaje abandonado. Egan aún no había llegado y yo quería ver ya mi serie, así que me levanté para enchufar la tele y poner el único canal que transmitía. Moví la antena hasta que cogió señal y me senté de nuevo en el sillón. No faltaba mucho para que empezara.
- ¿La estás viendo sin mí? - preguntó entonces Egan. Lo miré con mala cara dispuesta a decirle que se lo había buscado y entonces vi que llevaba un paquete de cheetos en las manos. Qué mala amiga era.
    Después de aquella noche en la que lo dejé plantado Egan y yo nos veíamos muy a menudo para jugar. Cuando mi madre y su abuela se enteraron no les gustó y nos prohibieron seguir viéndonos. Mi madre pensaba que la abuela de Egan era una señora amargada con muchas ínfulas que se negaba a aceptar que vivía en un cuchitril y que era tan pobre como todos los que la rodeaban. Por otra parte, la abuela de Egan pensaba que mi madre era una vaga que nada más servía para abrir las piernas, aunque yo no entendía muy bien lo que quería decir eso. Que no nos dejaran vernos solo sirvió para que quisiéramos vernos más. Nos sentíamos cómo Romeo y Julieta, sin ninguna connotación romántica. Eso entre nosotros no existía. Éramos amigos.
- Lo siento...- le dije haciendo un puchero.- Pensé que no ibas a venir. - agaché la cabeza para que mi pelo negro azabache me cubriera la cara y empecé a mover los hombros para que se pensara que estaba llorando.
- Vale, vale, está bien. Para ya, aunque sé que es mentira me pone incómodo. - sentí como se sentaba a mi lado, pero seguí con mi actuación. Tenía un propósito en mente.
- Pararé...só...sólo si compartes...- dije fingiendo sollozos. Oí la bolsa abrirse y entonces un cheeto en forma de pelota apareció frente a mi cara. Me eché el pelo para atrás y sonreí feliz cogiéndolo. Me puse cómoda en el sofá subiendo las piernas y apoyando la cabeza en su hombro. Entonces la serie empezó.
- Mar se parece a ti. - dijo Egan en el momento en el que Thiago la sacaba de la fuente a la que se había caído intentando escapar de la Fundación BB.
- ¿Tú crees?
- Sí, tú también eres dura de pelar, ya sabes, aunque ella es más guapa.
- Mira quién fue a hablar. - se giró haciéndome quitar la cabeza de su hombro para mirarle. El flequillo le caía por la cara cubriendo uno de sus ojos verdes. Entonces sonrió con una media sonrisa que nunca antes le había visto. Parecía un lobo.
- Si soy tan feo, entonces ¿por qué ya he besado a seis chicas? - abrí la boca perpleja.
- Eso es imposible, sólo tienes once años. - me miró cómo si hubiera dicho una cosa horrible.
- Yo no miento, ya sé besar como un adulto.
- ¡JÁ! - le grité en la cara. Sin verlo venir me cogió por la parte de atrás del cuello y me besó. No fue un pico, ni un besito. Me besó como lo hacen los mayores. Cuando nos separamos yo tenía una cara de horror.
- ¿Ves? - y sin más se apoyó otra vez en el respaldo del sillón mientras yo seguía en la misma posición con la mirada perdida.
- Eres la número siete...es mi número preferido.

La mala del cuentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora