Capítulo 5

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    Era una fiesta de esas a las que ninguna chica buena iba. Era privada, después de una pelea ilegal en una jaula. Llevaba una camiseta de rejillas negra con un sujetador de esos modernos negro con una tira a cada lado del pecho y un pantalón alto, muy corto y muy pegado, negro eléctrico. Esta vez opté por el pelo completamente suelto con mis ondas naturales. Estaba en una de esas fiestas a las que iba sin Egan porque se volvería loco si se enteraba de que estaba ahí, después de tantos años conociéndonos aún no entendía que mientras más me quisiera negar algo más querría hacerlo. Un chico asiático no me quitaba los ojos de encima y la verdad es que estaba muy bien. Me moví lento, le miré, le seduje, le atraje y le excité. Eso me hacía sentir poderosa. Tener el control. Yo decidía qué, cómo, cuándo y con quién. En el momento exacto le besé, muy lento, pasé mi lengua por sus labios y me separé cuando abrió la boca dejándolo con las ganas. Sí, el chico estaba muy bueno, pero a mí me gusta jugar antes de pasar a la acción. Hacerles perder la cabeza y ya después si me seguía apeteciendo llegaba hasta el final. No es que lo hiciera mucho, solo si un tío de verdad me ponía, y ese no era el caso esta vez. Cuando el chico se dio cuenta de que había perdido el interés me siseó cabreado.
- Puta. - yo le miré sonriendo con condescendencia. Me acerqué y le pasé un dedo desde el ombligo hasta el mentón.
- En ese caso...son cincuenta euros, cariño. Hay quien mataría por un beso mío. - se puso rojo y se marchó. Yo me reí y seguí bailando. Después de un rato bailando sentí como alguien me tiraba del brazo y me daba contra un pecho duro que olía a menta. Lo reconocería en cualquier parte. Le miré y él me devolvió una mirada enfadada. Estaba muy guapo, sin camiseta, un labio partido y ese piercing.
- ¿Qué haces aquí? - siseó. ¿Por qué hoy todos siseaban?
- ¿No es obvio? ¡Estoy de fiesta! - intenté separarme dando saltitos de alegría, aunque la canción que sonaba era lenta. No romántica, sino con un ritmo pausado.
- ¿Sola? - preguntó volviendo a pegarme a su pecho. - ¿Fuiste a la pelea? - cuando me miraba así con esa mezcla de rabia y pasión me daban ganas de empezar a gemir.
- No me dio tiempo. - contesté poniendo mis manos en su pecho y deslizándolas hasta su cuello. Me puse de puntillas y la vi. Justo detrás de él estaba la barbie malibú. No sé por qué me entró la risa. El alcohol supongo.
- ¿Te has traído a la barbie malibú? - pregunté aún entre risas.
- Tengo nombre. - dijo la aludida.
- Lo sé, Alice. - pronuncié su nombre del mismo modo que Egan aquella vez. - Pero barbie malibú te queda mejor. - la chica llevaba un vestido de flores y un sospechoso chupetón en el cuello. Miré a Egan alzando las cejas. - Mejor les dejo para que sigan con lo que estaban haciendo. - dije quitándole las manos de encima. No me había dado cuenta de que seguían ahí y por lo que se veía él tampoco porque puso cara de sorpresa. A veces la costumbre es una perra. - Un momento...si fuiste tú el que me interrumpió. - le señalé con el dedo acusatoriamente.
- Nos vamos, estás muy borracha. - dijo cogiéndome del brazo otra vez y tirando de mí a la salida.
- No puedes dejar a la barbie aquí sola. Se la van a comer. No deberías ni haberla traído. - se me salió un hipo al final y casi me caigo por los tacones.
- Ella se viene con nosotros. - miré para atrás y la vi siguiéndonos de cerca. Habíamos creado un pasillo. Por lo que se ve Egan había ganado la pelea. Levanté la mano que no me estaba agarrando y grité emocionada.
- ¡Trío! - escuché su risa y la exclamación ahogada de la princesa disney.

Nos subimos a un coche que no me sonaba de nada. Egan me abrió la puerta de atrás y yo me subí acostándome. Ellos dos se sentaron delante, Egan conduciendo.
- Es la primera vez que no corres.

Escuché una voz lejana mientras la oscuridad me comía. Tenía sueño y quería cantar. No sabía cómo hacer las dos cosas a la vez.  El coche paró, la puerta se abrió y alguien me cogió en brazos. Tuve la sensación de que no quería que me soltara nunca. Me dejaron en un sofá y sentí una mano en mi mejilla.
- Mamá - murmuré. - Un hombre me está tocando...no quiero que me toque.
- Tranquila, pequeña. Solo soy yo.
- Tranquila, mamá. Solo es él.

Estaba entre el aquí y el allá, deambulando perdida en intervalos de luz y sombra, voces y silencio. "¿Te acuestas con ella?" Silencio, oscuridad. "Yo soy así, Alice. No voy a cambiar." Oscuridad, silencio, sollozo. "¿La quieres?" "¿Ves cómo eres? Yo intentando hablar de nosotros y tú no dejas de hablar de ella." La nada.

Cuando me desperté se olía el café y la pizza. Me senté en el sofá intentando echarme para atrás la espesa melena enredada. Me restregué la cara y los ojos no me picaban. Deberían picarme si me había dormido con el maquillaje puesto. En la mesa de cristal frente al sillón había algodón manchado de negro. Extraño. Me asomé por el sillón reposando la cabeza en el respaldo. Vi a Egan subido en el pollo, con una taza en las manos mirando el café de forma indescifrable. Tenía el pelo revuelto y cara de haberse levantado hace poco. Estaba en bóxer azul marino y nada más. Yo llevaba una camiseta negra suya y la ropa interior.
- Quiero pizza - dije alargando la mano con voz dormida. - y café. - él me miró y sonrió. La expresión que tenía desapareció.
Me dio la taza que tenía en la mano y trajo la caja de pizza para ponerla en la mesa sentándose a mi lado. Encogí las piernas para hacerle hueco y después las puse encima de las suyas.
- Me pareció a mí o ayer discutiste con la malibú. - dije mordiendo un trozo de pizza y poniendo un codo en el sofá para sujetarme la cabeza y mirarle. Estaba mordisqueando un trozo de pizza sin ganas. Lo dejó y apoyó la cabeza en el respaldo suspirando.
- Siento que me quiere salvar todo el rato. Como si yo fuera algo roto que tiene que arreglar. Yo no me siento roto. Vamos a ver, sé que tengo un pasado de mierda, que no vivo una vida muy legal y que a veces hago cosas de las que después me arrepiento. No sé, Mar, ¿estoy roto? - me preguntó girando la cabeza en mi dirección. Yo quité mis piernas de encima de las suyas para ponerme de rodillas frente a él. Le cogí el rostro entre las manos.
- Si tú estás roto, pela, entonces yo también, y si de una cosa estoy segura es de que no estoy rota. Tal vez un poco perjudicada - sonreí. - pero rota no.

La mala del cuentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora