Capítulo 2

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Me miré una última vez en el espejo de mi amiga Irene repasando la profunda línea negra del ojo que enmarcaba mi mirada color chocolate. Llevaba una falda de cuero negra, un top negro con escote y amarrado al cuello como un collar, tacones altos también negros con dos cadenas colgando hasta el final de los tacos. Llevaba el pelo negro recogido por la parte de arriba en un pequeño moño medio deshecho para que no se me cayera por la cara al bailar y el resto suelto me llegaba por debajo de los pechos.

- Tener ese cuerpo debería ser ilegal. - Irene me sonrió a través del reflejo. Ella era rubia ceniza con ojos azules, llevaba el pelo suelto y un vestido ajustado. - Ojalá yo tuviera tu culo, o tus tetas.
- Déjate de tonterías, anda, si estás buenísima. - le dije cuando se tiró en la cama haciendo un sonido de lamento.
- Ojalá Ricky Moriarti pensara igual que tú. - Ricky era el chico que organizaba la fiesta de este sábado. Siempre era en su casa porque era la más grande y tenía barra. Le llamaban "la gorda" porque cuando era pequeño estaba gordo, aunque ya no. Eso yo lo sabía de sobra.
- No merece la pena, te aseguro que no vale el esfuerzo. - le dije como pude mientras me repasaba el pintalabios.
- Pero bien que te lo tiraste.
- Por eso sé que no vale el esfuerzo. - me di la vuelta poniendo las manos en la cintura. - Lista, ¿nos vamos? - se puso de pie y sacó el móvil para hacernos un selfie frente al espejo.
- Qué perras vamos. - dijo dándome una palmada en el culo. Cogimos nuestras cosas y nos encaminamos a la casa de Ricky.

La casa estaba abarrotada hasta los topes, la música rugía y ya estaba casi todo el mundo borracho. Llegamos a la misma vez que Egan y sus dos amigos James y Ethan. Egan llevaba un vaquero gastado negro y una camiseta básica negra, el pelo desordenado con un piercing en la ceja que le daba un aspecto matador. Si ya era difícil escapar de sus ojos color verde oscuro, ese piercing lo volvía una misión imposible. Me acerqué por detrás intentando no hacer ruido al subir las escaleras que llevaban a la puerta de la casa.
- Llegas tarde, pela. - le susurré al oído con voz seductora. Le llamaba así desde aquel episodio de nuestra serie en la que el protagonista quiere que su novia lo rape, no sé porqué en ese momento se nos ocurrió que sería buena idea hacer lo mismo, aunque a diferencia de la chica de la tele yo sí me atreví a hacerlo. Intuí más que vi su media sonrisa antes de que se diera la vuelta y me la mostrara.
- Yo nunca llego tarde. - aseguró cogiéndome de la cintura y acercándome a su cuerpo. Devoró mi boca como si estuviera muerto de sed y mis labios fueran la única fuente que quedaba. - Tu cuerpo es un infierno, pero tu boca...tu boca es la entrada al Paraíso.

    Aún pegada a su cuerpo y con mi boca cerca de la suya busqué que nuestros ojos conectaran.

- No te equivoques la entrada al Paraíso está en un lugar menos visible. - me miró con una intensidad que hizo que mis piernas temblaran. Me separé de él dándole la espalda para entrar en la fiesta cuando oí su risa detrás de mí. Sonrisa de lobo, risa de lobo.

    Ya llevaba un par de copas encima y me empecé a marear así que aparté al chico con el que estaba bailando y me abrí paso hasta la barra para apoyarme. Recorrí con la mirada todo el lugar buscando caras conocidas. Enseguida reconocí el pelo de Egan. Estaba reteniendo contra la pared a una chica a la que le metía mano por debajo de la falda. Sonreí, tan típico. Egan y yo no éramos novios, nunca lo fuimos y nunca lo seremos. Los novios rompen, se pelean por celos y se ponen los cuernos. Nosotros éramos amigos, amigos que habían descubierto juntos lo que era el sexo en un sillón echo polvo de un garaje abandonado. No había sido nada romántico, pero era nuestro. Me serví un vaso de agua viendo como Irene hacía lo suyo seduciendo a Ricky con un baile en medio de la pista. Esta noche esa iba a triunfar. Entonces la vi entrar. No pude evitar fijarme en ella, llamaba demasiado la atención. Parecía desorientada mientras se ponía de puntillas mirando alrededor. ¿A quién podría estar buscando una chica cómo aquella?
    En cuanto esa chica con su trenza rubia y vestido rosa de volados entró a la fiesta supe que se acercaban problemas. No encajaba para nada en el lugar, ni siquiera en el pueblo. Tenía bailarinas, ojos demasiado cándidos y pecas ¡por Dios! Vi cómo se acercaba a Buchanan y  sin darse cuenta chocó con él interrumpiendo su momento con la chica que tenía pegada a la pared. Vi cómo él la sujetaba cuando ella estaba por caer de rodillas al suelo y después la empujaba con una mirada de desprecio. Si solo hubiera sido eso, si no hubiera hecho lo que hizo después hasta aquí llegaría esta historia, pero no. Él le sonrió, con esa media sonrisa tan de lobo que siempre tuvo, la miró de arriba abajo y le dijo:
- ¿Vienes de Cansas? ¿Quieres que te indique dónde encontrar las baldosas amarillas?

    Desde ese momento supe que me habían encasillado como la mala del cuento.



Todas las semanas un nuevo capítulo los jueves.
Gracias a los que leen.

La mala del cuentoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora