Tiempo que se escapa entre las manos

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El movimiento de una mano sobre su pecho, saco a Tony de su profundo sueño. Al abrir sus ojos, se encontró con un Steve de que... Nueve... Díez años, completamente dormido, con uno de sus brazos rodeándolo, y con la bata, que ahora le quedaba pequeña a medio poner, revelando una buena porción de su blanquecina piel.

Alarmado, se removió con brusquedad, despertando al menor, quien sobresaltado se apartó rápidamente del castaño, mirándolo con temor.

-¿q-que hago aquí... quien eres tu y que haces aqui?- preguntó nervioso, mirando como un niño perdido a su alrededor, hasta que reparo en su estado de semidesnudez, por lo que se apresuró a cubrirse rápidamente con los tendidos, mientras miraba con vergüenza y temor al mayor.

-calmate un poco y permíteme explicarte. Estás aquí porque enfermaste, yo soy Tony y estoy cuidándote, de acuerdo- explico tratando de guardar la calma.

-mmm, ya veo- dijo, ocultándose aún más entre las costosas frazadas, mientras miraba con timidez y curiosidad al mayor.

-¿cuantos años tienes, Steve?- preguntó con interés, preguntándose que había hecho que Steve creciera tanto, aunque su crecimiento aún estaba dentro del promedio.

-tengo doce, y dentro de poco cumpliré trece- murmuró, sintiéndose extraño, tímido e intimidado por el hombre castaño, que se parecía a aquellos personajes de los cuentos que solía narrarle su madre cuando se encontraba internado.

-¿¡Hablas en serio!?- preguntó asombrado, no creyendo las palabras del menor.

-no tendría porque mentirle en algo como eso, le hablo con la verdad cuando se lo digo. Mamá dice que las mentiras son malas- contesto tímidamente, mirando con miedo al mayor.

-entiendo- murmuró el mayor incrédulo, mientras se ponía de pie y se dirigía a la puerta.

El pequeño, se enrolló aún más en las costosas cobijas y se oculto lo mejor posible, dejando solo su mata de cabello rubio y sus ojos descubiertos.

-¿Pasa algo?- preguntó el castaño, extrañado de la actitud del menor.

El menor negó frenéticamente, pero Tony supo que si sucedía algo. Después de todo, el también había Sido niño, y esa era la actitud que adoptaba cuando tenía miedo y...

-puedes confiar en mí, Steve. No te haré ningún daño... ¿A que le temes?- preguntó cauteloso, mientras regresaba sobre sus pasos y se acercaba al menor.

-no es nada, no se preocupe- dijo con La voz temblorosa y tímida, llena de una inseguridad que no pasó desapercibida para el mayor.

-recuerda que mentir es malo, Steve. Ahora, estás completamente seguro de que todo está en orden y me puedo ir... O hay algo que te inquieta- cuestionó, sentándose a su lado, y mirándolo fijamente con sus grandes ojos castaños.

-yo... Es solo que no me gusta estar solo... Me preguntaba si yo... Podría acompañarlo- confesó tímido y con vergüenza, sintiendo como se calentaban sus mejillas, mirando sus manos sobre su regazo y sin atreverse a mirar al castaño por miedo a su reacción.

-solo tenías que pedirlo, Steve. Ven, acompañame. Creo que no ha de haber ningún problema si dejo que vayas conmigo- le dijo con tono calmo y conciliador.

El rubio subió la vista, mirando al mayor y sonrió feliz, sintiendo como sus mejillas adoptaban un tenue rubor. El castaño sintió su corazón latir acelerado, al observar las expresiones que le regalaba el pequeño rubio y que no diferían mucho de las expresiones que tenía siendo un hombre adulto y teniendo encima más años de lo que era recomendable aceptar.

Enamorándome De TiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora