01/01/1900

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Diario de Verde


01 de enero, 1900

Todo iba bien. Conseguí las llaves, esperé a que sea lo suficientemente tarde como para que Andrew, Marie o Brian no estén merodeando por los pasillos, liberé a Negro. Por unos segundos temí que me atacaría, y mi pulso se comenzó a acelerar. Sin embargo, Félix hizo su aparición en el instante perfecto, y Negro se le abalanzó. De un sólo movimiento le quebró el cuello; y comenzó a jugar con los órganos del cadáver. La manía de utilizar fluidos corporales para crear arte era algo que Andrew me había contado, pero verlo en persona tenía un impacto enormemente mayor, por lo que no pude evitar sentir náuseas y, consecuentemente, vomitar.

Procedí a liberar a Morado y Azul, y junto a ellos me dirigí hacia el galpón en donde Marrón se encontraba. Hasta ese momento, todo estaba saliendo como lo pensado. Morado lucía angustiado y confundido, no paraba de preguntar qué estaba haciendo y por qué lo hacía. No había tiempo para sentarme a explicar el plan en ese momento, debíamos ser rápidos. Le dije "Nos vamos, hermano." con la intención de que en ese instante cerrara la boca y me permita continuar con lo mío. Pero definitivamente no fue así.

Nos encontrábamos los cinco en una especie de sala-comedor (donde supongo que almorzarían y cenarían Andrew y sus secuaces). El olor desagradable del cadáver de Félix impregnaba la habitación. Morado estaba furioso y demostraba no comprender el plan. Preguntaba una y otra vez que por qué lo hacíamos (aún luego de explicarle mis razones), sollozaba el nombre de "su padre", Andrew, quien "Nos había salvado y cuidado a los cinco", quien "Permitió que viviéramos cuando nadie nos quería", quien "Vela por nuestras vidas". Patrañas. Todas eran mentiras de Andrew, al igual de lo que me decía a mí. Intenté hacerle razonar, le conté mi lado de la historia, le conté que Andrew me había confesado la verdad durante un trance hipnótico. No me creyó. Él (o ella, aún no tengo claro su experimento) realmente estaba cegado por las palabras de Andrew, no quería abrir sus ojos a la realidad. Y comenzó a llorar, desconsoladamente. Gritaba con furia a la defensa de Andrew, decía que todos nosotros estábamos enfermos, que él nos había cuidado y protegido. Nos llamó desagradecidos una centena de veces. Azul se había sentado agarrando sus piernas frente a su pecho, de modo que lograba esconder su cabeza entre sus rodillas, Marrón aullaba en los momentos dónde Morado gritaba con histeria, Negro simplemente miraba el cuerpo con la sangre fresca. Yo me limitaba a observar a Morado llorar y maldecirme.

Para ser sincero, la actitud de Morado me impactó. No creía que alguien pudiera estar tan cegado por la mentira. Creía realmente que Andrew era una especie de salvador, casi como si de un dios se tratara. Parecía no entender el concepto de los experimentos, la crueldad oculta tras ellos. Parecía desesperarse cada vez más, hasta un punto en el que cualquier tipo de serenidad o razón parecía haber abandonado su cuerpo.

Podría decir que estuvimos unos 15 minutos hasta que comencé a levantar el tono de voz para hacer entrar en razón a Morado. La sala se llenó de nuestros gritos, que en las afueras de la casa se perdían y parecían suaves susurros, gracias al gran barullo que la fiesta de año nuevo.

Luego de un tiempo me permití observar el reloj. La aguja más pequeña ligeramente alejada del número 12, mientras que la más grande se posaba en el número 10. Teníamos diez minutos para año nuevo, y no sabía a qué hora estarían de vuelta Andrew y sus secuaces, no podíamos perder más tiempo. Me levanté bruscamente de mi silla, indiqué a mis hermanos que hagan lo mismo, y nos dirigimos hacia la puerta. "Si tú quieres quedarte, te quedas. Pero nosotros nos vamos" fueron mis palabras para Morado mientras tomé el picaporte para salir. En menos de un segundo apareció el frente mío, y me bloqueó la puerta. "No pueden irse, no pueden traicionar así a Andrew. Él los crió con amor, ¡Gracias a él están vivos, maldita sea! Sin él, ustedes no son nada." gritó con desesperación. "Ya no hay tiempo Morado, muévete" respondí. Pero él no se movió. Al contrario, se sentó con su espalda apoyada en la puerta, negando con la cabeza con angustia. Se lo advertí varias veces, pero no hizo caso. Estaba arruinando mi plan, estaba arruinando mi escape de la prisión. Era una situación extrema, y debí tomar una decisión extrema. "A él" dije dirigiéndome a Negro, quien entendió el mensaje y se abalanzó al cuerpo.

Azul miró aterrada. Una lágrima se escapó de mi ojo izquierdo.

Debíamos irnos.

Lengua equisdeWhere stories live. Discover now