Capítulo Uno

6.6K 410 16
                                    

Me llamo Adrienna Grimaldi, tengo veintinueve años y soy la dueña de unos grandes almacenes de ropa en Verona. Nunca había tenido problemas, siempre había ido todo perfecto; infancia ideal, familia increíble, el trabajo de mis sueños y un agradable y sexy marido pero esto último se fue al traste hace dos meses cuando Hugo decidió partir a hacer las Américas con su nueva novia: Roberta. Desde ese entonces, los hombres que no pertenecieran a mi familia o a mis negocios, estaban desterrados de mi vida y  no habría excepción bajo ningún concepto.

Mis amigos me decían que no debía ser tan radical, mis familiares que aún era jóven para renunciar al amor  y mis socios tiraban cohetes a todas horas porque las ventas se habían incrementado un 20% desde que me había divorciado. Supongo que me hice más despiadada. No lo sé.

-¿Por qué no sales conmigo esta noche a cenar?- me preguntó Gio, uno de mis empleados-.

-No te ofendas, Gio pero no tengo muchas ganas de comer fuera.

-¡Vamos! ¡Mírate, Adri! Estás hecha un asco. ¿Cuánto has adelgazado desde que Hugo se fue?.

-Tu sinceridad gay me abruma, Gio pero declino tu oferta. Quizás en otra ocasión.

Era consciente que desde que me había divorciado de mi marido, mi carácter se había agriado pero , aunque no supiese nada de psicología, creía que era una parte normal de mi "duelo". A la hora de comer, abro mi FAcebook mientras disfruto de una ensalada ligera con tofu y lo que veo me llena de mala leche. Hugo aparece en una foto de la sección de noticias con un pedrusco enorme en la mano de Roberta. Están comprometidos.

.¡Figlio di putana!-grité y todo el comedor de la empresa se quedó mirándome-.

Puse los ojos en blanco.

La tarde transcurrió como suele ser un sábado; cargado de turistas, veroneses y gente que ansiaba hacerse con los últimos diseños de los mejores diseñadores italianos. Cuando me aseguré de que todo estaba en orden, me dirigí a mi  hogar: una casita situada en un barrio cercano al anfiteatro romano. Los sábados solía salir primero para disfrutar de la tarde aunque hacía dos meses que todo se reducía a darme un baño, hacer un asado y ver una película con un buen copazo de vino pero hoy sería diferente. Hoy iba a hacer limpieza en mi casa y tiraría a la basura todo aquello que perteneciera o me recordara a Hugo. Lo había pospuesto durante demasiado tiempo. No presto atención a las cosas que voy depositando en cajas de cartón más grandes que yo. Esto debe ser un nuevo inicio, no una desgracia pasada pero me detengo viendo un pequeño cuadro pintado al óleo que encuentro perdido en un cajón.  El dibujo es precioso: una casita blanca con una enredadera de buganvilla roja creciendo sobre su fachada. Hugo me la había comprado en uno de nuestros viajes al sur de España. Recuerdo que me dijo que lo pondríamos en  nuestra futura casa para acordarnos de aquellos bellos momentos pasados pero nunca lo hicimos, nunca cumplió sus promesas. Casi instintivamente y como si quemara, tiro el cuadro por la ventana. Dos segundos después,  el timbre de mi casa suena.

-¿Sí?-pregunto al abrir la puerta-.

-Señorita, no se que razones le han llevado a tirar esto por la ventana pero debo pedirle que la próxima vez sea más cuidadosa. A punto ha estado de darme en la cabeza.

Lo miré de arriba a abajo. ¡Era guapísimo!( y terriblemente sexy para que engañarnos). Me quedé muda sin saber que decir mirándolo a sus dorados y penetrantes ojos.

-¿No va a disculparse?-alzó una ceja-.

-¡Oh! Lo siento de veras. No he tenido un buen día hoy y normalmente,  no pasa mucha gente  por aquí a estas horas. ¿Puedo compensarte de alguna forma?.

-Tenga cuidado la próxima vez, señorita-me entregó de nuevo el cuadro-. Quizás me tome la compensación otro día. Me gusta como huele su casa los sábados por la noche.

-¿Vives aquí?.

-Trabajo aquí. Soy el nuevo jardinero de la urbanización. Si necesitas ayuda para plantar una buganvilla, avíseme. Siempre he creído que son plantas maravillosas y le darán un toque exquisito a su fachada.

Se giró sin despedirse, sin presentarse, sin decir absolutamente nada más. ¿Quién era ese hombre capaz de hipnotizar a la gente con su mirada?

"El Jardinero, Adrienna. Recuerda que te has hecho una promesa a ti misma. No más hombres en tu vida"

Moví la cabeza negando y me dirigí a la cocina a preparar la cena. Mi promesa sería inamovible e inquebrantable aunque el mismísimo Hércules se me apareciese en la puerta de mi casa. De todos modos, ¿de qué me preocupaba? Él tan solo había mostrado interés en plantar una planta.

¡Adri, estás necesitada de amor, cielo! Y no sabes cuanto.

**Adrienna**

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

**Adrienna**

**Adrienna**

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

**Jace**

El Jardinero(COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora