Capítulo Dos

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La semana transcurre de forma rápida y amena; reuniones con proveedores;elección de las siguientes temporadas;viajes a Florencia y Milán....nada del otro mundo o nada a lo que no estuviera acostumbrada más bien. Desde que mi señor padre me había legado el negocio para retirarse con mi madre en Amalfi, mi vida entre semana transcurría emocionante y estresante a partes iguales. Aún así, me gustaba. Ninguno de mis hermanos había querido seguir con los almacenes pero a mí me llenaban de buenos recuerdos de mi infancia y adolescencia. La primera vez que los visité era apenas una mocosa de cuatro años y me enamoré casi instantáneamente de unos zapatos Gucci. Evidentemente, mi padre me convenció de que era demasiado pequeña para subirme a unos tacones de diez centímetros pero me prometió que cuando tuviese suficiente edad, me regalaría unos idénticos. El día en que me gradué en la universidad, mi padre me dió aquellos zapatos y me sentí tan feliz como la niña casi recién nacida que se había quedado prendada de ellos. Él no había fallado a su promesa, no como otro que yo me sé.

El sábado por la tarde, Gio, volvió a intentar convencerme para salir a cenar y otra vez se llevó un rotundo no como respuesta. Sabía que los fines de semana mi vida era un completo asco pero aún no me encontraba con las suficientes fuerzas para salir y dispersarme. En su lugar asaría un pescado en el horno con verduras y disfrutaría de una buena botella de vino blanco del Venetto, para mí, los mejores de toda Italia.

Casi a las ocho y media de la noche, el timbre de mi casa sonó. Me fuí a abrir la puerta y fue como si hubiese tenido un deja vu. El jardinero, vestido con unos jeans ajustados y una camisa blanca que resaltaba su moreno y sus músculos, me sonreía tras la puerta.

-Espero que tenga suficiente pescado. Ya le dije que cobraría mi compensación con un asado.

Me quedé un poco abrumada. Había gente que se tomaba las promesas al pie de la letra. Yo casi me había olvidado de él y del incidente de la semana pasada.

-Soy un grosero. Lo sé. Ni me presento ni la aviso para la cena pero he venido a visitarla todos los días para hablar con usted al respecto y nunca se encontraba en casa.

-He estado de viaje-atiné a decir-.

-Eso lo explica todo. Soy Jace, su jardinero y ahora invitado-me tendió la mano que tenía libre. En la otra llevaba una bolsa color dorado-.

-Adrienna-le dije-. Su inesperada anfitriona.

-¿Huele a quemado?-me preguntó-.

-¡Mierda!-corrí hacia la cocina-. Pasa-le grité desde el pasillo-.

Ya lo decía mi nonna y es que en la cocina hay que estar siempre pendientes,  de lo contrario, las cosas se queman o ya no saben tan bien. Por suerte, llegué a tiempo de rescatar mi lubina.

-Parece curioso que me hayas dicho hace una semana que mi casa siempre olía bien los sábados y ahora esté a punto de quemárseme el pescado-le comenté cuando llegó a mi lado-.

-Ha sido culpa mía. Le entretuve demasiado en la puerta. Le he traído un presente.

-No debiste.

-Son chocolates suizos y una botella de gargagnola-comentó haciendo caso omiso-. Estoy seguro de que le encantará.

-Ya tenía una botella de vino en la nevera. ¿Quieres abrir la tuya igualmente?.

-Guárdela para otra ocasión. Quizás la próxima vez sea yo quien le invite a cenar a mi casa.

-Escucha, Jace. Aunque eres un desconocido, me caes bien y me gusta tu compañía pero no tengo pensado permitir que la cosa vaya más allá. Y por favor, no me trates de usted. Creo que somos más o menos de la misma edad.

El Jardinero(COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora