Escapando de su único amigo y confesión.

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Por la mañana, Ella se levantó, se duchó y se vistió con un vestido negro de media manga. Las mangas eran blancas. Se hizo el desayuno y fue a su establo. Allí tenía una yegua y un ganado. El dinero que obtenía, lo conseguía vendiendo a algunos de sus animales. La yegua no podía venderla. Era un regalo de su difunta madre. Al ver que todavía no tenía animales suficientes ni huevos que hubiesen puesto sus gallinas, salió al colmado a comprar para la comida. Al salir, volvió a su casa y preparó una olla de lentejas con arroz. Salió al jardín con su libro y se sentó en una hamaca.

Pasó la mañana, y por la tarde salió al parque de siempre, pero esta vez sin el libro. Se sentó en el banco y estuvo observando a los niños de jugar. Unos jugaban al escondite; otros en los columpios; otros jugaban a la comba; otros corrían; otros jugaban con la pelota, etc. Entonces, vio que Edward se acercaba y se levantó del banco. Caminó por la baldosa intentando darle esquinazo. A pesar de sentirse a gusto con él, no deseaba estar hoy disfrutando de su compañía. Es cierto que lo consideraba su amigo, pero tenía miedo. Miedo de sufrir a su lado algún daño. O simplemente, que él no la considerase una amiga. Cuando iba a voltear una esquina, sintió que alguien la agarraba del brazo derecho. Se giró asustada y se encontró con la mirada de Edward.
-¿A dónde vas? Te he visto ahí sentada y luego de repente te has levantado y te has ido-empezó Edward-. Quería presentarte a mi familia en persona, pues te considero mi amiga. Eres la única chica que no va detrás de mí rogando mi amor y suspirando.
-Ya, lo siento. Es que tengo que ir a un sitio. Me ha venido a la cabeza de repente-mintió Ella.
Solo quería irse a su casa.
-En ese caso, te presentaré otro día a mi familia-comentó Edward-. ¿Vendrás mañana?
-No lo sé, Edward. Pero, te prometo que si puedo me paso-dijo Ella.
-De acuerdo. Adiós, Ella-se despidió Edward.
-Adiós-imitó Ella.
Y continuó andando. Llegó a su casa y se sentó en el sofá a leer su libro.

Dos horas después, dejó de leer y se hizo un sándwich de jamón york y salchichón. Se lo comió y se acostó en su cama. Ella volvía a sentir soledad. Sabía que había actuado mal con Edward, pero necesitaba tiempo para pensar sobre todo lo que le ha pasado. En un día había hecho un amigo y en otro parecía haberlo perdido. Se sentía mal con lo que había hecho, pero necesitaba tiempo para aclarar todo.

Pasaron dos semanas durante las cuales no había salido al parque. Solo salía por la mañana al colmado para hacer la compra y luego regresaba a su casa. Se ponía a leer o a escribir. Ella se dio cuenta de que extrañaba a Edward. Durante esas dos semanas, se había estado cortando por las noches. Una detrás de otra. Estuvo pensando durante todo ese tiempo, y se dio cuenta de que lo que sentía por Edward no era solo una amistad. Estaba enamorada. Con él se sentía a gusto, tranquila y protegida, a pesar de que lo había visto en dos ocasiones.  Le parecía algo extraño. Entonces, decidió que esa tarde iría al parque al que siempre le gustaba ir. Eran las diez de la mañana. Ella se fue a la cocina, desayunó y salió a la plaza. Llevaba consigo una cesta con cuatro huevos y algunos cochinillos que le habían traído. Aprovechó la ocasión para venderlos. Al llegar a la plaza, Ella dejó a los cochinillos amarrados a una barra y entró al colmado. Compró para hacer una ensalada de pasta y dos filetes de lomo adobado. Salió y vio que habían cuatro hombres donde había dejado a los cochinillos. Se los vendió por diez euros y regresó a su casa. Ella no se dio cuenta de que tres personas la habían observado desde la casa de comidas. Esas tres personas eran Emmett, Alice y Edward.

Sobre las cuatro y media, Ella salió hacia el parque con su mochila. Se sentó en el banco de siempre y empezó a leer. Media hora después, Edward se sentó también en el banco.
-Hola, Ella. Me has dejado plantado durante dos semanas. Algo me dice que...tú no me consideras tu amigo. Y créeme que mis intenciones eran muy buenas-empezó Edward.
-Lo lamento, Edward. Es que necesitaba tiempo para aclararme y pensar. Verás...yo nunca he tenido amigos. Siempre he estado sola. Sin padres, sin hermanos y sin amigos. Solo yo. No estoy acostumbrada a hablar con más gente o simplemente a estar junto a ellas. Desconfío de cualquiera. Le tengo miedo a las personas. A ti, también te he tenido miedo. Más que nada, porque nunca sabes las intenciones de la otra persona-confesó Ella.
-¿Estás hablando en serio? ¿Le tienes miedo a las personas? ¿Estás tú sola en el mudo?-Preguntó Edward-No puedes seguir así. Y...si me dejas..me gustaría ayudarte a superar ese miedo. De hecho, mi padre es doctor y también podría ayudarte-comentó.
-¿Doctor?-Preguntó Ella asustada.
-Sí. ¿También le tienes miedo a los doctores?-Siguió Edward.
-Sí-asintió Ella-, y lo siento por haberte dejado plantado tanto tiempo.
-No te preocupes. Eso es lo de menos. ¿Te parece bien venirte a mi casa y vivir con nosotros? Te ayudaremos en todo y te prometo que no te haremos daño-comentó Edward.
-Está bien. Pero, nos vamos mañana por la tarde. Aún tengo que hacer la maleta-dijo Ella.
-De acuerdo-aceptó Edward.
Y siguieron hablando durante el resto de la tarde.
Continuará....

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