❝Somos nosotros los humanos, el arma para nuestra propia destrucción❞
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Camelia
Acaricié el filo de los libros que se apoyaban en una fila larga sobre la estantería. Alessandro estaba sentado sobre el amplio sofá clásico que adornaba la oficina del hotel, observando el cielo reflejarse en el mar y sumido en el susurro de las olas que de tanto en tanto, se paseaban y rompian en la orilla. Suspiré y cerré los ojos abrazándome a mí misma. Por ese pequeño instante, pude sentirlo. Pero todo aquello no fue más que un espejismo.
Me vino un poco en gracia ver a Gianna entrar un instante después haciendo malabares, con una pila de libros en la mano y en la otra, una taza de Valeriana, lo supe por el olor que inmediatamente se extendió por todos los rincones, era mi infusión favorita, ella lo sabía.
—Si ser una payasa va a sacarte una sonrisa, tendré que ir a husmear en un circo. —Descansó sus brazos al colocar los libros sobre el escritorio pulido de madera y entregándome la taza en mis propias manos, tuve que olerlo.
Negué resignándome. Cuando se trataba de ella, todo era alegría y risas. Era el alma de los Napolitano. Como siempre, iba embutida en un vestido crema completamente cernido a su cuerpo, se ajustaba tanto a su figura que parecía de una talla inferior. El negro azabache de su cabello largo, estaba sujeto a una cola alta y, aun así, caía hasta la curva de su espalda. Como toda ejecutiva de veinticuatro años.
— ¿Qué es todo eso? —Pregunté, espiando por encima cada uno de los libros.
—Contabilidad. —Soltó un suspiro—. Es hora de que tomes las riendas de la industria que ha dejado Alessandro para ti.
Suspiré trémula. Era una gran responsabilidad, una que estaba cayendo en picada sobre mis hombros. Solo esperaba no irme junto con ella. No estaba preparada para aquello. Lo más cerca que había estado de cada uno de los hoteles Napolitano, era porque me encargaba de la ergonomía y estética. Alessandro me había permitido aquello, era una forma de recompensarme por a veces, dejarme sola durante semanas por sus inesperados viajes de último momento.
—Hace tres semanas de su muerte. —Creí que había retenido aquel pensamiento para mí misma, pero no fue así.
—Tienes que dejarle ir, Cam. —Me habló mi cuñada en aliento—. Tienes que aferrarte más a la vida, no puedes seguir así. Mírate, eres una mujer preciosa y tienes una vida entera que vivir. Alessandro no hubiese querido esto para ti.
—He intentado mucho hacerlo. —Mi voz sostenía un hilo que estaba a nada de quebrarse—. Pero todo me recuerda a él. Cada espacio, cada olor, cada imagen, es como si...
—Cam, no. —De pronto, ya estaba abrazándome—. Deja de hacerte esto a ti misma, no es sano. Estas lastimándote y si no lo dejas ir, temo que te pierdas a ti misma.
— ¿Crees que pueda hacerlo? —Pregunté cabizbaja.
— ¿Hacer qué?
—Perderme a mí misma.
La forma en cómo se aferró a mí en un abrazo y sollozó sobre mi hombro, me hizo darme cuenta que temía perderme a mí también y no quería que ella pasara por eso, conocía ya muy bien la sensación.
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Camelia +18 ©
ChickLit❝Era dueña de una cascada de ondas rubias que crecía hasta la curva de su diminuta cintura y, de dos joyas azules que bajo aquel intenso parpadeo perpetuo electrizaban. Era dueña de un vaivén de caderas, que provocaba erecciones en miradas perversas...