16. "Profundo"

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❝La manzana no cae lejos del árbol, no cuando hay una serpiente en sus ramas❞

. . .

Dante

Todo comenzó a suceder muy rápido...

Un grito atónito.

Un disparo ensordecedor.

...Y mis manos tiñéndose con la sangre de la mujer que amaba.

. . .

Anocheció en un abrir y cerrar de ojos. La luna irrumpió vigorosa y una brisa helada se meció a través del balcón. Los copos de nieve caían sobre mis hombros y algunos otros sobre la barandilla que me separaba de la dura caída.

Me sobrecogió el murmullo del frio y el silencio que se enardecía entre nosotros. Carlo estaba al otro extremo del balcón igualando mi postura, Su mirada estaba clavada sobre algún punto de la ciudad, mientras que Darío era quien permanecía sentado con los codos sobre las rodillas y con la inexpresión coloreando sus facciones.

Habría jurado que aquel día quedaría marcado para siempre sobre nuestras vidas. Un fugaz pensamiento que alguna vez nos atormentaría. La inquietante sensación de habernos forjado de sangre. Aun teníamos las puntas de los zapatos manchados con algunas salpicadas y podía percibir el olor a pólvora impregnados sobre nuestra ropa.

Sabía que, a partir de ahora, nuestras vidas no serían las mismas. Caminamos sobre llamas, irrumpimos sobre el infierno y nos importó una soberana mierda echarnos encima a los demonios del averno. No éramos buenos, no podíamos serlo. No cuando teñimos de sangre nuestras placas, partimos a la mitad el juramento de resguardar la ciudadanía y arrastramos a una ofensiva a un crio que cruzaba los veinte años y apenas conocía de la vida. Conocía a Carlo lo suficiente y sabía cuán importante era para él estar dentro del cuerpo policial, ¡joder! Le había arrastrado a una lucha que no era suya pero su lealtad a estas alturas ya era demasiado grande. Sabía demasiado bien cómo funcionaba la mafia y el tipo de críos que reclutaba. Desapegados de la vida y con reflejos de desesperanza, tal vez una amoldada definición de lo que arrastró a Darío a involucrarse con la organización de flor pálida.

. . .

Carlo

Camelia había estado inconsciente durante las últimas seis horas, las mismas que llevaba Dante martirizándose bajo el marco de la puerta. Él no era el tipo de hombre que con facilidad solía perder la cabeza, pero podía ver como la zozobra estaba carcomiéndole, al punto de querer arrancársela con sus propias manos. Sí, era cierto, me preocupada la integridad física de mi compañero si el doctor no terminaba de salir por esa puerta y daba alguna razón de Camelia.

De pronto, tanto silencio, era absorbente, hasta que Gianna apareció por la puerta. La situación ya era demasiado crítica y asfixiante, pero la Napolitano me dio una mirada vivaz y supe lo cabreada que estaba.

— ¿Se puede saber qué pretendías? —Masculló con rabia, haciendo su entrada a través del vestíbulo.

Dante estaba demasiado abstraído como para sentir la presencia de su hermana, sin embargo, fue Darío que, durante todo el rato que mantuvo la misma posición, le dio una mirada.

Me acerqué a ella, tomándola por el brazo y guiándola hasta el balcón. Se soltó como una zafia pero su gesto se congeló cuando la luminosidad le dio una perspectiva de las manchas de sangre que mi camisa pintaban.

Camelia +18 ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora