❝Lo único que puedo darte son recuerdos, llévalos contigo y nunca te dejaré❞
. . .
Dante
Tres de mis hombres me cubrieron cuando inicie la reyerta y empuje a Camelia a través de las escaleras.
El caos se propagó, el sonido de los gritos y correteos me aturdieron la audición. Ambos caímos en picada, rodando a través de los escalones, uno sobre el otro. En el trayecto, me aseguré de cubrir a Camelia de un golpe en la cabeza. Llevándome todo el impacto sobre mi espalda y, aferrándome a ella con mucha fuerza, cayó cubierta sobre mi pecho. Una mezcla de alivio y ansiedad me provocó tenerla entre mis brazos, a salvo.
Uno de los esbirros dentro del hospital, se percató de nuestra huida y comenzó a dispararnos. Aquello provocó un grito ensordecedor de Camelia.
— ¡¡Corre!! —La empujé—. ¡¡Vamos, vamos!! ¡¡Agáchate!!
No me sorprendió que sollozara y temblara mientras nos hacíamos camino a través de las escaleras. El pánico estaba arraigando en su sistema. Entrelacé sus dedos contra los míos y una vez que sus azulejos se encontraron fugazmente con la míos, supe que debía hacer cualquier maldita cosa para protegerla. Supe que, no importaba como terminara aquello, quien moría o quien vivía, mi único objetivo era que, uno de los vivos, fuese ella. De lo contrario, ardería sobre mi propio infierno.
Comencé a disparar a mis espaldas mientras corríamos. Al principio desconocía el trayecto de mis balas, pero cuando nos detuvimos y empujé una de las puertas, la bala traspasó la pierna de nuestro atacante, dejándolo sobre algunos peldaños de las escaleras y, disparando desorbitadamente.
Mas disparos de aproximaban y, dentro del caos, no supe de donde provenía. Inhalé con fuerza y recargué a Camelia sobre la pared, cargando mi arma, calculé nuestra salida. Estábamos solo a una maniobra de las escaleras de emergencia y, para este momento, ya Carlo y Gianna debían estar esperándonos de aquel lado.
—Mantente cerca. ¿Comprendes? —Inhalé un par de veces más y, en la espera, no tuve respuesta.
Me giré, encontrándome con el cañón de una pistola, apuntando la sien de Camelia. Pensé en todas las posibilidades que tenía para protegerla. En ninguna de ellas, yo saldría ileso para contarlo.
Una sonrisa de suficiencia se guindaba sobre las comisuras de aquel esbirro. Su rostro no me resulto nada familiar, excepto por la ligera sombre de un tatuaje que se asomaba en su cuello, una especie de flor enjaulada, una que a través de mis fugaces pensamientos, vi alguna vez. Sin embargo, eran muy escasos los recuerdos.
—Muy astuto, comandante. —Soltó jocoso—. Deja el arma en el suelo y levanta las manos.
Apreté el arma con fuerza mientras la soltaba sobre el piso y me incorporaba lentamente. ¡Maldita sea!
— ¿Qué es lo que quieren? —Pregunté una vez que lo encaré.
—Esto no es nada personal, Napolitano. Solo cumplo órdenes.
— ¿De quién?
—Te sorprendería saberlo. —Soltó y, me apunto demasiado cerca.
Sonreí internamente. Ahí, en ese instante, evalué dos de mis mejores posibilidades. Quien sea que estuviese detrás de todo esto, no había sabido escoger demasiado a sus hombres, porque si hubiese sido así, supiera que la mejor forma de contra ataque, era tener el arma de su oponente demasiado cerca y, para cuando se percatara de ello, ya era hombre muerto. O simplemente esperar a que Carlo, quien entró a través de la puerta, se encargara de él.
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Camelia +18 ©
ChickLit❝Era dueña de una cascada de ondas rubias que crecía hasta la curva de su diminuta cintura y, de dos joyas azules que bajo aquel intenso parpadeo perpetuo electrizaban. Era dueña de un vaivén de caderas, que provocaba erecciones en miradas perversas...