12 | Golpes en la cara.

334 19 0
                                    

12 | Golpes en la cara.
Lila

Desperté un domingo por la mañana, este será un día normal, pensé. Apenas abrí los ojos noté algo extraño. Algo estaba aplastándome.

Tallé mis ojos con mis manos cerradas para observar mejor todo el ambiente. Intente moverme, pero todos mis intentos fueron en vano.

¿Qué ha pasado? Puedo estar completamente segura de que no fue algo bueno.

Lo único que pasaba por mi mente en ese momento era la curiosidad. Curiosidad de saber: Como, Cuando y Por qué.

Admiré, por unos segundos, las paredes de mi habitación. Estaban decoradas con lindos retratos de paisajes naturales o abstractos.

Mi cara agobiada cambió, drásticamente, a una de horror.

¡No, no, no y no! No es posible.

Al bajar la mirada hasta mi cuerpo, noté que este estaba completamente desnudo.

Mi piel se erizó cuando mi cerebro comenzó a procesar la información.

—¡Maldita sea!— grité. Tapé mi boca con ambas manos al darme cuenta de había alzado la voz. Aparte de que había dicho una mala palabra en público.

Un montón de... ¿cobijas? Empezaron a moverse incómodamente en la cama.

Lo que mis ojos vieron fue algo que ellos no pudieron creer.

Mi vista se nubló, él tampoco llevaba puesto ropa y lo único que lo cubría era una cobija y solo cubría la mitad de su cuerpo.

Pude sentir como mis mejillas se tintaban de un tono carmesí y como ardían. Al darme cuenta de que estaba mirando mi cuerpo, —que estaba accidentalmente descubierto—, lo cubrí con una cobija.

—¿T-tú?— balbuceé insegura.

—Oh, si. Soy yo, Nena.— habló. Lo miré asqueada y una corriente recorrió todo mi cuerpo.

¿Qué había hecho?

—Qué... ¿Qué ha pasado?— pregunté. Por ahora, ningún recuerdo sobre qué pudo haber pasado llega a mi mente.

Preguntarlo no ayuda en nada, es claro que fue lo qué pasó. Pero... ¿por qué?

—¿No lo recuerdas?— preguntó. Negué confundida. —Vine para arreglar las cosas entre nosotros y, bueno... nosotros... tú y yo...

—Para, para. Ya entendí.— pasé mis dedos entre mi cabello. No es posible. Tengo tantas preguntas que necesito sean respondidas urgentemente. —¿Utilizamos protección?

La pregunta fue realmente estúpida, obviamente fue así, es decir; por alguna extraña razón no recuerdo mucho de lo poco que pasó ayer, pero estoy casi segura de que fue así. Tom tiende a ser responsable con ese tipo de cosas.

—No va a gustarte la respuesta...— empezó a juguetear con sus dedos. —Pero, no.

—Bromeas.

Me levanté de la cama deprisa, me coloqué una camiseta grande que estaba tirada en el suelo y me dispuse a salir de la habitación.

Corrí hacia la cocina. La lágrimas ya caían por mis mejillas. Que estúpida fui.

Busqué en uno de los cajones, una pastilla del día después, pero mi búsqueda fue en vano, no había nada.

Entré en pánico. Tom entró a la cocina después de que se colocara un pantalón de tela.

—¿Qué buscas?— preguntó mientras caminaba hacia la nevera para luego abrirla y sacar un frasco de jugo.

—Una maldita pastilla del día después. Si no la tomo, adiós libertad.

¿Yo embarazada? Imposible. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora