El chico se sentó en la silla que estaba junto a mi.
- ¿Necesitas ayuda? - ¿Me estará hablando a mi? Imposible - ¿Edith?.
- Oh lo siento estaba distraida
- Ya, no pasa nada, a todos nos pasa - que chico más dulce - ¿Necesitas ayuda?
- N-no ..Y-yo estoy bien - nunca tartamudeaba, si que estoy nerviosa - ¿La necesitas tú? - se carcajeó de mi pregunta - ¿Qué?.
- Edith yo trabajo aquí, el que ayuda soy yo - fruncí el ceño.
- ¿Dónde está tu bata? - estaba confusa.
- No tengo bata, no la necesito - dijo riéndose.
Como si eso tuviese gracia.
- ¿Te ríes de mí?
- ¡Por supuesto que no! Solo que se me ha hecho raro que me preguntaran eso, normalmente preguntan otras cosas - puso cara pícara.
Justo en ese momento la puerta de la pequeña, pero acogedora salita se abrió. Un hombre con una gabardina negra que le llegaba hasta el suelo entró y se sentó en la esquina más alejada de nosotros. Nada más sentarse comenzó a observarnos. Apenas se le veía la cara, estaba cubierta por un gorro de lana y una gruesa bufanda de esta también. Las gafas de sol no me permitían ver sus ojos, pero por el color de su piel pdría decir que eran claros. Los pantalones no se le veían ya que estaban tapados por la gran gabardina, lo único que quedaba descubierto eran sus pies, unos pies enormes encerrados en unas botas viejas. No me puedo creer que esa persona no tenga calor.
Zayn y yo nos miramos sorprendidos.
- Zayn, ¿Sabes quién es ese hombre que tiene pintas de asesino en serie? - se rió de mi comentario y me miró la cara.
- Eres muy graciosa, y a tu pregunta, no lo había visto en mi vida - me dijo haciendo una mueca.
El chico misterioso caminó hacia nosotros y me susurró algo.
- Ten cuidado, te están observando - se marchó con una sonrisa burlona en la cara y enseñando unos preciosos oyuelos.
La sala quedó en completo silencio tras la visita del hombre que me hizo temblar, el miedo me invadía. Cogí una revista de la mesita y me aferré a ella para ocultar mi nerviosismo.
- Edith no te escondas, yo también me inquietaría si fuese tú - solté una bocanada de aire por la boca y volví a dejar la revista en su sitio.
- Gracias, Zayn.
- No hay de que, ahora tengo que seguir trabajando. ¿Estas ingrasada?
- Sí, la 112.
- Vale, luego me pasaré por si necesitas algo, adiós linda -se levantó de la silla, la cuál chirrió por el movimiento, y pasó por la puerta hasta desaprecer de mi vista.
Que chico más simpatico, no me importaría encontrármelo más por este hospital tan aburrido.
La enfermera entró y me dijo que ya podía volver a mi habitación. No sé por qué estoy ingresada si no estoy enferma, solo es un brazo roto y un pequeño golpe en la pierna.
Caminé lentamente por los pasillos mientras los enfermos me miraban curiosos. Decidí apartar la vista de ello y dedicarme a mirar mis horrorosos zapatos de enferma mientras andaban a sus anchas para llegar a mi destino. Nadie se arriesgaba a decirme nada, simplemente se limitaban a mirar cómo me movía delante suya.
Cuándo llegué a mi habitación, la curiosidad aparecio y fui a recepción atravesando los pasillos silenciosos.
- Buenos días, ¿En qué puedo ayudarla señorita?